Memorias de
la Plaza (XXXVII)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Yolanda remendaba un peluche que
Gabriel había destripado en sus retozos. La envolvía la augusta
luz de la pobreza asumida con dignidad. Un soplo de amorosa maternalidad emanaba
de cada puntada. En sus movimientos, leves, precisos, no había desencanto
ni rabia. Más bien la impulsaba una beatitud serena, una dedicación
celestial. Zurcía el juguete como si curara un rasguño en la piel
del hijo. Parecía redimida de los padecimientos a que nos sometía
la crueldad de nuestros torturadores.
Cuando el niño supo que nos marcharíamos del país, de
la casa -nos habíamos cuidado mucho, durante dos años, de que no
tuviera noticias del proyecto- y que no podría llevarse sus juguetes con él
-no lo permite la aduana a quienes abandonan Cuba- en un acto de altruismo
pueril, comenzó a regalarlos entre sus amiguitos del barrio y sus primos
de Morón. Sólo el peluche al que se abrazaba en sus noches de sueños
apacibles permaneció a su lado como un trofeo salvado de la catástrofe.
Era un oso de peluche. Un oso de ojos fijos y la panza abultada. Ya uno de
los ojos se había extraviado por la casa, y de la barriga, como un grito
de horror, le brotaba el algodón blanquísimo. Yolanda lo salvaba
del abandono y la soledad. Gabriel no lo quería mutilado. El lo amaba
perfecto.
Bartolo se llamaba el oso. Y Bartolo resucitaba entre las manos tiernas de
Yolanda. Yo la vi en el supremo acto de devolverle la vida. Para entonces yo no
era el venturoso mercachifle del negocio de libros viejos en la Plaza de Armas
que, todos los meses, provocaba el alborozo de mi hijo con un juguete nuevo. Era
el prisionero amargo que querían mis carceleros.
"Si pudiera le compraba otro" -dije con la voz desmoronada.
"El no quiere otro. Este es el que ama" -me respondió
Yolanda y continuó en su labor de rescatarle la fantasía al niño.
Había vuelto el invierno. Un aire frío, húmedo nos
llegaba desde la costa. El mar restallaba su furor contra los acantilados. El
cielo se vestía de un plomo añejo. Hacía un año que él
esperaba por el viaje prometido. Yo lo había llevado a su escuela en la
mañana. El indagaba. Yo no sabía cómo explicarle que nos
tuvieran prisioneros. El cree que su padre todo lo puede, todo lo sabe. No
existe niño criado con amor que no aspire a que su padre sea el más
fuerte, valiente, honrado, inteligente. Cómo evitar que supiera que
deseaban satanizarme, que pretendían despojarme de todas las virtudes.
"Papá, ¿por qué no te dan la Tarjeta Blanca?"
-me había preguntado.
"Porque Fidel Castro y sus policías me odian".
"¿Y por qué te odian?"
"Porque yo no los quiero, porque no creo en ellos".
"¿Entonces Dios nos quiere porque creemos en él?"
"Dios nos amaría aunque no creyéramos en él. Tiene
el poder eterno y la piedad eterna. Los tiranos son los impíos porque
saben que su poder es efímero".
Me tomó de la mano y caminamos en silencio. Sentí cómo
mi mano se tronaba para él en el sitio más seguro. Marchaba
confiado, se creía protegido. Yo sabía cuánto de indefensión
nos envolvía, cuánto de peligro nos acechaba. El menor descuido
podría destruir nuestra familia, convertirnos en seres aún más
desgraciados.
De regreso a la casa vi a Yolanda sanando los desgarrones del peluche y tuve
la sensación de que todas las fuerzas divinas se derramaban sobre nuestro
hogar para protegernos. La unción con que mi esposa salvaba el juguete más
amado por mi hijo fue como un bálsamo sobre las heridas que me abrían
nuestros celadores. Me sentí también remendado para recomenzar.
Al dar la última puntada lo alzó como a un recién
nacido. Los ojos le fulguraban como si también fuera la madre del
peluche. Lo besó con la gracia de una niña mimosa. En una carantoña
que borraba todo el dolor juntó su nariz a la del muñeco la vi
prodigar todo el amor que yo le conocía. Lo arrulló con orgullo y
luego me lo mostró.
"Hola, Bartolo -le dije al oso- la vida empieza todos los días".
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|