El anciano
Armando Soler
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Parece un abuelito común. Va con
una sucia jaba al brazo. No se sabe si conduciendo o conducido por un nieto
esmirriado y desnutrido.
Muchos ancianos se ven crispados, mal vestidos, desaseados. Otros con la
mirada alelada. No comprenden este desbarajuste que los ha cogido ya torpes, con
poquísima capacidad pecunaria, y habitando casas viejas como ellos, y
molestando a vecinos y familiares con sus enfermedades.
Este cuadro patético se transforma cuando les mencionan alguna crítica
al proceso revolucionario. A algunos los ojos les brillan y miran con
malignidad, convulsos, a quienes se atreven a dudar del máximo líder
y su régimen. Una andanada de odio escapa de sus bocas donde brillan prótesis
mal encavadas. Amenazan a gritos, claman porque el atrevido se largue del país.
Saben que alzando la voz logran que el que argumenta la queja quede paralizado
por el miedo a "señalarse" o a una represión que no
puede determinar por dónde llegaría.
Muchos de esos ancianos cuentan con el mecanismo formal de denuncia
establecido por el gobierno. Son activistas del Sistema Nacional de Vigilancia.
Ese abuelo es un terrorista venido a menos. Representa a una generación
enferma de falso protagonismo, de ideas esquemáticas, malignas y mal
digeridas, de odio a cualquier visión distinta a la doctrina que enmohece
toneladas de discursos oficiales.
Pero es un terrorista que desfallece por falta de alimentación
mientras se apoltrona frente al televisor para embutirse las "verdades"
de la mesa redonda de cada día. Es como la misa totalitaria vespertina.
No quiere recordar que el hijo o la nieta están en España o
Miami o sabe Dios dónde, fugados del "futuro luminoso", esta
encerrona que él ayudó a prepararles en los años sesenta y
setenta. Ellos le envían de vez en cuando los dólares necesarios
para que pueda sobrevivir mal que bien, y pueda seguir fiel al comandante.
Nunca el abuelo quiso saber de aquel hermano que se fue porque era un "traidor".
Tal vez es el que lo mantiene hace tiempo, junto a los nietos y el hijo. Y no la
bondad del máximo líder, tan anciano y perdido como él.
Al final, los ancianos de esta estirpe mueren aferrados a la fe ideológica
pero sin ninguna esperanza.
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