República
vs revolución, neblina vs montañas
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, junio (www.cubanet.org) - Parece que continuará por algún
tiempo la rabieta oficialista contra cualquier memoria positiva que involucre al
período republicano, nacido el 2 de mayo de 1902 y fallecido en 1959. En
un mismo día, el lunes 3 de junio, los lectores del periódico
oficial Granma "disfrutamos" de otras dos diatribas contra la etapa
republicana. El periódico del Partido Comunista dedicó sus dos páginas
centrales a un discurso de Fidel Castro y a una columna -alusiva al tema
republicano- escrita por Rolando Pérez Betancourt.
En el discurso, inspirado por su habitual musa historicista, el comandante
se dedicó por millonésima vez a resaltar los aspectos negativos
acontecidos en la vida de la Isla entre 1902 y 1959. En un momento de exaltación,
ya próximo a terminar su alocución, el máximo líder
apeló a su técnica favorita: la historia comparada. Su salomónico
mecanismo es éste: mientras ahora (junio de 2002, siglo XXI) ¡¡gracias
a la revolución!! los niños de tres provincias orientales disponen
de 13,394 televisores para su enseñanza, antes de 1959 (cuando las
transmisiones audiovisuales estaban todavía en pañales) los niños
cubanos no disponían siquiera de un televisor en las aulas.
Es más o menos como decir que mientras los niños de ahora,
gracias a la revolución (que no ha inventado ni una chivichana) conocen
la computación, los niños cubanos de 1930 no tenían una PC
al alcance de sus manos.
En sus conferencias de historia, el comandante pasa por alto "algunos
detalles", como por ejemplo, que Cuba fue pionera en Latinoamérica
de la televisión, y ya en la década de 1950 tenía uno de
los promedios de televisores por habitante más altos del mundo.
Entre otros muchos detalles también olvidó decir que, mientras
en la Cuba republicana un pobre del montón podía comprarse tres
libras de carne con su salario de un día, hoy un esforzado proletario
tendría que trabajar por lo menos 5 jornadas para comprar sólo una
(40 pesos), y prepararse para ir a la cárcel, pues el libre consumo de
carne de res fue penalizado por las leyes de la revolución de Castro.
En su columna, el colega de Granma Rolando Pérez Betancourt tocó
la misma cuerda y produjo la misma música que su comandante en jefe. Sus
teorías pueden encerrarse en aquel slogan -sarcasmo que escuchamos
mientras crecíamos y por varias generaciones: ¡Qué república
era aquélla!
Se da por sentado que la clásica frase estigmatiza e identifica al
período republicano con la corrupción, la miseria, la explotación,
el desalojo, los desposeídos y todo lo aborrecible que hasta entonces había
creado la vanguardia del homus malevulus. Pero, por problemas con la matrícula,
esa escuela ya no funciona muy bien. Para la mayoría de los cubanos lo
que importa no son las tristezas del pasado sino las calamidades de la
actualidad. La pobreza, el desempleo, la desesperanza, el miedo y la ausencia de
libertades básicas. No son tipicidades pretéritas, sino realidades
tan contundentes y extendidas que no hay nacional que pueda eludirlas.
Para la mayoría de los cubanos no está claro -ni es de su
interés- si hubo o no nepotismo en el gobierno de Grau, y si fue corrupto
Estrada Palma o José Miguel Gómez. Lo que sí sabe todo el
mundo en la Isla es de sus salarios miserables, de los hoteles segregados
imposibles para cubanos, de la lucha que significa conseguir un plato de comida,
de las prohibiciones que pesan sobre la libre expresión, de la falta de
oportunidades y de derechos, de los privilegios ostentosos que disfruta la clase
gobernante, y del trabajo sucio de sus sargentos políticos que los
mantienen en el poder a fuerza de amenazas y represión.
Contra las incertidumbres del pasado se impone, con su carga de evidencias,
la rotundez del presente. Los señores -compañeros del oficialismo
pueden ya darse por enterados. Están descubiertos. Nada puede su niebla
contra el monte, salvo esconder su tamaño por un rato. Y su rato ya está
terminado.
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