Piloto
preferido
Manuel David Orrio, CPI
A mi primo, excelente piloto. A su ídolo,
excelente escritor
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - El gremio de los aviadores siempre ha
contado con gente muy singular. Desde Lindbergh a Neil Armstrong, desde Barberán
y Collar hasta Prokrevishin no han perdido los hombres de las insignias aladas
cierta imagen de heroísmo, aún cuando volar hoy es más
seguro que conducir un automóvil o ejercer el periodismo.
Uno de mis numerosos primos honra esa profesión. Sus colegas le
atribuyen excelencia técnica y le admiran una erudición
trascendente al mero pilotaje. Aún así, tiene supersticiones. Y
carga amuletos y talismanes. Si está en tierra celebra el 29 de junio y
viste luto el 31 de julio, en honor a su paradigma de aviador. A mi primo no hay
cómo hacerle pilotar un avión si no le acompaña una edición
de El Principito, esa joya literaria escrita por Antoine Saint Exupéry.
No creo que muchos conozcan que este escritor francés, nacido en Lyon
y desaparecido mientras volaba en misión de reconocimiento sobre la
Francia ocupada por los nazis, es además uno de los nombres imborrables
en la historia de la aviación civil, al punto de ser condecorado por el
gobierno de su país cuando sólo contaba con 30 años de
edad. Su magnífica obra literaria ha opacado ese aspecto de su vida, aún
cuando aquélla tiene por principal pretexto a la aviación. Y
apunto pretexto, porque lo esencial en Saint Exupéry es cuán bien
aprovecha el drama del piloto enfrentado a lo desconocido, para regalar al
hombre infinitas enseñanzas sobre su destino.
Saint Exupéry describe tales esencias en su novela Vuelo Nocturno, en
la persona del aviador Fabien: "Subió sorteando mejor los remolinos,
gracias a los hitos que ofrecían las estrellas, cuyo pálido imán
lo atraía. Había penado tanto en persecución de una luz,
que no hubiera rechazado ni la más confusa. Afortunado con un simple
farol de albergue, hubiera dado vueltas hasta la muerte alrededor de ese signo
del cual estaba sediento. Y he aquí que ascendía hasta campos de
luz".
Muchas veces leí este párrafo en las horas más tristes
de los años más duros del llamado período especial. Horas
de hambre física. Horas en que nunca soñé que sortear mejor
mis remolinos me haría ascender hacia los campos de luz del periodismo
independiente cubano.
No me separo de un ejemplar de Vuelo Nocturno, como al igual que mi primo
siempre tengo a la mano una edición de El principito, ilustrada con
dibujos del autor, a su vez coloreados por mi hijo cuando apenas levantaba dos
cuartas del suelo. Algunos de mis amigos me amonestaron fraternalmente por dejar
a Miguel David "dañar" el librillo. Ese día sonreí
en silencio pues comprendí que estaba hablando con personas mayores, al
decir del principito. Personas a quienes, como personas mayores, sólo
interesan las cifras.
Por colorear los dibujos de Saint Exupéry mi hijo devino otro de sus
apasionados lectores apenas sumó una cuarta a las dos anteriores. Un día,
un día de particulares tristezas para mí, me sorprendió con
el libro entre las manos y la invitación a leer uno de sus párrafos:
"Lo que embellece el desierto -dijo el pequeño principe- es que se
esconde un pozo en cualquier parte". ¿Qué edad tenía
entonces Miguel David? Quizás ocho, quizás diez.
Por ello, cuando en algún que otro momento peno en persecución
de una luz, a veces tan desaparecida en esta Cuba de Fidel Castro y no siempre
por causas atribuibles a lo ocurrido en mi país a lo largo de cuatro décadas,
acudo a las obras de este singular aviador y escritor, elegido por mi primo como
amuleto. Siempre acudo diciendo como el principito que "es preciso que
soporte dos o tres orugas si quiero conocer las mariposas".
Antoine de Saint Exupéry, mi piloto preferido, desapareció un
31 de julio de 1944 mientras volaba como soldado de la libertad sobre las
tierras oprimidas de su patria. Se afirma haber encontrado avión y cadáver
recientemente. Pero no sé por qué, me niego a creerlo. Algo me
dice que aparecerá bajo el implacable sol de Cuba, y aterrizará
felizmente.
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