La
trabajadora cubana en el renovado período especial
Miriam Leiva
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La mujer cubana, luego de vivir las
vicisitudes del llamado período especial durante doce años, siente
frustradas sus esperanzas de mejorar sus condiciones existenciales,
principalmente la calidad de vida.
El verano de 2002 se anuncia como el inicio de una etapa de recrudecimiento
de las carencias cotidianas. El 3 de junio se anunciaron fuertes incrementos de
precios en las tiendas de venta en divisas, llamadas popularmente shoppings,
entre los cuales sobresalen los aumentos aplicados a los alimentos, que varían
de cinco a diez por ciento. Sólo algunos fueron rebajados centavos.
En el decursar de los últimos 43 años, la mujer fue convirtiéndose
en artífice de milagros culinarios, en tanto que los productos vendidos
por la libreta de racionamiento iban siendo reducidos.
A cada rimbombante anuncio de planes agrícolas, pecuarios o
industriales, el entusiasmo se tornaba en expectación hasta que
transcurrido un tiempo los resultados se malograban por quien sabe qué
deficiencia.
Por fin el sagaz Estado encontró la fórmula mágica: las
shoppings. Cualquiera podía soñar que súbitamente todos seríamos
el Rey Midas y lo que tocáramos se convertiría no en oro sino en dólares.
Pero el dinero continuó siendo escaso, sólo que lo era más
porque al cambiar los pesos por dólares estaba más depreciado cada
día. Los precios resultaron elevados e irracionales, mientras muchos
productos del antiguo sistema de racionamiento únicamente se han podido
obtener allí.
Los salarios de las trabajadoras no alcanzan hoy, aunque la lista de
necesidades se ajusten y las cuentas se vuelvan a sacar. Por ejemplo,
mensualmente las médicas ganan entre 285 y 525 pesos (de 10.55 a 19.44 dólares),
las maestras alrededor de 300 pesos (11 dólares); una obrera
despalilladora de hojas de tabaco recibe un salario mínimo de 120 pesos
(4.44 dólares) que puede llegar a 180 ó 200 pesos (entre 6.66 y
7.40 dólares), según el cumplimiento de la norma.
Por otra parte, la limitada cantidad de mujeres que recibían las "jabas
de estímulo" en sus centros laborales, las han perdido hace meses.
Se trataba de artículos de aseo personal o doméstico que se
adicionaban al salario, principalmente en empresas mixtas o vinculadas al sector
turístico.
A ello se añade que tanto la mujer trabajadora como su familia, y muy
en especial los niños, que crecen inexorablemente, deben calzarse y
vestirse. Los precios inflados de la shoppings ahora reciben "tan sólo"
un incremento del diez por ciento en esos productos.
Las caras preocupadas, necesitadas de hidratación y cuidado de la
mujer cubana, se tensan más cada día. Cuando ella sale
apresuradamente en la mañana para dirigirse al trabajo no sabe qué
le deparará el transporte, no sabe si podrá encaramarse en un
atestado ómnibus normal o atrapar un rugiente "camello", donde
se hacinan por lo menos unas 250 personas.
En el centro de trabajo el calor resulta sofocante y si tiene aire
acondicionado no se puede conectar ahora para cumplir la política de
ahorro. El almuerzo en el comedor es escaso y mal confeccionado. Si atiende público,
su estrés puede provocar maltrato, y si el usuario también lo
sufre, los altercados a veces llegan al paroxismo. No faltan las reuniones.
Cuando regresa al hogar, exhausta, debe encarar la cocina y otras labores
domésticas sin contar con equipos auxiliares, le espera la atención
a los hijos y el resto de la familia.
De su abnegación se ha hablado mucho en Cuba. Más que
reconocimientos abstractos, a las mujeres en general deben darse las verdaderas
condiciones mínimas que merecen.
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