CUBANET .INDEPENDIENTE

16 de julio, 2002


El guajiro y la tierra

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Quiso la naturaleza que los habitantes del archipiélago cubano no carecieran nunca de alimentos. Para ello dotó al país de un 80 por ciento de suelos cultivables. De modo que hombre y tierra siempre fueran juntos de la mano.

Así anduvieron armoniosos hasta tal punto que aún en los difíciles pero breves años del machadato nunca faltó en la mesa del cubano la vianda y el frijol, la fruta y la hortaliza.

¿Por qué entonces, con la aparición en la geografía cubana de esta cosa loca y rara a la que me niego a llamar revolución, los mercados agropecuarios estatales o privados están tan desabastecidos? ¿Por qué lo poco que hay se vende a precios tan elevados, lejos del alcance del consumidor? ¿Cómo es posible que nuestros campos, cuando apenas conocían del fertilizantes y regadíos, sin el amparo de tantos técnicos e ingenieros, carentes en buena parte de equipamiento agrícola, a fuerza de sudor y entrega, alimentaban a su pueblo y ahora con tantos recursos no lo puede hacer?

¿Qué ha pasado con la secular feracidad de la tierra cubana? ¿Será que falleció la madre tierra ante tanto dolor y por tantos horrores? ¿Agotada de tanto sufrimiento niega la bendición de sus frutos a un pueblo desdichado?

¿Por qué la amarilla y rastrera calabaza junto al pastoso boniato se pierden a veces del mercado y luego aparecen a un peso la libra? ¿Cómo es posible si siempre fueron abundantes y baratos para acompañar al sancocho y al palmiche en la alimentación del cerdo?

¿Por qué un gobierno que se anuncia al mundo como guardián y protector de la niñez permite que sus mercados vendan a tres pesos la libra de malanga, ignorando que el sueldo promedio de un padre cubano es de 200?

Dos generaciones de cubanos desconocen y no pueden identificar la delicia de muchas frutas cubanas: el jugoso marañón que aprieta y pica; el caimito blanco o morado que junto al níspero reseca y endulza; el refresco de tamarindo o de mamoncillo; la champola de guanábana y la fascinante cañandonga.

La capacidad destructiva del comunismo es increíble. La furia del huracán es arrasante, como también lo son las enormes plagas de langostas que asolan los campos. Ambos fenómenos son fulminantes, pero dinámicos. Tras su paso reverdecen los montes y florecen los valles.

Para el hombre común, desconocedor de teorías trasnochadas, la explicación es simple: en el pacto entre el hombre y la tierra falló el hombre. Porque el régimen convirtió al hombre en un objeto. Y la alianza fue sellada entre la tierra y el cubano, y no entre la tierra y un objeto.

Cuando el cubano se levante en toda su dimensión renacerá la vida, y con ella volverá el guajiro a recorrer los surcos con el interés de siempre y con amor, sin el cual nada es posible y con el cual todo se puede.


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