La caja mágica
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, julio (www.cubanet.org) - Con una caja en sus manos ya hemos
visto cuántas maravillas puede hacer un mago. Nos la muestra abierta, le
introduce una corbata y segundos después extrae una paloma.
La caja, no hay dudas, es uno de los instrumentos favoritos de los magos. Y
también de los cubanos, sobre todo de los propietarios de una bicicleta.
La posesión de una bicicleta con una caja (preferentemente plástica)
firmemente acoplada a la parrilla, es un inequívoco distintivo de las
clases bajas criollas. Pese a que en sus cónclaves propagandísticos
la nomenclatura del régimen socialista se vanagloria de ser gente
humilde, hasta hoy no se le ha podido tirar una foto a ninguno montado sobre una
bicicleta con un cajón acoplado a la espalda.
Sin embargo, el de los que andan con una caja en la parrilla de la bicicleta
no es un club exclusivo para una clase ocupacional específica. Choferes
de camión, maestros, operarios, campesinos, ingenieros. Todos pedalean
sin tregua por las calles y terraplanes del país.
El problema es que así como los magos hacen malabarismos para
sobrevivir, los cubanos tienen que practicar actos de prestigiditación
para agenciarse la alimentación de la familia. Claro, cada cual tiene su
magia. Mientras David Copperfield puede que nos muestre primero su caja vacía,
un médico veterinario camagüeyano viaja hacia la vaquería en
que trabaja con un saco en la caja. De aquí para allá el saco
lleva aserrín que el médico bota en los alrededores. De allá
para acá, el saco viene cargado de leche y pienso.
La caja es un atributo indispensable para quienes trabajan en un centro
productor de bienes, ya sean agropecuarios o industriales. No se concibe a un
trabajador de un taller o de una granja que -si ama a su familia- no le haya
acoplado una caja a la bicicleta. Energizadas por el potente imán de la
miseria estas cajas criollas pueden cargar anualmente tantas toneladas como
cualquier línea de camiones.
La utilidad de la caja no la explotan sólo los que cumplen un "regular
itinerario delictivo". También han descubierto sus bondades los
pequeños comerciantes que trasiegan cualquier cosa y los que deambulan en
busca de lo que aparezca. ¿Qué se haría Felipe si su primo le
regala un racimito de plátanos y no tiene dónde echarlos?
La caja -que junto a su prima la jaba sostiene a millones de cubanos que
inventan (roban) para comer- merecerá algún día que la
incluyan entre los milagros que salvaron del hambre a la población de la
Isla.
Y si los que impusieron este sistema de cosas no usan cajas es porque cargan
(roban) en los maleteros de sus autos, o porque disfrutan todos los privilegios
de cualquier clásica plutocracia. Pero las de estos potentados no son plásticas
sino cajas fuertes. Y éstas se llenan con otras magias.
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