Satanizando a
las remesas
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - El gobierno de Fidel Castro nunca ha
reconocido a las remesas familiares procedentes del exterior como la primera
fuente de ingresos netos en divisas con que cuenta Cuba en las presentes
circunstancias, aunque distintos economistas se han ocupado de demostrar con números
en la mano el aporte de las mismas al producto nacional.
Entre esos números destacan las cifras de ventas en las tiendas de
recaudación de divisas, informadas al estilo estadístico de la
censura isleña, las cuales son confirmables a partir de una observación
que parece avalar a funcionarios comerciales que declaran en más de un
millón anual las ventas de efectos electrodomésticos realizadas en
esos comercios, casi a razón de uno por cada diez habitantes.
Sólo uno de esos establecimientos, la habanera Plaza de Carlos III,
puede con toda tranquilidad mercar productos y servicios por valor de 32
millones de dólares al año, según fuentes que prefieren el
anonimato, el grueso de los cuales parece adquirido con dineros de remesas, sin
perjuicio de otras fuentes como las propinas del turismo o los ingresos
obtenidos de una extendida economía informal.
De este modo, las remesas han adquirido un peso trascendente al mero impacto
económico y ha generado una fuerza transformadora, en virtud de la cual
la Cuba de hoy nada tiene que ver con la de años atrás,
independientemente de las diferencias sociales creadas por dicho impacto y del
impulso dado por las remesas a una economía paralela donde informalidad y
corrupción se mezclan cual ajiaco cubano.
Lo definitivo es que para nadie es un secreto el significado actual de las
remesas en la economía de Cuba, de donde surge la necesidad de aventurar
el por qué el gobierno de Fidel Castro intenta tozudamente tapar el sol
con un dedo, más cuando el discurso oficial persiste en una suerte de
satanización de aquéllas, en parte porque no le quedó más
remedio que aceptarlas una vez impuestas por Fuenteovejuna de Cuba, en parte
porque significan una importante fractura del control sobre la población
al cual se aspira, ante todo, como empleador único.
Tal percepción es observable en un informe de la oficiosa Central de
Trabajadores de Cuba que data de noviembre de 2001 y en el cual se afirma que "la
remesa ... siendo absolutamente legal y admisible, no contribuye positivamente a
la formación de una ética socialista, ya que representa ingresos y
bienestar no provenientes del trabajo, que es un principio fundacional del
socialismo. Pero es determinante que predomine el valor del trabajo, ya que
junto con los restantes mecanismos de formación de una ética
socialista, puede forjar un comportamiento ciudadano que rechace la ilegalidad,
el relajamiento de la disciplina social, la holgazanería y otras
conductas ajenas al ideal revolucionario".
Si bien en el mismo informe se señala que recuperar a ese llamado "valor
del trabajo" sería el camino para contrarrestar el presunto efecto
corruptor de las remesas, lo destacable aparece en la no mención del
factor que haría de las mismas (considerando sus relativos bajos montos
per cápita, en términos internacionales) un motivo productor del
cubanísimo "relajo" social. Las remesas llegan a Cuba por
cientos de millones de dólares para influir sobre una economía
donde las políticas públicas no han solucionado lo que
verdaderamente está depreciando el "valor del trabajo", y cuyo
nombre es inflación.
De hecho y de derecho la clave del asunto radica ahí: en más
de un quinquenio de nombrada recuperación económica, el gobierno
de Fidel Castro ha sido incapaz de ordenar las finanzas internas en dirección
de unificar las tasas de cambio peso-dólar, y avanzar hacia la paridad
histórica entre ambas monedas, todo lo cual reduciría al mínimo
los presuntos efectos negativos de las remesas.
De acuerdo con informes oficiales, sólo el 30 por ciento de la
población accede a los dineros externos de manera directa. De este por
ciento, una masa apreciable está compuesta por personas mayores de 60 años
o cercanas a esa edad, punto indicativo de hasta cuándo debe verse con
precaución la percepción gubernamental sobre el tema. Más
bien, lo que aparece en esta suerte de satanización de las remesas es un
profundo temor a cualquier apertura de la sociedad cubana al exterior, así
como la prueba de una manera de interpretar los sucesos sociales muy propia de
la sicología social del subdesarrollo, signada por la constante búsqueda
de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Sobre todo cuando, según parece, dólar equivale a Lucifer.
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