Lo que queda
de La Habana
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - El colega y amigo de otros tiempos Ciro
Bianchi Ross, autor de varios libros y periodista de Juventud Rebelde, hizo
recientemente una crónica que me llamó mucho la atención.
La tituló "La Habana que queda" y se basó en los lugares
de esparcimiento de la capital que tanto él como yo y todo el que
transita por sus calles, sabemos que han desaparecido.
Ni siquiera el Barrio Chino puede decirse que se parece al otro, al
verdadero, al de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Lo mismo ha de decirse de La Rampa, Prado, la Esquina de Toyo, 23 y 12 ó
Galiano y San Rafael. Todo parece indicar que el destacado periodista Bianchi
Ross no sale de su casa después de las nueve de la noche, cuando La
Habana se envuelve en tinieblas y no hay barrio conocido donde pueda disfrutarse
de lugares agradables para comer, bailar o tomarse un trago.
No recuerdo cuándo se dijo exactamente que primero se hundiría
la isla en el mar... El asunto es que, tanto de día como de noche,
parece como si viviéramos en una isla hundida en el mar.
La Esquina de Toyo no vende pan caliente, el que se necesite, sino sólo
los gramos que corresponden diariamente a cada cubano, de pésima calidad
y con frecuencia sin su peso exacto.
La heladería Coppelia, en La Rampa, vende su helado con largas colas
en moneda nacional y en dólares de forma rápida y cómoda.
El mercado de Cuatro Caminos hasta de día da ganas de llorar.
Porque nada es como ayer. El comercio, controlado por el Estado, es un
cuadro tan lastimoso como La Habana en general. En una esquina ya nadie se
atreve a permanecer horas, porque un sinnúmero de edificios habitados
permanecen en peligro de derrumbe.
Sólo como quien no quiere la cosa, el colega Bianchi menciona que
otros muchos lugares no han tenido buena suerte, han quedado en el camino. ¿En
el camino, o por culpa del sistema? Claro que han perdido la razón.
Porque, ¿qué razón hay para concurrir, por ejemplo, a las
calles 23 y 12, cuando están más muertas que vivas, cuando las
pizzas se terminaron y el refresco que queda está caliente?
A estas alturas ya no se sabe ni dónde está el corazón
de La Habana, porque su palpitar no se escucha. Incluso el Prado, que siempre
fue el Prado desde mediados de 1800, hoy carece de atractivo, de alegría
nocturna.
Es posible que la calle Obispo, en la Habana Vieja, gracias al esfuerzo del
Historiador de la Ciudad se haya convertido en una arteria viva durante el día,
desde hace algunos años. Pero nada más.
El Cristo de La Habana, allá en lo alto, lo contempla todo en
silencio. También La Virgen del Camino, en el municipio San Miguel del
Padrón. Coincido, eso sí, con mi colega Bianchi en que, como
ninguna otra parte, en la Plaza de la Revolución se reúnen miles
de personas. Sólo que esas personas (casi todas) son llevadas allí,
y de allí salen, con las manos vacías, después de tantos años
de esfuerzos. Esto, sin duda, es lo que queda de La Habana: fracaso y sueños
inútiles. Sólo despiertos nos damos cuenta.
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