Cartas a Rosa
(Tercera y última)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Rosa, naútica: Desde que empezó
el mes de julio hay un rebumbio en las costas cubanas, que, ¡para qué
contarte! No pasa un dichoso día sin que la gente espere que la salvación
les salga del mar. Somos una isla rodeada de quimeras. Unos sueñan con
que arribará de repente una cigarreta (así le llaman a las lanchas
rápidas) y los trasladará al paraíso. Otros creen que, de
un momento a otro, aparecerán en el horizonte barcos luminosos que los
esperarán para llevarlos a la tierra que nadie les ha prometido, pero en
la que ven el único jauja posible. Los más imaginan que, como le
ocurrió a Moisés y su pueblo cuando huían de Ramsés,
el mar se abrirá en un amplio sendero hasta la Florida, y al fin dejarán
atrás la esclavitud. Si pudieran, como Cristo, caminar sobre las aguas,
habría que poner señales de tránsito a lo largo de todo el
Estrecho o los accidentes serían catastróficos.
Como tú sabes, esto es típico de los veranos. Ya a finales de
mayo el mar se tranquiliza, en junio y julio se vuelve "un plato",
como le llaman acá a esas costas apacibles, sin mucho oleaje y de un azul
lleno de matices. Pero no es sólo por la serenidad del mar que la gente
sueña con la partida. En verano el pueblo toma sus vacaciones. Y un año
tras otro se dan cuenta de que han trabajado para nada. No pueden ir a ningún
lado. Sus caminos están clausurados. Las instalaciones turísticas
y los mejores balnearios son "only for strangers". A ellos les queda
el "campismo popular": cabañas rústicas, catres con
chinches, baños colectivos, alguna latica de troncho, y lo demás
llevarlo de la casa, como si en la casa hubiera para llevar al campismo. Se ven
frente a un mar que los encierra y se dan cuenta que la insularidad geográfica
los oprime tanto como la insularidad política que padece la nación.
Y es cuando les da por soñar con un viaje, aunque sea el último, y
sin retorno.
Este verano, sin embargo, se ha caracterizado por un detalle muy
sobresaliente. El ministerio del interior ha mandado a las costas una enorme
cantidad de policías. Y no precisamente para cuidar el orden público
en los lugares de mayor aglomeración, sino para intimidar a los soñadores
que anhelan una lancha, un barco, un milagro. Hablando con algunos bañistas
en las costas de Alamar he sabido que la mayoría no va a disfrutar del
sol, el mar, sino a esperar con ansiedad la oportunidad de evadirse. Eso me hace
pensar que el sentimiento más fuerte que ha generado el castrismo dentro
de la población cubana es el de la furtividad. La escasez de libertad
provoca que el pueblo lo haga todo a escondidas, enmascaradamente. Se ha ido
perdiendo la autenticidad. Es como si en cada ciudadano vivieran dos personas al
mismo tiempo. No hay manera de saber, a ciencia cierta, cómo piensa la
gente en Cuba. Por un lado van y firman las modificaciones de la Constitución
y, por el otro, se aprestan para escaparse del país. Hay algunos que, con
la seguridad más grande del mundo, me han dicho: "¿Tú
ves a todos esos policías que están vigilando?, si llega un barco,
verás la cantidad de uniformes que se podrán recoger en la costa,
aquí nadie quiere quedarse cuando aparece la posibilidad".
Es realmente descorazonador percatarse de que un pueblo entero quiere
abandonar su país. He reflexionado sin descanso en las raíces
sociales de tal fenómeno y no he podido más que llegar a una
conclusión muy simple. Un pueblo sin patrimonio, quiero decir sin una mínima
propiedad, ya sea una modesta casa, un automóvil, una pequeña
empresa que lo haga autosuficiente y lo libere de la tutela estatal que rige su
vida toda (desde la educación de sus hijos hasta su filiación política
o religiosa) es un pueblo sin patria, nada le pertenece, nada tiene que
conservar, que defender; y lo peor, nada que esperar. Así, le da lo mismo
vivir en Burundi que en Cuba. Total, en Burundi, a lo mejor, puede establecer un
negocito de chicharrones de viento y alcanzar la prosperidad que aquí le
está negada.
Ojalá este verano no nos traiga otra emigración masiva como la
de agosto de 1994. La familia cubana está ya excesivamente dividida y se
ha llorado demasiado por los muertos que ha cobrado ese mar apacible y de azules
bellísimos con que nos premia el estío tropical. Tú, mi
buena Rosa náutica, que también tuviste que cruzar el mar, y que
gracias a tu buena brújula o estrella, puedes orientar a los perdidos,
reza y lucha porque algún día nuestro pueblo no tenga otra vez que
lanzarse al mar.
Un abrazo.
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