A paso de
bastón: pregones clandestinos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Mientras la calle habanera aún
comenta y, a su modo, despotrica sobre la reciente reforma de precios efectuada
en las tiendas de recaudación de divisas, el mundo real de la Cuba
subterránea continúa en sus tratos y quehaceres, lo que da la
impresión de que se vive en dos países al mismo tiempo. Una Cuba
oficial, pletórica de absurdos y que un amigo describe como auténtico
potrero, y una Cuba profunda donde la gente crea y hasta viola reglas no
escritas en papel alguno.
Esa Cuba sorprende a cada minuto. Colegas y amigos se han cansado de gastar
bromas acerca de un cartel que coloqué en la puerta del apartamento donde
resido, en el cual aviso a quien aparezca que este periodista no se dedica a la
venta de tatuajes desechables, esas calcomanías que principalmente los niños
y las mujeres adhieren a sus pieles. Cuba profunda, individualizada en un
vecino, me envió a decenas de clientes, confundidos con el verdadero
lugar de las ventas.
Junto a esos clientes de puerta equivocada, una Cuba subterránea
recorre La Habana por medio de un ceremil de vendedores clandestinos, bien
especializados en comerciar sus mercancías al pie de los hogares. Por algún
lado leí que en Santiago de Cuba son muy populares. Pero sólo
ahora, cuando resido en un apartamento de planta baja que les facilita el
trasiego, pude comprobar cuán extendida se halla este lado de la economía
informal isleña en mi ciudad.
Llegan sin previo aviso y se anuncian en los pasillos con sus pregones
clandestinos. En la calle, a pleno sol, no gritan sino que van buscando los
recovecos de los edificios, los sitios interiores de una cierta intimidad
posible entre vendedores y compradores. Poco a poco, unos y otros se van
conociendo y así establecen relaciones comerciales firmes. Con el tiempo,
aunque nunca desaparece el pregón, los vendedores saben a cuáles
puertas llamar.
¿Qué mercan los clandestinos pregoneros? Ante todo, alimentos:
huevos y quesos, dulces clásicos de la repostería criolla como son
los pasteles de guayaba y las panetelas borrachas, sin dejar de lado a los
masarreales y las yemitas. Uno de ellos se especializa en vender las meriendas
que le dan a los trabajadores de algunas empresas de capital mixto, y otro de
los más inesperados hace honor a la ecología, pues se especializa
en comerciar aromatizantes para usar en baños y cocinas. Sustancias de
olor realmente agradable merca el hombre, preparadas artesanalmente, envasadas
en cualquier botella plástica y diríase aderezadas con la
curiosidad de establecer relaciones con los clientes para recuperar los envases.
Tipo de asombro, este pregonero clandestino. He recorrido el barrio en busca
de un sitio donde poder hasta regalar desechos reciclables y este
microempresario privado hace lo que no hace el Estado con toda su parafernalia.
He intentado por vocación ecológica deshacerme civilizadamente de
mis desechos y no he podido. Pero este hombre, incluso desde su pobreza, da
lecciones de economía que ningún ilustre catedrático negaría
como sabias. Misterios cubanos de la economía informal, más allá
de esa paradoja viva significada por la simple existencia de un pregón
que debe gritarse en situación clandestina.
¿Y cómo son esos pregones? Pues como son en Cuba. Ocurrentes,
humorísticos, dotados de una especial musicalidad, de un ritmo que invita
a la compra sin dejar de informar sobre la difícil vida de quien pregona
en una extraña combinación de oferta comercial y solicitud de
ayuda, porque los pregoneros clandestinos son pobres, muy pobres. Quizás
por ese motivo tengan sus relaciones con los clientes un toque de solidaridad en
la desgracia compartida. Sólo en Cuba, sólo en Cuba una médica
de diplomas y especializaciones se ve obligada a hacer de manicure para de algún
modo completar su economía y alimentar a su hija, que a su vez reclama
los dulces de los pregoneros de pasillo. Entonces, por esos mundos se crean
nuevas relaciones y ocultas complicidades. Tantas, que el esposo de la médica,
un oficial de policía, prefiere ir a tomar el aire cuando escucha el pregón
de los clandestinos.
Así pasa en Cuba, la profunda.
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