Memorias de
la Plaza (XLI)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Verita tosía insistentemente. La
barba de tres a cuatro días le agrisaba el rostro. Sus ojos irritados,
legañosos lo transfiguraban en agrio esperpento. Aún así reía.
"Otra vez en combate", me dijo. Habían transcurrido varios días
sin que lo viéramos en la Plaza pregonando sus marquesitas o asediando a
un turista para que le comprara una moneda con la efigie del Che. "Me cogió
un catarro de su madre p'alante", me respondió cuando indagué
por el motivo de su ausencia.
La gorda de rostro bello y cuerpo desbordado había pasado por mi
cuchitril más temprano que Verita. Ese día, por azar, por
ayudarla, le había comprado algunos jarabes expectorantes y algunas
aspirinas. Se los regalé al hombre acatarrado. "Marcelito me dijo
una vez que siempre habías sido un tipo bondadoso". Me explicó
a modo de agradecimiento. Y el recuerdo de Marcelo cruzó por mi mente
como un barco perdido en la distancia.
Marcelo Vera fue mi amigo. Apareció en la Editora Abril quizás
para encauzar su vida según normas que le exigían sus adultos. El
era muy joven. Tal vez algo tarambana para la imagen que deseaba presentar la
familia. Fumaba, bebía, tomaba la vida sin mucha seriedad, pero era leal
y sincero, jovial y sin grandes pasiones. No guardaba mucha admiración
por su padre, aunque sabía usar con habilidad las ventajas que le
proporcionaba la jerarquía de éste.
Comenzó con nosotros el aprendizaje de su oficio de fotógrafo.
No era de los muchachos más talentosos que por entonces se mezclaban con
nosotros en las redacciones de las diferentes revistas. No logró la
madurez artística de Juan Carlos Alom ni de Ernestico Fundora. Más
bien complacía a sus familiares y amigos de sus familiares que aspiraban
-según las normas éticas de ellos- a que fuera un hombre de bien.
La fotografía le importaba poco.
No me sorprendió la noticia de que un día se largó al
exilio. No sé si en una balsa, una lancha o a nado. No supe más de
Marcelo Vera hasta que su tío Verita apareció en la Plaza de Armas
anunciando sus marquesitas, y con una broma que le jugué nos hicimos
amigos. Parece ser que los unía la complicidad de los que gustan del
alcohol. Verita hablaba con cariño de su sobrino, pero tampoco guardaba
admiración por su hermano. En eso también coincidían
Marcelo y Verita.
Aquella mañana, después que Verita se fue con sus medicinas,
la imagen de Marcelo me siguió martillando en la memoria. Recordé
nuestra última conversación. La sostuvimos en el restaurant El
Castillo de Jagua, en la esquina de 23 y G. No estaba conforme con nada. Su vida
le parecía un círculo vicioso. Se sentía aprisionado por un
medio hipócrita que lo asfixiaba. Estaba convencido de que lo admitían
en ciertos corrillos sólo porque era hijo de su muy ilustre papá.
Despedía un aura de irrealización personal que sólo lo
impulsaba a beber y olvidarse de lo que lo rodeaba. No quería adaptarse a
su realidad o estaba convencido de que esa realidad no le pertenecía.
"Tu me comprendes mejor", me dijo. Yo guardaba cierto silencio
prudente. No opinaba. El lo entendió. "¿Ves? No soy más
que el hijo de un funcionario. Todo el mundo me ve a través de ese
prisma. Un día romperé con todo eso. Unos se muestran
complacientes para agradecerle a mi padre, otros se muestran cautelosos, pero
por temor a mi padre. A todo el que me le acerco no consigue desvincularme,
verme como la individualidad que soy".
Bebió de su cerveza. Calló por unos minutos. No pude adivinar
lo que entonces pensaba. Pero ya anidaba en él la idea de la partida. No
sabía en esa época por qué en Cuba toda rebelión se
disuelve en el afán de marcharse. Es como si el riesgo que implica
aventurarse en un viaje peligroso por el Estrecho de la Florida fuera menor que
el de perder la vida enfrentando el poder establecido en la isla. No había
comprendido todavía que la maquinaria propagandística oficial ha
sembrado en la gente la idea de que Fidel Castro y todo lo que él
representa es invencible y que entonces suponen que tendrán más
posibilidades luchando contra el mar y sus depredadores que contra el gobierno.
Me lo verificó su frase siguiente. "Esto no hay quien lo arregle,
pero tampoco hay quien lo tumbe".
Fueron vívidos los detalles. Me pareció que no los recordaba
sino que volvía a vivirlos. Yo también tenía en ese
instante planificada mi partida, pero no sin antes probar a rebelarme. Había
ya trabajado varios años como periodista independiente. Había
sufrido la represión. Lo que no sabía era que aún después
de conocida mi decisión de marcharme seguirían reprimiéndome.
Esta vez con métodos tan violatorios como el de negarme el permiso de
salida.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|