Confesiones
de un ex periodista oficioso
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - "Ya tengo la tarjeta blanca de
salida del país. Trabajé hasta hace muy poco. Hoy no me pesa
absolutamente dejarlo todo detrás".
Llamémosle A o R, igualmente pudiera ser una socorrida X para
despejar. La fuente no debe ser revelada. Por su seguridad. Generalmente, los
informadores que no trabajamos para el régimen cubano procedemos así.
Son los gajes de este oficio.
El más puro azar fue el actor que nos empujó a encontrarnos.
El otro ingrediente para desencadenar el diálogo fue mi deseo de pagar
una confesión con otra. Y un tanto la curiosidad por observar su reacción
al lanzarle a la cara: "También soy periodista, pero independiente".
Curiosidad pagada con creces en realidad. Mi declaración motivó, más
que su admiración, curiosidad por saber quién soy, cómo
trabajo, mis vínculos...
Caminábamos por Prado a la altura de esa mole que es el Capitolio y
un muro sirvió de asiento para acomodar una conversación
prometedora de real interés.
"Trabajé muchos años en medios de comunicación. He
vivido comiéndome un cable. Ahora me saqué el bombo (así
llaman popularmente en Cuba al sorteo de visas estadounidenses). Tú estás
bien. Ganas buen dinero. Seguro cobras en la Oficina de Intereses donde yo fui a
buscar la visa. Pero tienes problemas con la policía... Nunca pensé
meterme en eso de los periodistas independientes. Quiero resolver mis problemas.
No buscarme otro más. Trabajé muchísimo. Por un plan temático
fijado por los jefes de los jefes, de los jefes... siempre en la línea
triunfalista, elogiosa, sin ninguna crítica... ni la más mínima.
Incluso, cuando iba a reportar algo tenía que hacerlo con mucho cuidado.
Cualquier jefecito, jefe o jefazo podía enojarse. Siempre hay problemas
con lo de criticar en los medios. Cualquiera se ofende. Lo que más me
molesta es la mentira... sabemos que es mentira y la afirmamos. Tremendo
conflicto de intereses, ¿sabes?, y no pasa nada. Cuando me hicieron miembro
de la Unión de Periodistas y Escritores de Cuba, me dio pena. Conmigo
mismo. Oye... ¿y ustedes tienen de todo, computadoras, grabadoras ..?"
Ya la conversación en ese punto, decidí intervenir. Había
bastante interés por su parte en conocer un poco de la vida profesional
de alguien convertido por la media oficial en la imagen negativa de lo que él
había sido "hasta hace muy poco".
Comencé por explicarle que no ganaba todo el dinero que pensaba, ni
cobraba un sueldo en la Oficina de Intereses, ni mucho menos tenía
computadora, ni papel, ni cámara fotográfica. Una simple máquina
de escribir vieja, traqueteada, y los deseos imparables de escribir. Le conté
los tropiezos que tuve con los "muchachones" de la policía política,
de los riesgos que he corrido y de la presión que ejerce sobre nosotros
esa Ley 88, la conocida por Mordaza. Del cansancio de escribir durante seis años
sin parar. De la satisfacción de no dejarme manipular por nadie y por
contar la realidad. No obvié los desencantos, cuánto me falta por
hacer y ser para alcanzar un nivel más alto en el trabajo informativo,
las dificultades cotidianas acrecentadas por eso de ser "independiente".
"No espero poder trabajar como periodista cuando llegue allá...
por lo menos el primer y segundo año tendré que hacer cualquier
cosa. Ya veré. Pero creo que tendré que aprender de nuevo. Aquí,
tú sabes que no se hace periodismo. De lo que uno aprende a lo que uno
hace... es increíble" -afirmó con la vista dirigida hacia un
punto lejano.
Ahora ya era noche cerrada. El tono rojizo del cielo presagiaba la
posibilidad de lluvia. Era preciso despedirnos. Enrumbamos hacia el parque
vecino al Capitolio. Un "camello", el transporte colectivo por
excrecencia no por excelencia, cargaba a los pasajeros en la esquina.
"Si no volvemos a vernos, que tengas suerte. Y cuídate"
-expresó a guisa de despedida.
Le deseé una pronta partida definitiva y un buen viaje. Tendí
mi mano y la estrechó con fuerza. Miró hacia el "camello".
Se volvió para sonreírme, y le escuché decir que se
alegraba de haberme conocido.
Los primeros goterones hicieron realidad lo que un minuto antes era sólo
presagio. Abrí mi paraguas plegable. Un chofer había detenido su
auto en busca de pasaje. Junto a otras personas a la caza de transporte, también
corrí hacia el vehículo.
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