Memorias de
la Plaza (XXXVIII)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - "La vida empieza todos los días".
Fueron las palabras que le dije a Bartolo, el peluche rescatado.
Lo dije con convicción, con entereza. Pero estaba persuadido de que
eran palabras salidas de ese recóndito lugar del subconciente donde uno
guarda las esperanzas. Eran unas palabras que, como muletas en el instante
desesperado, apuntalan el espíritu para que no se derrumbe en el momento
en que nuestros enemigos nos creen ya vencidos.
El ser humano no es un muñeco que pueda remendarse sin que las
cicatrices palpiten, aúllen de dolor. Las cicatrices en los seres humanos
no son sólo marcas indelebles sobre la piel lacerada, son la historia de
las heridas, los rostros de quienes las infligen, el sitio donde las provocan,
las armas que usan.
Y mis heridas aún estaban ahí: sanguinolentas, supurantes,
enconadas, hurgadas con saña por los torturadores que no ven en sus víctimas
más que peleles reducidos por su voluntad feroz. Y se tornaban más
salvajes porque alcanzaban a mi familia.
Las heridas físicas sanan rápido y hasta se olvidan con
facilidad. Las heridas morales suelen ser más sanguinarias. Sedimentan en
la conciencia una carga de impotencia que, de no saberla sobrellevar, puede
aplastar. Mis atormentadores lo saben. Tienen mi perfil psicológico.
Conocen mi sensibilidad. Por ahí atacan.
Nada conseguirían apaleándome, apedreando mi casa, enviando a
sus paramilitares, disfrazados de "pueblo enardecido", de "turba
sin control" a golpearme y gritarme improperios. Ese recurso no dio
resultados en su momento. Más bien, les trajo un alto costo político.
Se vieron obligados a refinar sus métodos de opresión. Así
actúan ahora, aunque tengan latentes los deseos de ser brutales.
No les hace falta al gobierno cubano escuadrones de la muerte. No desean, en
situación económica tan frágil, mártires que puedan
ser tomados como banderas. Su asesinato es social. Hay que hacerlo saber,
mostrarlo en toda su monstruosidad. Reducen a sus opositores a cadáveres
vivientes. Los encierran en una rutina inocua privándolos de toda
libertad de acción, de todo derecho a interactuar con su medio natural.
Hablan de ellos sólo para difamarlos, cuando necesitan escudar sus
atrocidades frente a la opinión pública, sobre todo internacional.
Los obliga a moverse en un círculo vicioso que los desgasta y
desequilibra.
El peligro para la vida que corren los opositores cubanos no es el riesgo
tradicional de morir asesinados por el régimen, aunque pudiera ocurrir de
una manera enmascarada, es el de morir lentamente en sus hogares mientras
batallan en el anonimato en que los sumen las fuerzas represivas de nuevo corte.
Sin posibilidades de defender sus derechos a nivel legal, privados de un
empleo realmente remunerativo, que les permita afiliarse a un sindicato
independiente que vele por ellos, maniatados sus pensamientos con la
imposibilidad de acceder a los medios de información masiva, satanizados
por la propaganda oficial sin la más remota posibilidad de réplica,
impedidos de ser representados en un parlamento unipartidista que prohibe
cualquier otra asociación política, despojados de la factibilidad
de organizar manifestaciones y actos públicos que los haga presentes en
la drogada conciencia nacional, son presas fáciles de la inexistencia.
Los condenan, con leyes excluyentes, a la categoría de ánimas
solitarias de las cuales, alguna que otra vez, y sin que ellos puedan asistir,
se oyen sus nombres fantasmales en foros internacionales, asordinados luego
dentro del país por la avasalladora maquinaria de la propaganda oficial.
Cuando alguno, como yo, mordido por la impotencia a que nos somete el régimen,
hastiado del encarcelamiento social, asqueado de tanta estulticia politiquera
con máscara de mesianismo, temeroso de perder la vida en la más
absoluta inutilidad, decide escapar de la prisión que es el país
entero, y por lo cual los más exasperados reos intentan fugarse
exponiendo sus vidas en las aguas del Estrecho de la Florida, aparece entonces
el carácter vengativo de los apóstoles del odio y te condenan a un
segundo período de encierro, que puede prolongarse indefinidamente, y uno
cae en la cuenta de que en Cuba la vida acaba todos los días y que
debemos, como a Bartolo, el peluche de mi hijo, remendarnos para no morir a cada
paso.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|