Emilio Ichikawa /
El Nuevo Herald,
julio 19, 2002.
Las teorías generales pueden ser útiles para explicar procesos
tan densos como la acumulación originaria del capital o el surgimiento de
la modernidad; pero fallan, en cambio, cuando tratamos de vislumbrar el celo de
un caudillo o la pasión de una reina.
En el caso cubano, la filosofía de la historia conduce al sicoanálisis
y la sicología social.
Más que misiones dictadas por los dioses o el empuje de fuerzas
productivas, más que el juicio ideológico o el invento técnico,
es el sentimiento quien mueve la historia cubana. De ahí que la historia
clínica de nuestros agentes de cambio sea de mayor interés que sus
programas políticos.
La lista de posesos y lunáticos de nuestra historia política
es muy elocuente; lo que hace definitivo el ingrediente infantil y humorístico
en tantos episodios nacionales.
Aun los eventos más solemnes de la historia cubana, como son los
relacionados con la muerte, incluyen siempre una nota de relajo, choteo y
chapucería que quiebra su carácter trágico y les inclinan
hacia las fronteras de lo cómico.
Hace ya más de medio siglo Armando de Córdova y Quesada
escribió un interesante libro titulado La locura en Cuba (La Habana,
1940) donde exponía, como muestras de locura colectiva, simples sucesos
de la vida cotidiana que derivaron en eventos vinculados a una definición
nacional.
Es memorable entre todos ellos el del ''entierro del gorrión'', donde
extremistas del bando colonial español acaban enterrando a uno aparecido
muerto con los honores de militar caído en combate en una parada solemne
que afectó casi toda La Habana.
Después iniciaron un juicio sumarísimo a un gato por intentar
comerse un ''símbolo de España'' en Guanabacoa, es decir, otro
pajarraco. Es un libro esencial y divertido, que ojalá don Juan Manuel
Salvat decida reeditar.
Llegué al aeropuerto de Miami el 15 de febrero del año 2000,
lo que significa que empecé el Caso Elián en Cuba y lo terminé
en los Estados Unidos; la continuidad formal de modales y conductas fue
impresionante.
Hubo muestras de odios y entusiasmos en verdad muy drásticos, y no
digamos ya que pertenecían a ''extremistas de las dos orillas'', a grupúsculos.
De ninguna manera. Era la mayoría activa la que se relamía en esas
manifestaciones, frente a la que la mayoría pasiva no resultaba tampoco
muy virtuosa.
Recordamos también muestras de locura colectiva vinculadas a la
realización del censo de población y vivienda, a la invasión
para dinamitar los palmares y arboledas suburbanas, a la campaña por la
construcción de refugios, a las movilizaciones de las milicias de tropas
territoriales, a la preparación de los juegos panamericanos y a la
erradicación del mosquito.
El viernes 21 de junio, al mediodía, Radio Mambí conectó
con una corresponsal en la isla quien reportó una noticia que muestra
nuevamente el delirio de nuestra vida nacional. Según informó, un
señor se había presentado en un colegio de Camagüey a ejercer
su voto sobre la reforma constitucional castrista acompañado de su perro
pastor alemán. En un descuido, el perro destrozó una boleta y un
folleto de los que se repartían, causando la desgracia de su dueño,
quien fue conducido al puesto de mando donde tuvo que justificar ante la policía
política que él no había amaestrado al perro para que
consumara esa "acción canina contrarrevolucionaria''.
Como si no bastara con lo anterior, el locutor añadió que por
lo menos el perro había tenido lo que no tuvieron muchos hombres en la
isla que votaron por cobardía. El animal estuvo a punto, por lo que se
dijo, de ganar una estatua al nivel de la de Ubre Blanca, la vaca sagrada del
comandante.
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