Memorias de
la Plaza (XXXIX)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La segunda parte de Memorias de la
Plaza es, más bien, el diario de un preso. La Plaza fue la patria de mis
esfuerzos de feriante pobre que batallaba porque el hambre no fuera otro
habitante de mi casa. Allí fui feliz, tuve amigos y crecí. Me enseñó
que las pisadas no se acaban donde termina un camino.
El día que la policía política me dijo que hasta que no
cesara de escribir no me concedería el permiso de salida creyeron haberme
clausurado los caminos. Las piernas no me temblaron. Se sintieron dueñas
de pisadas nuevas.
"¿Cómo piensas resistir?" -me había preguntado
Yolanda. No supe responderle en ese momento. Realmente no lo sabía.
Confiaba únicamente en mis potencialidades inéditas. Mi voluntad
tendría, una vez más, que darme pruebas de reciedumbre.
El ser humano está entrampado en sus azares como en un laberinto. Ha
de saltar escollos para hallar salidas. Del otro lado está el abismo o la
luz. Hay que saltar para no quedar por siempre atrapado en el dédalo.
Esa era la disyuntiva. Si permanecía escribiendo me privarían
de mi derecho de marcharme; si renunciaba a mi derecho de expresarme, se ahogaría
en mí el ser humano que creo, aspiro a ser. Jugué la carta de no
permitir que me silenciaran.
Por no callar era que me habían acorralado hasta a obligarme a la
decisión de marcharme. Por no callar ahora me obligarían a
permanecer como castigo a mi desobediencia. Juzgué la paradoja y los dejé
rodar por ella. En lo adelante serían los responsables de mi voz. Ellos
me sumirían en el sufrimiento y yo lo contaría.
En un principio pensé que se trataba, alojada en algún recinto
rebelde de mi subconciente, de la idea de no admitir que me expulsaran de mi
patria y por ello respondía de un modo que le parecía absurdo a la
mayoría de las personas que me conocen.
Traté de explicármelo y concluí que la patria no es
para mí ese manojo ridículo de símbolos que la propaganda
oficial maneja como recursos de embrujo social para embobecer, enfebrecer,
apaciguar las conciencias.
Mucho más, y más personal, es la patria. Cada ser humano tiene
su patria íntima, la soñada, la fomentada con sus vivencias y
recuerdos.
Mi palma no se parece a la del tirano. Mi Martí no dice sus versos en
el tono que los escucha el dictador. Mi bandera flota en un cielo que no
enturbio con la opresión. De esos símbolos no escapo aunque me
marche, nadie puede partir de sí mismo. Esa es mi patria.
Y mi patria, desde la niñez, la fundé con un coscorrón
de mi maestra, un libro que me obsequió mi abuelo, la novia que en un
parque me brindó sus rubores. Nadie puede despojarme de ella. No gobierno
mi patria con mano fiera, ella me habita; no soy dueño de ella, ella me
manda.
Cuando amanezco triste la recompongo. Hago cantar al tomeguín que
perseguí en el monte. Le devuelvo el rumor al río en que aprendí
a nadar. Levanto la casa en que mi madre nos sanaba el rasguño de la piel
y del alma. No importa si me halle en París o Morón. Es una patria
hermosa donde borro dolores y enmiendo mis fracasos.
Es un juego esplendente ése de salvar en la memoria la patria que uno
mismo es. Nadie la impone ni nadie la retira. Sobre esa patria no imperan los
sultanes. Comprende uno que es patriota de la belleza y de la libertad, y que ésa
es la patria más vasta.
Indomable me torno a mis sicarios. Los veo arder de odio. Su asedio es sólo
rejas. Y las rejas no logran abatirme. No pueden impedirme que sueñe y
que recuerde. Se saben imponentes y apelan al martirio. No llagan mis espaldas
ni oprimen mis pulmones, aspiran solamente a dejarme sin piernas, a sellar mis
caminos.
Y es cuando se yergue mi patria personal. Fulguro en ella. Soy de nuevo el
chicuelo que estrena su existencia. Soy de nuevo mi monte, mi tomeguín,
mi río. Soy otra vez mi casa, mis novias y mis libros.
Un año y siete meses de fuerza colosal contra un mínimo sueño,
debía ya matarlos la vergüenza. Los alguaciles del miedo, los
caciques del terror, el sultán de la comarca, no han podido acallar el
humilde fluir del caramillo de un modesto pastor de la entereza. Ellos debían
saberlo. Las rejas no detienen la música del alma.
Así es que he resistido, así resistiré.
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