Las
vacaciones de los Pérez
Lázaro Raúl González, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Alguien de la familia Pérez dijo
el año pasado "basta ya de mosquitos y fanguero, la próxima
vez nos iremos para Guanabo o Varadero", y prometió que así
sería. Pero estas vacaciones los Pérez tendrán que regresar
a las costas pinareñas, sin arena ni confort, por los bajos ingresos que
tienen.
Para vacacionar esta familia cubana tiene que llevarlo todo, excepto el
rancho con techo de guano y tablas de palma que les presta un primo. Desde la
sal hasta el agua potable que beberán. En estas playas para gente pobre
el abandono y el desabastecimiento son el pan de cada día.
Para que no haya sobresaltos de última hora, un mes antes de la
partida cada miembro de la familia inicia la búsqueda de los alimentos y
demás productos que hay que llevar para vacacionar en la playa. Uno busca
el carbón para la cocina, otro pide prestada una hornilla, entre todos reúnen
800 pesos para comprar un puerquito...
En estos preparativos, hasta a los niños se les busca oficio.
Robertico, el más pequeño de los Pérez, está a cargo
de evitar los olvidos, por lo que tres semanas antes del día de partida
comienza a elaborar un listado, en el cual anota todo lo que es menester llevar
para la playa.
Para ello, cada Pérez dicta a Robertico lo que considera
imprescindible. La familia carece de la mayoría de estos productos
durante casi todo el año, pero como son las vacaciones, todos ellos,
incluso el abuelo Antonio, están dispuestos a botar la casa por la
ventana.
Abuela Cuca encarga unos paqueticos de comino y de pimienta, Leticia
consigue la licencia de Alberto para comprar dos estuches de galletas y cinco
barritas de pasta de guayaba. No hay objeción para comprar un queso,
pequeño, casero, que cuesta 80 pesos. También se logra el consenso
para adquirir cuatro litros de aceite a 40 pesos cada uno.
Poco a poco, los Pérez van resolviendo problemas.
Yeya les va a prestar las colchonetas y Perico un catre que les faltaba. Por
su parte, tía Teresa les va a facilitar, claro a cambio de unos pescados
cuando regresen, un par de mosquiteros, mientras Juanito, el vecino, se
comprometió a cuidarles la casa durante los días de ausencia.
Este año los Pérez podrán incluso darse el lujo de
tomar agua fría, pues el cuñado del abuelo les prestó una
neverita.
El sábado por la tarde lo tuvieron todo listo. Nadie se había
ocupado del transporte porque Pedro había ofrecido su camión. Pero
en el último minuto al traste le apareció un fallo y se formó
el corre corre. Fueron a hablar con Raúl, pero éste no puede
llevarlos porque tiene el carro alquilado. Sánchez les dice que a la
playa no va a llevar ni a su madre, porque el camino está hacia allá
está en pésimas condiciones.
Finalmente, alquilan un tractor con una carreta en una empresa estatal. Les
cobraron 200 pesos, combustible incluido.
Y allá van los Pérez rumbo a la playa trepados sobre la
carreta atestada de cacharros. Van exhaustos, pero esperanzados en que los
mosquitos de este año no sean tan numerosos y agresivos como los de las
vacaciones pasadas.
Sólo les falta un par de horas, treinta y pico de kilómetros
en tractor por un camino infernal, para que mueran sus esperanzas.
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