Memorias de
la Plaza (XXXIV)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Convencido de lo que se proponían
las fuerzas represivas cubanas, me preparé para resistir de la mejor
manera. Mi iban a sumir en la incertidumbre, en la espera desasosegada. Deseaban
que mi vida fuera un embobecedor fluir sin proyectos a ningún plazo, una
existencia expectante, dependiente de sus arbitrios y manipulaciones.
Cualquier persona sometida a una prolongada demora de sus planes, después
de una decisión trascendente para su vida, es presa fácil de la
impaciencia, de la desesperación, de la imprudencia, del error
incorregible.
Contra eso tenía que luchar.
La tortura física es cruel y dolorosa, y hasta puede conducir a una
muerte rápida que, a veces, en el clímax del sufrimiento, se desea
más que seguir soportando.
La tortura sicológica es apacible, lenta y despiadada, propia de un
sadismo más refinado, que no busca el dolor o la muerte repentina sino el
desequilibrio, la inestabilidad, la pérdida de la fe, de la autoestima y,
sobre todo, es más difícil de denunciar frente a un tribunal, ya
legal, ya ético o histórico.
Ellos habían elegido la segunda.
Negarme el permiso de salida del país, después que yo había
decidido marcharme, era, a su manera, tronchar la línea coherente de los
sucesos que había previsto. Suponían que me harían chocar
con lo inesperado, y eso provocaría en mí una reacción
desestabilizadora. No contaban con que me hubiera preparado para tal
eventualidad.
Había visto padecer a otros que antes de mí fueron sometidos
al mismo inescrupuloso, feroz suplicio, y de sus experiencias había
tomado lo más sensato y honroso para resistir. Pero los torturadores
creen que todas las personalidades son iguales y aplican los mismos mecanismos
presuponiendo que obtendrán los mismos resultados.
No me tomarían por sorpresa. Sería una puja larga entre mis
torturadores y yo.
A todos los opositores que por esa época fueron aprobados por el
Departamento de Refugiados de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en
La Habana, le aplicaron la misma deshumanizante, turbia, bochornosa picana. Debían
renunciar a sus actividades pacíficas, civilistas, como disidentes para,
pasado un tiempo -nunca prefijado ni conocido- concederles el permiso de salida.
La mayoría cedió frente a semejante presión. Con ello el
gobierno pretendía demostrar que a la oposición cubana no le
interesaba otra cosa que marcharse del país, que eran capaces de
renunciar a sus principios para obtener la dádiva de sus opresores.
Olvidaban que la gente sabe que las dictaduras pueden prolongarse
inconcebiblemente y que la lucha contra ella tiene que ser, inevitablemente, una
especie de carrera de relevo. Agradecido debe estar el pueblo de Cuba de aquéllos
que, aunque sea por unos pocos años, se le opusieron a la tiranía,
y más agradecido de quienes aún se mantienen en la contienda.
Yo decidí soportar y sobreponerme a la tortura. Recordé a Martí.
Desde niño fue un sagrario para mí. Tanto, que ni la manipulación
de sus ideales para propósitos abyectos, ha logrado desdibujármelo.
"Verso, nos hablan de un Dios / A donde van los difuntos; / Verso, o nos
condenan juntos, / o nos salvamos los dos". No dejé de escribir ni
me aparté de la oposición. Me daban el permiso de salida sin
renunciar a aquello en lo que creía o ellos cargarían con mi
locura o mi muerte. Crecí en un país donde siempre; quiero decir,
durante cuarenta y tres años, ésas han sido las única
alternativas.
Desde entonces hace un año y siete meses. ¿Cuánto me
resta como preso político del gobierno cubano? No lo sé. ¿Cuándo
cesará la tortura? No puedo imaginarlo. Ellos tienen la última
palabra. Yo espero. Resisto.
Algunos amigos ya me dan por loco. No les cabe en la cabeza que alguien
cuerdo se proponga resistir frente a la demencia de un gobierno que no muestra
el menor escrúpulo en utilizar métodos tan asqueantemente
repulsivos. Otros amigos me ven como un muerto. Y tienen razón. Es
verdad. Soy un muerto social. La sociedad cubana no existe para mí. Soy
un fantasma que vaga por una realidad que no le pertenece, que no cree en ella,
que le quieren imponer por la fuerza.
Sé que estoy en desventaja. Ellos tienen todo el poder para
martirizarme cuanto se les antoje. Cuentan con la fuerza necesaria para aplastar
a cuanto ciudadano se les oponga dentro del país. Son un engranaje
demoledor de cuanto vestigio de civilidad y democracia surja dentro del pueblo
cubano. Pero olvidan que existen en el mundo seres, no sé si románticos
o simplemente tontos, que prefieren la locura o la muerte antes que ser
doblegados.
Aún me queda la voz, un sueño, un crucifijo.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
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