CUBANET .INDEPENDIENTE

10 de junio, 2002


A paso de bastón: pregones clandestinos

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Mientras la calle habanera aún comenta y, a su modo, despotrica sobre la reciente reforma de precios efectuada en las tiendas de recaudación de divisas, el mundo real de la Cuba subterránea continúa en sus tratos y quehaceres, lo que da la impresión de que se vive en dos países al mismo tiempo. Una Cuba oficial, pletórica de absurdos y que un amigo describe como auténtico potrero, y una Cuba profunda donde la gente crea y hasta viola reglas no escritas en papel alguno.

Esa Cuba sorprende a cada minuto. Colegas y amigos se han cansado de gastar bromas acerca de un cartel que coloqué en la puerta del apartamento donde resido, en el cual aviso a quien aparezca que este periodista no se dedica a la venta de tatuajes desechables, esas calcomanías que principalmente los niños y las mujeres adhieren a sus pieles. Cuba profunda, individualizada en un vecino, me envió a decenas de clientes, confundidos con el verdadero lugar de las ventas.

Junto a esos clientes de puerta equivocada, una Cuba subterránea recorre La Habana por medio de un ceremil de vendedores clandestinos, bien especializados en comerciar sus mercancías al pie de los hogares. Por algún lado leí que en Santiago de Cuba son muy populares. Pero sólo ahora, cuando resido en un apartamento de planta baja que les facilita el trasiego, pude comprobar cuán extendida se halla este lado de la economía informal isleña en mi ciudad.

Llegan sin previo aviso y se anuncian en los pasillos con sus pregones clandestinos. En la calle, a pleno sol, no gritan sino que van buscando los recovecos de los edificios, los sitios interiores de una cierta intimidad posible entre vendedores y compradores. Poco a poco, unos y otros se van conociendo y así establecen relaciones comerciales firmes. Con el tiempo, aunque nunca desaparece el pregón, los vendedores saben a cuáles puertas llamar.

¿Qué mercan los clandestinos pregoneros? Ante todo, alimentos: huevos y quesos, dulces clásicos de la repostería criolla como son los pasteles de guayaba y las panetelas borrachas, sin dejar de lado a los masarreales y las yemitas. Uno de ellos se especializa en vender las meriendas que le dan a los trabajadores de algunas empresas de capital mixto, y otro de los más inesperados hace honor a la ecología, pues se especializa en comerciar aromatizantes para usar en baños y cocinas. Sustancias de olor realmente agradable merca el hombre, preparadas artesanalmente, envasadas en cualquier botella plástica y diríase aderezadas con la curiosidad de establecer relaciones con los clientes para recuperar los envases.

Tipo de asombro, este pregonero clandestino. He recorrido el barrio en busca de un sitio donde poder hasta regalar desechos reciclables y este microempresario privado hace lo que no hace el Estado con toda su parafernalia. He intentado por vocación ecológica deshacerme civilizadamente de mis desechos y no he podido. Pero este hombre, incluso desde su pobreza, da lecciones de economía que ningún ilustre catedrático negaría como sabias. Misterios cubanos de la economía informal, más allá de esa paradoja viva significada por la simple existencia de un pregón que debe gritarse en situación clandestina.

¿Y cómo son esos pregones? Pues como son en Cuba. Ocurrentes, humorísticos, dotados de una especial musicalidad, de un ritmo que invita a la compra sin dejar de informar sobre la difícil vida de quien pregona en una extraña combinación de oferta comercial y solicitud de ayuda, porque los pregoneros clandestinos son pobres, muy pobres. Quizás por ese motivo tengan sus relaciones con los clientes un toque de solidaridad en la desgracia compartida. Sólo en Cuba, sólo en Cuba una médica de diplomas y especializaciones se ve obligada a hacer de manicure para de algún modo completar su economía y alimentar a su hija, que a su vez reclama los dulces de los pregoneros de pasillo. Entonces, por esos mundos se crean nuevas relaciones y ocultas complicidades. Tantas, que el esposo de la médica, un oficial de policía, prefiere ir a tomar el aire cuando escucha el pregón de los clandestinos.

Así pasa en Cuba, la profunda.


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