CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de junio, 2002


Memorias de la Plaza (XXXVI)

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - De buhoneros calificó Omar González, ex director del Instituto Cubano del Libro, a quienes vendíamos alrededor de la Plaza de Armas. Creo que es la mejor imagen que ha logrado como poeta. En verdad éramos la viva estampa de la pobreza. Parecíamos unos feriantes medievales que con nuestros rústicos parabanes de madera basta y nuestras mantas tendidas sobre la acera luchábamos por escapar de la angustia que un país arruinado por la mala administración volcaba sobre sus pobladores. No podíamos ser más que agónicos gorgoteros aferrados a nuestros libros viejos, del mismo modo en que un náufrago desesperado se ase a la única tabla en medio del océano enfurecido. Pero no éramos los únicos barateros.

Omar González no había vuelto la mirada hacia sus propios empleados, quienes, también acogotados por las penurias desatadas por el Período Especial, olvidaban su atildamiento de venturosos subalternos y acudían a proponernos las últimas novedades salidas de sus casas editoras a un precio más bajo, para que nosotros pudiéramos venderlos con algo de ganancia. Era digno de ver cuánto de misterio y premura revestían aquellas transacciones hechas en la mayor de las clandestinidades.

Los escritores que se veían privados de publicar sus propios libros, y aguijoneados por la precariedad a que los sometía la ausencia de los ansiados derechos de autor, traían a nuestros ventorrillos lo más valioso de sus bibliotecas particulares, fomentadas quizás con el mismo amor con que yo había fundado la mía. Daba grima observarlos regatear unos centavos más por ejemplares que les comprábamos más por compasión, por solidaridad, que por el valor mercantil que tuvieran. Fue la época en que muchos se despegaron de las primeras ediciones de colegas renombrados.

Las bibliotecarias de toda la ciudad, y hasta algunas del interior del país, se encaminaban por manadas a nuestros cuchitriles. Con sus libros sustraídos de las bibliotecas públicas llegaban trémulas y sudorosas. Sus salarios que, en épocas anteriores ofrecían una virtual solvencia, habían terminado por convertirse en nada. No les quedaba otro remedio que unirse a la pléyade de ladronzuelos que en todas las empresas del país proliferaba.

El robo de minucias posibles en cada centro de trabajo era otro estatuto disciplinario. Hurtar dejó de ser para los más golpeados por la indigencia del país un conflicto ético. A nosotros nos era doloroso rechazarles sus libros, pero muchos venían estampados con sellos que acreditaban su pertenencia a instituciones estatales. Los turistas no compraban ejemplares acuñados y los inspectores perseguían con rigor esos volúmenes. Era peligroso comprárselos. Algunos libreros que aprendieron los ardides para borrar los sellos se atrevían y ayudaban a las bibliotecarias.

Otros oscuros mercachifles eran aquellos raros personajes que, más camuflados que un soldado de campaña, nos proponían libros que ya una vez habíamos vendido y sabíamos perfectamente que la aduana del aeropuerto no permitía salir. Eran ejemplares valiosos y los comprábamos una vez más, para, una vez más, vendérselos a un incauto que los perdería en la aduana. ¿Quiénes eran nuestros misteriosos proveedores? Nunca lo averigüé. No me interesaba. De algún modo ellos también tenían que vivir.

Todos nos vendían a precios irrisorios para que nosotros pudiéramos también vender a precios ridículos. Ese era el juego, el orden. Pero Omar González, desde su mullida butaca en una oficina con acondicionador de aire, una secretaria solícita que le servía café en las mañanas y un auto esperándolo en los bajos del Palacio del Segundo Cabo, mientras empleados editoriales, escritores, bibliotecarias morían de hambre, nos miraba desde las ventanas del vetusto edificio y en un rebuscado giro de lenguaje arcaico nos calificaba de buhoneros, cuando no éramos más que unos afanosos buscavidas generados -más bien degenerados- por la miseria en que se desmayaba la nación.

Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número cero", publicado por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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