Cuba:
acercarse al crimen violento
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Sin dudas porque las libertades de
expresión e información contribuyen a que las sociedades tomen
conciencia de sus males y se den a la tarea de extirparlos, los Estados Unidos
(país cuya Constitución prohíbe literalmente a la censura
previa) se despidió de la administración Clinton en condiciones
tales como para exhibir la tasa de crímenes violentos más baja de
los últimos 25 años, no obstante la comisión de algunos que
no menos literalmente estremecieron a su opinión pública, como las
matanzas ocurridas en escuelas.
En cambio, en Cuba la censura de Estado se eleva a nivel constitucional, y
entre otras aristas de la vida se extiende a las estadísticas de la
criminalidad sin que exista una verdadera justificación de seguridad
nacional, habida cuenta de su diferendo con la tierra de Luther King. Esa Cuba,
la de la censura, parece haber dicho adiós al siglo pasado con una
situación en cuanto a crímenes violentos que si bien no califica
como debacle, sí expresa tendencias sobre las cuales se impone dar
alerta.
Intentar un acercamiento a los crímenes violentos en la Cuba de Fidel
Castro se dificulta notablemente ante la ausencia de datos íntegros y
verificables por vías no gubernamentales. Pese a ello, si se parte del
supuesto de aceptar al delito de homicidio como la cima de un iceberg social,
por lo menos se tendrá idea aproximada de la magnitud del témpano,
que de inicio resalta un contraste entre Estados Unidos de América y la
isla.
Si el primero disminuyó su tasa de crímenes violentos a
niveles récord, en la segunda los homicidios crecieron como tasa bruta de
4.1 por cien mil habitantes en 1970, a 7.3 en 1993, el año negro del
llamado período especial. Luego ese índice disminuyó hasta
5.3 en el 2000, para así avalar a la Cuba entrante al milenio como "sólo"
algo más peligrosa que treinta años atrás.
No son cifras cuya comparación internacional indique una criminalidad
particularmente homicida. Pero el dato de que al filo del año 2000 se
haya producido relativamente más homicidios que en 1970 avisa de un
existir cuyas manifestaciones no informadas pueden ser mayores a lo imaginable,
en cuanto a la violencia en general, contra la mujer, los niños y en el ámbito
doméstico. No se comprende por qué en país de tantas
proclamas a favor de los derechos femeninos y logros, justo admitirlo, casi el
27 por ciento de los homicidios de 2000 tuvo por víctimas a las féminas.
Las tendencias del homicidio a la cubana tienen una ilustrativa relación
con el diferente índice de desarrollo humano y de tensión asociada
en su respectivo grado a las regiones del país. Al cierre de 2000 las
nueve provincias del occidente y centro tuvieron en conjunto una tasa de
homicidios por cien mil habitantes inferior a la nacional, aunque solamente
Matanzas y Villa Clara registraron para este indicador valores por debajo de 4.1
para toda Cuba de 1970.
En cambio, las cinco provincias orientales (las de menor desarrollo)
alcanzaron una tasa promedio de 6.1, superior en casi un entero al índice
general de la nación. Santiago de Cuba aparece en esas estadísticas
como el territorio más violento, Su tasa bruta de homicidios por cien mil
habitantes (7.8) supera en 3.7 a la nacional de 1970 y en 2.5 a la de 2000.
Por su parte, el municipio especial Isla de la Juventud (considerado por
muchos como el lugar donde "nada pasa") devino el seguidor inmediato
de la provincia llamada "cuna de la revolución" (Santiago de
Cuba) al exhibir un índice de 7.5.
Carlos Serpa, periodista independiente que reside en ese municipio y sufre
abierta represión política a causa de su oficio, dice irónicamente
sobre el fenómeno del delito: "Sí, sucede. Pero están
haciendo todo lo posible para que nadie se entere".
Fuentes diversas, entre ellas la Central de Trabajadores de Cuba, están
insistiendo en la urgencia de un acercamiento a las raíces de todas las
manifestaciones delictivas, en vez de concentrarse en su represión, aquí
donde una de esas raíces tiene relación directa con una política
económica cuyas restricciones a la iniciativa individual, falta de
transparencia, estatismo más de dogma que programático e inflación
bien mal abordada, entre otros aspectos, parece estar provocando más la
producción y reproducción del delito que su reducción. Por
lo menos así lo indican las manifestaciones homicidas cubanas en su
relación con los grados de desarrollo y tensión social de cada
provincia.
Cuba urge como nunca de una absoluta transparencia informativa en relación
con el delito tanto porque el conocimiento del problema en su real magnitud
movilizará a la sociedad para reducirlo. Porque dicho saber aportará
piezas de convicción sobre hasta cuánto la actual política
económica lo produce y reproduce. En este sentido, el homicidio como
cumbre del crimen violento obliga a pensar no sólo en el dolor de las víctimas
o en el ostracismo social de los reos, sino además en la tragedia
significada por la pirámide de la cual parece cima.
Exigir esa transparencia es ya deber de patriota.
FUENTES: Dirección de Estadísticas del
Ministerio de Salud Pública y Central de Trabajadores de Cuba.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
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