Azúcar
de Cuba: la amarga moraleja
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Noticia confirmada, cuya primicia
correspondió a la Agencia Camagüeyana de Prensa , asociada a
www.cubanet.org, es la decisión del gobierno de Fidel Castro de
reestructurar la agroindustria azucarera, lo que incluye el cierre definitivo de
alrededor de 70 de las 156 fábricas de ese ramo existentes en la isla.
La crisis de la agroindustria azucarera de Cuba no es nueva, sus orígenes
se remontan a tiempos anteriores a 1959 cuando distintos problemas observables
en producción y mercados ya avisaban de lo que ahora deviene realidad,
independientemente de los resultados de entonces que, en cuanto a eficiencia,
fueron superiores a los alcanzados durante el período de alianza entre la
isla y la extinta Unión Soviética, o después. Según
datos del economista Ismael Zuásnabar, citando al Banco Nacional de Cuba,
el rendimiento industrial azucarero promediado en el decenio de los 50 fue de
12.8 por ciento, índice jamás logrado en décadas
posteriores, y es uno de los tantos ejemplos.
Analistas diversos, a lo largo del tiempo, alertaron por distintos medios de
la necesidad de afrontar esa crisis (de esencia estructural) a partir de
estrategias bien pensadas, públicamente discutidas y concensualmente
aplicadas, principalmente porque del azúcar de Cuba viven directa o
indirectamente alrededor de dos millones de personas involucradas en el proceso
productivo. Quien escribe apuntó en las conclusiones de la serie Luces y
Sombras de la Agricultura Cubana, publicada en www.cubanet.org meses antes de la
anunciada decisión gubernamental, que se hace imprescindible un "ajuste
de la agroindustria azucarera a las realidades de su entorno nacional e
internacional, presente y futuro. Paños tibios teñidos de
populismo no ofrecerán soluciones; se precisan medidas radicales, entre
las cuales destaca el abordamiento del desempleo que aflorará a
consecuencia de una reforma profunda".
Prueba al canto de que el gobierno de Fidel Castro se hizo el sordo ante muy
viejas advertencias lo es que, aún al filo de 1997, la Resolución
Económica del V Congreso del Partido Comunista orientó a la
agroindustria azucarera objetivos y metas demostrados por la práctica
como inalcanzables, al menos bajo las coordenadas del modelo económico
estatista imperante en la isla. Nunca se logró siquiera acercarse a los
propuestos "siete millones de toneladas de azúcar como mínimo,
con ingresos netos muy superiores a los actuales", aunque justo es
consignar avances parciales en la producción de derivados y en la
generación de electricidad, de seguirse a los informes de prensa.
De este modo se ha manifestado otra vez una de las más criticables y
costosas tendencias de la política económica isleña:
aquella según la cual la racionalidad en economía sólo se
impone cuando la terquedad de los hechos derriba las puertas a patadas, tal y
como ocurrió con la despenalización de la tenencia de divisas o la
creación de los mercados agropecuarios.
Por ello puede afirmarse que la anunciada reestructuración azucarera
(cuya urgencia nadie medianamente informado niega) equivale a la amputación
de un pie gangrenado hasta el tuétano de los huesos, tras haber invertido
no menos de 980 millones 600 mil pesos entre 1995 y el 2000, según cifras
oficiales, sin beneficio de una verdadera respuesta productiva. O sea, el dinero
de los contribuyentes tuvo a la postre un triste destino.
La amarga moraleja presente en la anunciada reestructuración
azucarera es esa plena demostración de hasta cuándo los canales
económicos isleños son obstaculizados por la sordera gubernamental
hacia proposiciones dictadas por una realidad cambiante que, por cierto, no son
privativas de economistas considerados "enemigos" por el gobierno de
Fidel Castro.
No es un secreto: destacados especialistas oficiales se han pronunciado
sobre la necesidad de percibir a ciencia como la economía en carácter
de protagonista de los debates políticos, y no como esclava de tal o más
cual "batalla de ideas".
Por lo pronto, las incógnitas. Por lo pronto, aunque aquí y
allá se escuchan frases conciliatorias sobre el futuro de los inminentes
desempleados, flotan en el aire las consecuencias, inevitablemente muy
dolorosas, de lo que en realidad es la reestructuración azucarera: una
amputación.
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