Memorias de
la Plaza (XL)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - En la Plaza de Armas, mientras vendía
libros viejos, aprendí a evadir conflictos que perjudicaran el negocio
con que salvaba a mi familia de las atrocidades del Período Especial.
En el ejercicio del periodismo independiente, oficio que el gobierno cubano
considera mercenario y contrarrevolucionario, las fuerzas represivas me enseñaron
a evitar trances que malograran la virtual libertad que, a puro riesgo, me había
abrogado para escribir con la honradez que siempre me propuse.
Nunca transgredí el límite. En la Plaza me abstuve de violar
las normas que imponía la licencia de comprador/vendedor de libros. En el
periodismo comprobé minuciosamente cada información que brindé.
No porque albergara sentimientos de miedo, sino porque era mi único
amparo frente a una justicia que de antemano sabía aberrada.
La gente conoce lo ventajoso que resulta contender con un estigmatizado político.
La impunidad que el gobierno otorgó a quienes participaban en golpizas e
insultos propios de los "mítines de repudio" creó en la
población una especie de potestad para agredir en nombre de la revolución.
Basta con afirmar que alguien ha atentado de acto o de palabra contra los
principios o los líderes oficiales, para que la justicia se torne sorda a
toda defensa del acusado.
La iracunda jerga propagandística, que en ningún momento se
cuida de calificativos insultantes, que usa toda la jerarquía política
del país así como sus voceros y periodistas cuando se trata de
enfrentar a sus opositores, ha sembrado en la población la creencia de
que con sólo apelar a su adhesión a la revolución ya es
poseedora de todas las pruebas y razones para resultar vencedor en cualquier
disputa. La relación social es entonces para el opositor un campo minado.
Un país donde poder político y poder legislativo se funden en
una sola institución, o más bien donde el poder legislativo está
subordinado al político, ninguna oposición u opositor puede
aspirar a la justicia; no sólo en debates puramente políticos sino
hasta en la defensa de sus más elementales derechos civiles.
Un opositor en Cuba debe estar permanentemente alerta para no verse
involucrado en circunstancias que lo obliguen a demandar la actuación de
la justicia. Puede tener todas las razones y evidencias de su parte que, apenas
aparece su dossier político, desaparecen, como por arte de birlibirloque,
todos sus derechos.
Cometer la menor infracción es un acto vedado para todo opositor en
Cuba. Su afiliación política es un agravante de mucho peso. Es el
momento esperado, ansiado por las fuerzas represivas para, además de
castigar con encono, volcar sobre la imagen del implicado toda la carga
desmoralizante que se requiere para descalificarlo como opositor político.
Bajo esos presupuestos el opositor debe pasar la mayor parte de su tiempo en
casa. Debe evitar los lugares públicos donde puede ser objeto de
provocaciones. Debe renunciar a toda discusión con los representantes de
las organizaciones estatales que rigen y controlan la vida en los barrios. Debe
velar porque los menores de su familia siempre estén al alcance de su
protección. Debe evitar la presencia en su hogar de vecinos poco
discretos que luego divulguen lo que ven o escuchan. Debe pasar por alto
insinuaciones agresivas de personas que conocen su definición política
e intentan hacerlo incurrir en errores. Debe evadir la compra de todo artículo
de procedencia dudosa, por más necesario que le resulte. Debe evitar toda
confrontación con agentes del orden público o personas
desconocidas. No debe aceptar nuevas amistades sin conocer a fondo su origen y
pretensiones. Debe cuidarse de viejos amigos que reaparecen inesperadamente con
confesiones que no le conoció antes. Debe evitar enfrentamientos con
otros disidentes que no coinciden con sus puntos de vista porque ciertas
ortodoxias sirven, en muchas ocasiones, para enmascarar agentes infiltrados que
sólo desean provocar reyertas y divisiones en las filas opositoras. Debe,
en fin, convertirse en una máquina de la desconfianza que, más
bien, lo transforma más en un paranoide que en una persona cautelosa.
De ese desarraigo social a que lo condena la realidad política
nacional nace la desarticulización del disidente con su entorno, y emana
entonces la ineficiencia de su gestión como portador de un nuevo proyecto
político. Pero como no se trata de un caso aislado o único, sino
que todos son víctimas de la misma presión social, la desconfianza
impide la necesaria unidad que todo movimiento opositor requiere, y se
desarticula así también lo que pudiera ser una fuerza común.
Así he vivido. Confinado y sin posibilidades de acudir a la justicia
para que dirima mi conflicto con las autoridades políticas.
¿Qué tribunal cubano se atrevería a fallar en mi favor en
caso que yo demandara al departamento de Inmigración y Extranjería
por impedir mi partida hacia una nación que me brinda refugio?
¿Qué magistrado sería capaz de exponer que toda persona,
según la Carta Universal de Derechos Humanos, de la cual Cuba es
signataria, tiene derecho a elegir el lugar donde desea vivir, o que al sentirse
perseguido por un régimen, y probarlo, tiene derecho a obtener refugio en
otra nación?
Sería pedirle demasiado a una justicia subordinada, maniatada por el
poder político. En Cuba los políticos en el poder son los jueces.
El partido -único- posee facultades omnímodas. No hay más.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|