CUBANET .INDEPENDIENTE

16 de julio, 2002


Satanizando a las remesas

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - El gobierno de Fidel Castro nunca ha reconocido a las remesas familiares procedentes del exterior como la primera fuente de ingresos netos en divisas con que cuenta Cuba en las presentes circunstancias, aunque distintos economistas se han ocupado de demostrar con números en la mano el aporte de las mismas al producto nacional.

Entre esos números destacan las cifras de ventas en las tiendas de recaudación de divisas, informadas al estilo estadístico de la censura isleña, las cuales son confirmables a partir de una observación que parece avalar a funcionarios comerciales que declaran en más de un millón anual las ventas de efectos electrodomésticos realizadas en esos comercios, casi a razón de uno por cada diez habitantes.

Sólo uno de esos establecimientos, la habanera Plaza de Carlos III, puede con toda tranquilidad mercar productos y servicios por valor de 32 millones de dólares al año, según fuentes que prefieren el anonimato, el grueso de los cuales parece adquirido con dineros de remesas, sin perjuicio de otras fuentes como las propinas del turismo o los ingresos obtenidos de una extendida economía informal.

De este modo, las remesas han adquirido un peso trascendente al mero impacto económico y ha generado una fuerza transformadora, en virtud de la cual la Cuba de hoy nada tiene que ver con la de años atrás, independientemente de las diferencias sociales creadas por dicho impacto y del impulso dado por las remesas a una economía paralela donde informalidad y corrupción se mezclan cual ajiaco cubano.

Lo definitivo es que para nadie es un secreto el significado actual de las remesas en la economía de Cuba, de donde surge la necesidad de aventurar el por qué el gobierno de Fidel Castro intenta tozudamente tapar el sol con un dedo, más cuando el discurso oficial persiste en una suerte de satanización de aquéllas, en parte porque no le quedó más remedio que aceptarlas una vez impuestas por Fuenteovejuna de Cuba, en parte porque significan una importante fractura del control sobre la población al cual se aspira, ante todo, como empleador único.

Tal percepción es observable en un informe de la oficiosa Central de Trabajadores de Cuba que data de noviembre de 2001 y en el cual se afirma que "la remesa ... siendo absolutamente legal y admisible, no contribuye positivamente a la formación de una ética socialista, ya que representa ingresos y bienestar no provenientes del trabajo, que es un principio fundacional del socialismo. Pero es determinante que predomine el valor del trabajo, ya que junto con los restantes mecanismos de formación de una ética socialista, puede forjar un comportamiento ciudadano que rechace la ilegalidad, el relajamiento de la disciplina social, la holgazanería y otras conductas ajenas al ideal revolucionario".

Si bien en el mismo informe se señala que recuperar a ese llamado "valor del trabajo" sería el camino para contrarrestar el presunto efecto corruptor de las remesas, lo destacable aparece en la no mención del factor que haría de las mismas (considerando sus relativos bajos montos per cápita, en términos internacionales) un motivo productor del cubanísimo "relajo" social. Las remesas llegan a Cuba por cientos de millones de dólares para influir sobre una economía donde las políticas públicas no han solucionado lo que verdaderamente está depreciando el "valor del trabajo", y cuyo nombre es inflación.

De hecho y de derecho la clave del asunto radica ahí: en más de un quinquenio de nombrada recuperación económica, el gobierno de Fidel Castro ha sido incapaz de ordenar las finanzas internas en dirección de unificar las tasas de cambio peso-dólar, y avanzar hacia la paridad histórica entre ambas monedas, todo lo cual reduciría al mínimo los presuntos efectos negativos de las remesas.

De acuerdo con informes oficiales, sólo el 30 por ciento de la población accede a los dineros externos de manera directa. De este por ciento, una masa apreciable está compuesta por personas mayores de 60 años o cercanas a esa edad, punto indicativo de hasta cuándo debe verse con precaución la percepción gubernamental sobre el tema. Más bien, lo que aparece en esta suerte de satanización de las remesas es un profundo temor a cualquier apertura de la sociedad cubana al exterior, así como la prueba de una manera de interpretar los sucesos sociales muy propia de la sicología social del subdesarrollo, signada por la constante búsqueda de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Sobre todo cuando, según parece, dólar equivale a Lucifer.


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