Pablo Alfonso.
El
Nuevo Herald, julio 28, 2002.
"Les voy a referir una historia. Había una vez una República.
Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades; Presidente,
Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y
escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero
el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para
hacerlo.
Existía una opinión pública respetada y acatada y todos
los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había
partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos
de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el
entusiasmo.
Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y
tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y
miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste
no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía
engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía
una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer
el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un
cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba
en el futuro''.
El autor de esta descripción es Fidel Castro. La República,
por supuesto, es la Cuba anterior a la dictadura de Fulgencio Batista. Este
fragmento, forma parte del alegato presentado por Castro ante el tribunal que lo
juzgó por el asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el 26 de
julio de 1953, conocido como La Historia me absolverá.
A propósito de la fecha que se conmemoró el pasado viernes,
quise compartir con ustedes esta visión de la República, descrita
con tantos elogios y tanto entusiasmo por Castro.
Sobre todo, porque bajo esa bandera de reconquistar la institucionalidad
perdida y restaurar la república democrática, se enrolaron los jóvenes
que participaron en el Moncada, y más tarde en la lucha insurreccional
contra Batista.
La fecha es oportuna para recordar que ese mismo Castro, convertido más
tarde en el dictador que padece la isla desde hace 43 años, ha denostado
con los epítetos más groseros a aquella República que
entonces elogiaba.
''¿Qué república era aquella?'', fue la pregunta
preferida por Castro para justificar el desmantelamiento de las instituciones
democráticas luego del triunfo revolucionario.
La dictadura castrista puso fin a los partidos políticos y a los
programas polémicos de televisión; la libertad de reunión y
asociación está rigurosamente limitada por el Estado; es imposible
hablar y escribir con entera libertad.
El gobierno actual no satisface al pueblo, pero el pueblo no puede cambiarlo
porque el proceso electoral está controlado de principio a fin por el
Estado. El régimen no acata ni respeta la opinión pública
que, además, no tiene como expresarse ni hacerse sentir.
Este viejo dictador, que en sus años mozos fue un soñador
revolucionario, tuvo el viernes palabras de elogio para los congresistas
norteamericanos, que aprobaron en días pasados suspender las
prohibiciones que pesan sobre los estadounidenses para viajar a Cuba.
Castro habló con admiración de cómo demócratas y
republicanos en el Congreso, actuaron con ''inteligencia, criterio propio y
firmeza''. Curioso reconocimiento a la independencia con que pueden actuar los
legisladores en un sistema pluripartidista, que respeta la división de
poderes del Estado.
Algo que por supuesto el dictador cubano ha desterrado de la isla.
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