Nuestros
fieles difuntos
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - En Cuba, como en cualquier parte del
mundo, cada día se nace y se muere. Pero el destino de los muertos
cubanos, desde que abandonan el hospital amortajados hasta que descienden a la
fosa, reviste características muy singulares.
El gobierno ha repetido muchas veces que en Cuba los servicios fúnebres
son gratuitos. Enunciado de esa manera, se podría creer que morirse en la
Isla no cuesta nada, y por lo tanto, la nación cuenta con los difuntos más
felices del planeta. Si fuese así sería lo más justo, luego
de una vida bajo la férrea explotación del estado. ¡Cuánto
menos que decirle adiós a este mundo sin tener que tocar el bolsillo!
Pero no es así.
Cierto que la atención de las funerarias es gratuita, siempre que el
velorio no se realice en la casa -algo poco frecuente- en cuyo caso tendrían
que pagar 100 pesos los parientes del cadáver. ¿Por qué? ¡Vaya
usted a saber! ¡El muerto menos fastidioso debe abonar un fuerte gravamen
monetario!
De cualquier forma, un buen difunto no se conformaría con ser tendido
en un simple cajón de madera al amparo de un local y ante un grupo de plañideras.
Un muerto que se respete exige al menos dos coronas y ello representa un gasto
de 80 pesos. Además, no puede ir solo al cementerio, sino acompañado
por la familia, para lo cual la funeraria pone a disposición de los
dolientes dos taxis por cada fallecido (ni uno más), cuyo costo lo
determina el taxímetro, multiplicado por cuatro, ya que ésta es la
cantidad de pasajeros asignados a cada vehículo. La realidad confirma que
el costo por este concepto nunca está por debajo de los cincuenta pesos.
Por último, si no se cuenta con panteón privado (lo más
probable), se requiere abonar 40 pesos a la dirección de la necrópolis
bajo cuya protección descansarán eternamente los restos del
fallecido.
Resumiendo: la más modesta de nuestras honras fúnebres lleva
implícito el abono de unos doscientos pesos, equivalentes al salario
promedio mensual de un trabajador cubano.
No me refiero, por supuesto, a los gastos fúnebres de algunos super
difuntos, quienes son enviados a la otra vida en ataúdes metálicos
importados de España y que la funeraria de Calzada y K oferta a 785 dólares,
cubiertos por montañas de coronas especiales. Estos difuntos son algo así
como faraones caribeños.
Pero si dejamos el escenario urbano y vamos al entorno rural, las cosas son
bien distintas. En poblados pequeños y caseríos los velorios se
realizan fundamentalmente en los hogares. Pero en nada se parecen a los de la época
de Papá Montero. Entonces, en el seno familiar más humilde, junto
al occiso, no faltaba la taza de chocolate, la galleta de sal y el pedazo de
queso. De no contar con los recursos suficientes la familia del doliente, los
vecinos auxiliaban. Actualmente esa solidaridad no ha desaparecido y se hace
patente de la única forma posible: un poco de mezcla polvorienta de chícharo
y café, gestora de un brebaje oscuro, inodoro e insípido que se
ofrece bajo el rótulo de café.
Otros velorios eran más espléndidos, con sacrificio de cerdos
y hasta ejemplares de ganado vacuno. Este último convertido hoy en animal
sagrado, cuyo sacrificio, aún por parte del dueño, se penaliza con
varios años de prisión.
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