Una mujer en
el Escambray (VI. Final)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Para Florencio Becquer y Daisy Mairena
nada bueno les reservaba el inmediato destino. A los sufrimientos ya
experimentados le seguirían otros que pondrían a prueba la
voluntad del matrimonio: los interrogatorios y la prisión de él.
Los registros y la limitación de libertad de ella y la deportación
para ambos en uno de los pueblos cautivos creados por el régimen para
concentrar allí a los campesinos del Escambray.
El gobierno cubano comenzó las detenciones masivas de posibles
desafectos a su gobierno en las provincias centrales en octubre de 1963, operación
que se extendió hasta el 4 de marzo de 1964. En estos operativos de los
agentes represivos quedaba involucrado cualquier sospechoso de colaborar con los
insurgentes, existieran o no pruebas contra ellos. A Florencio lo detuvieron el
15 de octubre de ese año en el pueblo de Güinía de Miranda,
municipio de Fomento. A los pocos días lo llevaron para la comunidad de
Pitajones y más tarde fue trasladado a las naves de fibrocemento
convertidas en cárceles en el poblado de Condado, donde radicaba el
estado mayor de las fuerzas gubernamentales.
"En este sitio -señala Florencio- había más de
tres mil detenidos. A mí se me acusaba de ayudar a los insurgentes en el
trasiego de armas y municiones. También de ser testigo o participar de
los fusilamientos que decían los oficiales realizaron nuestros grupos. La
policía política me amenazó. Primero con el paredón.
Después con que iría a una penitenciaría por 30 años.
Fui sometido a interrogatorios diarios y prolongados. La intención era
comprobar mis vínculos con la guerrilla. Un preso, quizás
confidente de los militares, me recomendaba que lo confesara todo, pues la
Seguridad del Estado conocía al detalle mi historia en las lomas por las
declaraciones de otros comprometidos. No seguí su consejo".
Por su parte, Daisy apunta:
"A mi esposo lo capturaron en el trabajo. Yo sufrí prisión
domiciliaria por varios meses. Durante ese tiempo los agentes represivos
realizaron tres registros. Yo no podía trabajar en ningún sitio.
Incluso pedí permiso a los guardias para visitar a mi esposo y me lo
negaron".
Al concluir las investigaciones preliminares comenzaría para
Florencio un peregrinaje por varias granjas-reclusorios, desconociendo cuánto
duraría su arresto. Existían pruebas de su colaboración con
el movimiento armado, pero la policía política esperaba obtener de
otros detenidos testimonios que lo inculparan con mayor severidad.
"A los 45 días de estar en aquel sitio decidieron enviarme para
la granja de Paso Real de San Diego, provincia de Pinar del Río. Pasados
unos meses me trasladaron a otra cárcel en la misma región,
nombrada Sandino No.3. En estos campamentos-prisiones había más de
cinco mil prisioneros políticos. La mayoría éramos de Las
Villas y 300 provenían de Matanzas. Trabajábamos doce horas
diarias en labores agrícolas o de la construcción. La alimentación
era pésima. La atención médica nula y no teníamos
medicamentos. Los castigos y golpizas eran frecuentes. Casi al año de
estar allí comenzamos a disfrutar de las visitas familiares. Algunos
prisioneros tenían derecho a un pase cada 30 días, privilegio que
se perdía ante cualquier acto considerado por las autoridades como una
indisciplina. Donde yo me encontraba prisionero se albergaban alrededor de dos
mil personas. En 1965, no recuerdo el mes, se produjo la evasión exitosa
de un preso. Pertenecía a los grupos de Matanzas. El hecho ocurrió
durante un día de visita. Se cambió de ropas y se fugó
cuando concluyó el encuentro familiar. Que yo sepa nunca pudieron
recapturarlo. Meses después pasé a otra granja en Corralillo
(Villaclara), y al cabo de un año me liberaron. Las pruebas que buscó
la Seguridad del Estado para complicarme nunca llegaron a conseguirlas. Eso fue
en septiembre de 1966".
Luego vendrían las visitas periódicas de los uniformados. Las
amenazas, citaciones, controles y, por último, el destierro hacia los
pueblos cautivos.
"A nosotros -refiere Florencio- nos trasladaron para el pueblo Ramón
López Peña, en la provincia más occidental de Cuba. La
mudada fue terrible. Pasamos hambre y frío. El tren en que viajamos era
una especie de jaula móvil custodiada por militares armados hasta los
dientes. Yo no quiero acordarme del día en que llegué con mi hija
a ese lugar. Sólo existían los edificios. Sin calles ni aceras.
Separados de los pueblos más próximos por decenas de kilómetros.
No había escuelas, postas médicas, áreas verdes. Un terraplén
de entrada-salida al pueblo. Aquello era peor que las grandes estepas rusas".
Florencio y Daisy aún viven allí -y han transcurrido 27 años-
en calidad de rehenes políticos. Actualmente él es miembro de la
organización opositora "Ex Presos Cautivos". Ambos militan en
la no autorizada "Confederación de Trabajadores Democráticos
de Cuba".
Concluyo mi trabajo periodístico. Al salir del apartamento, muy
humilde, Daisy me tomó de la mano, y me dijo:
"No se olvide de decirle al mundo que nosotros, los colaboradores del
movimiento guerrillero anticastrista en el Escambray, fuimos derrotados momentáneamente,
pero jamás dominados por ellos".
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