CUBANET .INDEPENDIENTE

13 de junio, 2002


Memorias de la Plaza (XL)

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - En la Plaza de Armas, mientras vendía libros viejos, aprendí a evadir conflictos que perjudicaran el negocio con que salvaba a mi familia de las atrocidades del Período Especial.

En el ejercicio del periodismo independiente, oficio que el gobierno cubano considera mercenario y contrarrevolucionario, las fuerzas represivas me enseñaron a evitar trances que malograran la virtual libertad que, a puro riesgo, me había abrogado para escribir con la honradez que siempre me propuse.

Nunca transgredí el límite. En la Plaza me abstuve de violar las normas que imponía la licencia de comprador/vendedor de libros. En el periodismo comprobé minuciosamente cada información que brindé. No porque albergara sentimientos de miedo, sino porque era mi único amparo frente a una justicia que de antemano sabía aberrada.

La gente conoce lo ventajoso que resulta contender con un estigmatizado político. La impunidad que el gobierno otorgó a quienes participaban en golpizas e insultos propios de los "mítines de repudio" creó en la población una especie de potestad para agredir en nombre de la revolución. Basta con afirmar que alguien ha atentado de acto o de palabra contra los principios o los líderes oficiales, para que la justicia se torne sorda a toda defensa del acusado.

La iracunda jerga propagandística, que en ningún momento se cuida de calificativos insultantes, que usa toda la jerarquía política del país así como sus voceros y periodistas cuando se trata de enfrentar a sus opositores, ha sembrado en la población la creencia de que con sólo apelar a su adhesión a la revolución ya es poseedora de todas las pruebas y razones para resultar vencedor en cualquier disputa. La relación social es entonces para el opositor un campo minado.

Un país donde poder político y poder legislativo se funden en una sola institución, o más bien donde el poder legislativo está subordinado al político, ninguna oposición u opositor puede aspirar a la justicia; no sólo en debates puramente políticos sino hasta en la defensa de sus más elementales derechos civiles.

Un opositor en Cuba debe estar permanentemente alerta para no verse involucrado en circunstancias que lo obliguen a demandar la actuación de la justicia. Puede tener todas las razones y evidencias de su parte que, apenas aparece su dossier político, desaparecen, como por arte de birlibirloque, todos sus derechos.

Cometer la menor infracción es un acto vedado para todo opositor en Cuba. Su afiliación política es un agravante de mucho peso. Es el momento esperado, ansiado por las fuerzas represivas para, además de castigar con encono, volcar sobre la imagen del implicado toda la carga desmoralizante que se requiere para descalificarlo como opositor político.

Bajo esos presupuestos el opositor debe pasar la mayor parte de su tiempo en casa. Debe evitar los lugares públicos donde puede ser objeto de provocaciones. Debe renunciar a toda discusión con los representantes de las organizaciones estatales que rigen y controlan la vida en los barrios. Debe velar porque los menores de su familia siempre estén al alcance de su protección. Debe evitar la presencia en su hogar de vecinos poco discretos que luego divulguen lo que ven o escuchan. Debe pasar por alto insinuaciones agresivas de personas que conocen su definición política e intentan hacerlo incurrir en errores. Debe evadir la compra de todo artículo de procedencia dudosa, por más necesario que le resulte. Debe evitar toda confrontación con agentes del orden público o personas desconocidas. No debe aceptar nuevas amistades sin conocer a fondo su origen y pretensiones. Debe cuidarse de viejos amigos que reaparecen inesperadamente con confesiones que no le conoció antes. Debe evitar enfrentamientos con otros disidentes que no coinciden con sus puntos de vista porque ciertas ortodoxias sirven, en muchas ocasiones, para enmascarar agentes infiltrados que sólo desean provocar reyertas y divisiones en las filas opositoras. Debe, en fin, convertirse en una máquina de la desconfianza que, más bien, lo transforma más en un paranoide que en una persona cautelosa.

De ese desarraigo social a que lo condena la realidad política nacional nace la desarticulización del disidente con su entorno, y emana entonces la ineficiencia de su gestión como portador de un nuevo proyecto político. Pero como no se trata de un caso aislado o único, sino que todos son víctimas de la misma presión social, la desconfianza impide la necesaria unidad que todo movimiento opositor requiere, y se desarticula así también lo que pudiera ser una fuerza común.

Así he vivido. Confinado y sin posibilidades de acudir a la justicia para que dirima mi conflicto con las autoridades políticas.

¿Qué tribunal cubano se atrevería a fallar en mi favor en caso que yo demandara al departamento de Inmigración y Extranjería por impedir mi partida hacia una nación que me brinda refugio?

¿Qué magistrado sería capaz de exponer que toda persona, según la Carta Universal de Derechos Humanos, de la cual Cuba es signataria, tiene derecho a elegir el lugar donde desea vivir, o que al sentirse perseguido por un régimen, y probarlo, tiene derecho a obtener refugio en otra nación?

Sería pedirle demasiado a una justicia subordinada, maniatada por el poder político. En Cuba los políticos en el poder son los jueces. El partido -único- posee facultades omnímodas. No hay más.

Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número cero", publicado por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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