CUBANET .INDEPENDIENTE

14 de junio, 2002


Memorias de la Plaza (XLI)

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Verita tosía insistentemente. La barba de tres a cuatro días le agrisaba el rostro. Sus ojos irritados, legañosos lo transfiguraban en agrio esperpento. Aún así reía. "Otra vez en combate", me dijo. Habían transcurrido varios días sin que lo viéramos en la Plaza pregonando sus marquesitas o asediando a un turista para que le comprara una moneda con la efigie del Che. "Me cogió un catarro de su madre p'alante", me respondió cuando indagué por el motivo de su ausencia.

La gorda de rostro bello y cuerpo desbordado había pasado por mi cuchitril más temprano que Verita. Ese día, por azar, por ayudarla, le había comprado algunos jarabes expectorantes y algunas aspirinas. Se los regalé al hombre acatarrado. "Marcelito me dijo una vez que siempre habías sido un tipo bondadoso". Me explicó a modo de agradecimiento. Y el recuerdo de Marcelo cruzó por mi mente como un barco perdido en la distancia.

Marcelo Vera fue mi amigo. Apareció en la Editora Abril quizás para encauzar su vida según normas que le exigían sus adultos. El era muy joven. Tal vez algo tarambana para la imagen que deseaba presentar la familia. Fumaba, bebía, tomaba la vida sin mucha seriedad, pero era leal y sincero, jovial y sin grandes pasiones. No guardaba mucha admiración por su padre, aunque sabía usar con habilidad las ventajas que le proporcionaba la jerarquía de éste.

Comenzó con nosotros el aprendizaje de su oficio de fotógrafo. No era de los muchachos más talentosos que por entonces se mezclaban con nosotros en las redacciones de las diferentes revistas. No logró la madurez artística de Juan Carlos Alom ni de Ernestico Fundora. Más bien complacía a sus familiares y amigos de sus familiares que aspiraban -según las normas éticas de ellos- a que fuera un hombre de bien. La fotografía le importaba poco.

No me sorprendió la noticia de que un día se largó al exilio. No sé si en una balsa, una lancha o a nado. No supe más de Marcelo Vera hasta que su tío Verita apareció en la Plaza de Armas anunciando sus marquesitas, y con una broma que le jugué nos hicimos amigos. Parece ser que los unía la complicidad de los que gustan del alcohol. Verita hablaba con cariño de su sobrino, pero tampoco guardaba admiración por su hermano. En eso también coincidían Marcelo y Verita.

Aquella mañana, después que Verita se fue con sus medicinas, la imagen de Marcelo me siguió martillando en la memoria. Recordé nuestra última conversación. La sostuvimos en el restaurant El Castillo de Jagua, en la esquina de 23 y G. No estaba conforme con nada. Su vida le parecía un círculo vicioso. Se sentía aprisionado por un medio hipócrita que lo asfixiaba. Estaba convencido de que lo admitían en ciertos corrillos sólo porque era hijo de su muy ilustre papá. Despedía un aura de irrealización personal que sólo lo impulsaba a beber y olvidarse de lo que lo rodeaba. No quería adaptarse a su realidad o estaba convencido de que esa realidad no le pertenecía.

"Tu me comprendes mejor", me dijo. Yo guardaba cierto silencio prudente. No opinaba. El lo entendió. "¿Ves? No soy más que el hijo de un funcionario. Todo el mundo me ve a través de ese prisma. Un día romperé con todo eso. Unos se muestran complacientes para agradecerle a mi padre, otros se muestran cautelosos, pero por temor a mi padre. A todo el que me le acerco no consigue desvincularme, verme como la individualidad que soy".

Bebió de su cerveza. Calló por unos minutos. No pude adivinar lo que entonces pensaba. Pero ya anidaba en él la idea de la partida. No sabía en esa época por qué en Cuba toda rebelión se disuelve en el afán de marcharse. Es como si el riesgo que implica aventurarse en un viaje peligroso por el Estrecho de la Florida fuera menor que el de perder la vida enfrentando el poder establecido en la isla. No había comprendido todavía que la maquinaria propagandística oficial ha sembrado en la gente la idea de que Fidel Castro y todo lo que él representa es invencible y que entonces suponen que tendrán más posibilidades luchando contra el mar y sus depredadores que contra el gobierno. Me lo verificó su frase siguiente. "Esto no hay quien lo arregle, pero tampoco hay quien lo tumbe".

Fueron vívidos los detalles. Me pareció que no los recordaba sino que volvía a vivirlos. Yo también tenía en ese instante planificada mi partida, pero no sin antes probar a rebelarme. Había ya trabajado varios años como periodista independiente. Había sufrido la represión. Lo que no sabía era que aún después de conocida mi decisión de marcharme seguirían reprimiéndome. Esta vez con métodos tan violatorios como el de negarme el permiso de salida.

Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número cero", publicado por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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