Memorias de
la Plaza (XXXVI)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - De buhoneros calificó Omar González,
ex director del Instituto Cubano del Libro, a quienes vendíamos alrededor
de la Plaza de Armas. Creo que es la mejor imagen que ha logrado como poeta. En
verdad éramos la viva estampa de la pobreza. Parecíamos unos
feriantes medievales que con nuestros rústicos parabanes de madera basta
y nuestras mantas tendidas sobre la acera luchábamos por escapar de la
angustia que un país arruinado por la mala administración volcaba
sobre sus pobladores. No podíamos ser más que agónicos
gorgoteros aferrados a nuestros libros viejos, del mismo modo en que un náufrago
desesperado se ase a la única tabla en medio del océano
enfurecido. Pero no éramos los únicos barateros.
Omar González no había vuelto la mirada hacia sus propios
empleados, quienes, también acogotados por las penurias desatadas por el
Período Especial, olvidaban su atildamiento de venturosos subalternos y
acudían a proponernos las últimas novedades salidas de sus casas
editoras a un precio más bajo, para que nosotros pudiéramos
venderlos con algo de ganancia. Era digno de ver cuánto de misterio y
premura revestían aquellas transacciones hechas en la mayor de las
clandestinidades.
Los escritores que se veían privados de publicar sus propios libros,
y aguijoneados por la precariedad a que los sometía la ausencia de los
ansiados derechos de autor, traían a nuestros ventorrillos lo más
valioso de sus bibliotecas particulares, fomentadas quizás con el mismo
amor con que yo había fundado la mía. Daba grima observarlos
regatear unos centavos más por ejemplares que les comprábamos más
por compasión, por solidaridad, que por el valor mercantil que tuvieran.
Fue la época en que muchos se despegaron de las primeras ediciones de
colegas renombrados.
Las bibliotecarias de toda la ciudad, y hasta algunas del interior del país,
se encaminaban por manadas a nuestros cuchitriles. Con sus libros sustraídos
de las bibliotecas públicas llegaban trémulas y sudorosas. Sus
salarios que, en épocas anteriores ofrecían una virtual solvencia,
habían terminado por convertirse en nada. No les quedaba otro remedio que
unirse a la pléyade de ladronzuelos que en todas las empresas del país
proliferaba.
El robo de minucias posibles en cada centro de trabajo era otro estatuto
disciplinario. Hurtar dejó de ser para los más golpeados por la
indigencia del país un conflicto ético. A nosotros nos era
doloroso rechazarles sus libros, pero muchos venían estampados con sellos
que acreditaban su pertenencia a instituciones estatales. Los turistas no
compraban ejemplares acuñados y los inspectores perseguían con
rigor esos volúmenes. Era peligroso comprárselos. Algunos libreros
que aprendieron los ardides para borrar los sellos se atrevían y ayudaban
a las bibliotecarias.
Otros oscuros mercachifles eran aquellos raros personajes que, más
camuflados que un soldado de campaña, nos proponían libros que ya
una vez habíamos vendido y sabíamos perfectamente que la aduana
del aeropuerto no permitía salir. Eran ejemplares valiosos y los comprábamos
una vez más, para, una vez más, vendérselos a un incauto
que los perdería en la aduana. ¿Quiénes eran nuestros
misteriosos proveedores? Nunca lo averigüé. No me interesaba. De algún
modo ellos también tenían que vivir.
Todos nos vendían a precios irrisorios para que nosotros pudiéramos
también vender a precios ridículos. Ese era el juego, el orden.
Pero Omar González, desde su mullida butaca en una oficina con
acondicionador de aire, una secretaria solícita que le servía café
en las mañanas y un auto esperándolo en los bajos del Palacio del
Segundo Cabo, mientras empleados editoriales, escritores, bibliotecarias morían
de hambre, nos miraba desde las ventanas del vetusto edificio y en un rebuscado
giro de lenguaje arcaico nos calificaba de buhoneros, cuando no éramos más
que unos afanosos buscavidas generados -más bien degenerados- por la
miseria en que se desmayaba la nación.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
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