CUBANET .INDEPENDIENTE

31 de julio, 2002


La caja mágica

Lázaro Raúl González, CPI

HERRADURA, julio (www.cubanet.org) - Con una caja en sus manos ya hemos visto cuántas maravillas puede hacer un mago. Nos la muestra abierta, le introduce una corbata y segundos después extrae una paloma.

La caja, no hay dudas, es uno de los instrumentos favoritos de los magos. Y también de los cubanos, sobre todo de los propietarios de una bicicleta.

La posesión de una bicicleta con una caja (preferentemente plástica) firmemente acoplada a la parrilla, es un inequívoco distintivo de las clases bajas criollas. Pese a que en sus cónclaves propagandísticos la nomenclatura del régimen socialista se vanagloria de ser gente humilde, hasta hoy no se le ha podido tirar una foto a ninguno montado sobre una bicicleta con un cajón acoplado a la espalda.

Sin embargo, el de los que andan con una caja en la parrilla de la bicicleta no es un club exclusivo para una clase ocupacional específica. Choferes de camión, maestros, operarios, campesinos, ingenieros. Todos pedalean sin tregua por las calles y terraplanes del país.

El problema es que así como los magos hacen malabarismos para sobrevivir, los cubanos tienen que practicar actos de prestigiditación para agenciarse la alimentación de la familia. Claro, cada cual tiene su magia. Mientras David Copperfield puede que nos muestre primero su caja vacía, un médico veterinario camagüeyano viaja hacia la vaquería en que trabaja con un saco en la caja. De aquí para allá el saco lleva aserrín que el médico bota en los alrededores. De allá para acá, el saco viene cargado de leche y pienso.

La caja es un atributo indispensable para quienes trabajan en un centro productor de bienes, ya sean agropecuarios o industriales. No se concibe a un trabajador de un taller o de una granja que -si ama a su familia- no le haya acoplado una caja a la bicicleta. Energizadas por el potente imán de la miseria estas cajas criollas pueden cargar anualmente tantas toneladas como cualquier línea de camiones.

La utilidad de la caja no la explotan sólo los que cumplen un "regular itinerario delictivo". También han descubierto sus bondades los pequeños comerciantes que trasiegan cualquier cosa y los que deambulan en busca de lo que aparezca. ¿Qué se haría Felipe si su primo le regala un racimito de plátanos y no tiene dónde echarlos?

La caja -que junto a su prima la jaba sostiene a millones de cubanos que inventan (roban) para comer- merecerá algún día que la incluyan entre los milagros que salvaron del hambre a la población de la Isla.

Y si los que impusieron este sistema de cosas no usan cajas es porque cargan (roban) en los maleteros de sus autos, o porque disfrutan todos los privilegios de cualquier clásica plutocracia. Pero las de estos potentados no son plásticas sino cajas fuertes. Y éstas se llenan con otras magias.


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