Salón
H
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, junio (www.cubanet.org) - ¿Se acuerdan del reciente artículo
"Pan con
Tortilla"? Pues bien, uno de los lugares donde estaban vendiendo ese
pan con tortilla hasta hace pocos días era en el conocido restaurante y
cafetería Salón H, frente al Parque Central de La Habana; que de
restaurante y cafetería ya no quedaba ni la sombra.
Han cerrado el Salón H. Esta es la ultima noticia por estos predios.
Aunque en honor a la verdad, lo que clausuraron fue un tugurio solo concebible
en países donde no existe la propiedad privada y todo lo maneja un estado
totalitario que frena el ingenio personal de individuos que no gozan de los
privilegios de la libertad de empresa.
Ahora dicen que lo convertirán en pizzería donde se pagará
con dólares. Esto tiene lógica. Hermosos locales que rodean el
monumento a José Martí: Hotel Sevilla, Hotel Parque Central, Hotel
Telégrafo, Hotel Inglaterra, se han pasado al bando del dólar.
Ahora solo queda un pequeño establecimiento que expende alcohol barato
por detrás del cine Payret, haciendo esquina con la calle Zulueta y San
José, frente al antiguo Centro Asturiano, hoy convertido en Museo de Arte
Antiguo.
Este sobreviviente en moneda nacional probablemente también sea
transfigurado por el poder del dólar.
El sábado y el domingo no salí de casa. Estoy escribiendo otro
libro. Además, la calle, con un sol tan fuerte, se convierte en campo de
batalla de modo muy especial para los que no tienen ni dinero cubano ni dinero
norteamericano. Pero hoy tuve que salir a comprar una frazada de limpiar el piso
y una cuchilla de afeitar.
- La calle se ha vuelto a poner mala -comenta el cubano de a pie. No hay
modo de conseguir el dinero necesario para sobrevivir a través de un
trabajo honrado sin tener que hacer trampas.
Los que se salvan un poco son los que trabajan en los establecimientos área
dólar. Pero no crean que es fácil. Para conseguir dólares
en estos establecimientos, si no son establecimientos de lujo para extranjeros,
hay que 'lucharlos' engañando al cliente con pequeñas trampitas
como ésta:
Cuando llegué a una tienda cercana al Parque Central solicité
una cuchilla de afeitar al precio de 30 centavos de dólar. Saqué
la cartera y extraje el menudo exacto. Cuando me marchaba pregunté si había
frazadas de limpiar el piso. La empleada me respondió que le quedaba una,
y extendió la mano para señalar el lugar donde se encontraba. Miré
su precio: 90 centavos.
- La compro -dije, y le entregué un viejo billete de cinco dólares.
La empleada me entregó la frazada de piso metiéndola dentro de
una bolsa de nylon, fue hasta la caja contadora con mi billete, y cuando regresó
depositó sobre el cristal del mostrador una moneda de 10 centavos.
- ¡Joven! -exclamé.
- ¿Si? -preguntó ella.
- Yo le entregué a Ud. un billete de cinco dólares.
La muchacha hizo un gesto teatral de perplejidad que me pareció real.
Regresó a la caja automática contadora con aire de filosofía,
tomó unos billetes y regresó para entregarme tres billetes de a un
dólar auténticamente norteamericanos y un billete de los que el
pueblo ha puesto el mote de chavitos, por valor de un dólar. De inmediato
tomé los tres dólares, pero señalando al chavito, dije:
- Ese billete no lo acepto.
- Tendré que entregarle el dólar en menudo.
- De acuerdo.
Y la muchacha me entregó diez monedas de diez centavos, que por una
cara tienen al Castillo de la Fuerza con la Giraldilla sobre una torreta, y por
el otro lado el escudo nacional.
En ese establecimiento hay dos cajas contadoras. Una recauda el dinero de
las bagatelas: caramelos, chicle, leche en polvo, barritas de chocolate, aceite,
leche condensada, café, ambientador para el hogar, bebidas alcohólicas;
y la otra caja contadora recauda la parte de los cárnicos.
Había varias personas más. Yo me demoré un poco en
abrir mi mochila para introducir la cuchilla de afeitar y la frazada de piso. La
empleada continuó atendiendo a otros clientes. Y antes de seguir
entregando vueltos por valor de uno o dos dólares, fue hasta la caja
contadora de los cárnicos y regresó con más billetes de a dólar
auténticamente norteamericanos. Esperé a que atendiera a más
clientes. En uno de esos vueltos vi cómo lograba soltar el chavito. Pensé
que la muchacha, cuando yo le dije que no me gustaban los chavitos, hubiera
podido hacer lo mismo: ir hasta la otra caja. Iba a decírselo, pero medité
que no valía la pena discutir con una persona que evidentemente está
realizando su trabajo con disgusto y no le importa satisfacer al cliente.
Estos calores son como una guerra, y todos están desesperados por una
situación que parece no tener salida.
Mientras tanto, cien años después de fundada la República
de Cuba, aquí tenemos a José Martí, rodeado de lujosos
hoteles donde hay que pagar en dólares y donde el cubano de a pie no
puede entrar.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
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