El guajiro y
la tierra
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Quiso la naturaleza que los habitantes
del archipiélago cubano no carecieran nunca de alimentos. Para ello dotó
al país de un 80 por ciento de suelos cultivables. De modo que hombre y
tierra siempre fueran juntos de la mano.
Así anduvieron armoniosos hasta tal punto que aún en los difíciles
pero breves años del machadato nunca faltó en la mesa del cubano
la vianda y el frijol, la fruta y la hortaliza.
¿Por qué entonces, con la aparición en la geografía
cubana de esta cosa loca y rara a la que me niego a llamar revolución,
los mercados agropecuarios estatales o privados están tan desabastecidos?
¿Por qué lo poco que hay se vende a precios tan elevados, lejos del
alcance del consumidor? ¿Cómo es posible que nuestros campos, cuando
apenas conocían del fertilizantes y regadíos, sin el amparo de
tantos técnicos e ingenieros, carentes en buena parte de equipamiento agrícola,
a fuerza de sudor y entrega, alimentaban a su pueblo y ahora con tantos recursos
no lo puede hacer?
¿Qué ha pasado con la secular feracidad de la tierra cubana? ¿Será
que falleció la madre tierra ante tanto dolor y por tantos horrores? ¿Agotada
de tanto sufrimiento niega la bendición de sus frutos a un pueblo
desdichado?
¿Por qué la amarilla y rastrera calabaza junto al pastoso
boniato se pierden a veces del mercado y luego aparecen a un peso la libra? ¿Cómo
es posible si siempre fueron abundantes y baratos para acompañar al
sancocho y al palmiche en la alimentación del cerdo?
¿Por qué un gobierno que se anuncia al mundo como guardián
y protector de la niñez permite que sus mercados vendan a tres pesos la
libra de malanga, ignorando que el sueldo promedio de un padre cubano es de 200?
Dos generaciones de cubanos desconocen y no pueden identificar la delicia de
muchas frutas cubanas: el jugoso marañón que aprieta y pica; el
caimito blanco o morado que junto al níspero reseca y endulza; el
refresco de tamarindo o de mamoncillo; la champola de guanábana y la
fascinante cañandonga.
La capacidad destructiva del comunismo es increíble. La furia del
huracán es arrasante, como también lo son las enormes plagas de
langostas que asolan los campos. Ambos fenómenos son fulminantes, pero
dinámicos. Tras su paso reverdecen los montes y florecen los valles.
Para el hombre común, desconocedor de teorías trasnochadas, la
explicación es simple: en el pacto entre el hombre y la tierra falló
el hombre. Porque el régimen convirtió al hombre en un objeto. Y
la alianza fue sellada entre la tierra y el cubano, y no entre la tierra y un
objeto.
Cuando el cubano se levante en toda su dimensión renacerá la
vida, y con ella volverá el guajiro a recorrer los surcos con el interés
de siempre y con amor, sin el cual nada es posible y con el cual todo se puede.
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