Agustin Tamargo.
El Nuevo Herald,
julio 14, 2002.
Fidel Castro tiene muchos títulos, todos merecidos: gran mariscal de
los paredones, sumo pontífice de las ergástulas y las tapiadas,
emperador del destierro, Atila de la riqueza nacional, y sacerdote supremo del
culto satánico del odio de un hombre contra su hermano de sangre. Pero
hay un título que nunca se lo dan, ni aquí ni allá, y es el
que creo yo que se merece más: el de ladrón supremo.
Ladrones ha habido siempre, en Cuba y fuera de Cuba, pero frente a éste
todos resultan de muy bajas categorías. Existe el ladrón de
bancos, existe el ladrón de tierras, existe el ladrón de honras,
existe el ladrón de baja estofa que en Cuba llamamos ratero y es el que
se roba hasta la ropa que un ama de casa confiada deja colgada de noche en la
tendedera. Pero esto es otra cosa mucho más seria. Este es el caso de un
ladrón total que se ha metido en el bolsillo de un porrazo no sólo
toda la riqueza que un país pudo y puede producir, sino aun aquélla
que ese país atrae desde fuera. Ese personaje, tiene un nombre: Fidel
Castro.
En Cuba ha habido antes ladrones del tesoro público, nadie lo niega.
Ha habido funcionarios mayores y menores que practicaron la extorsión y
se hicieron ricos en unos pocos años. Pero ¿qué cantidad de
riqueza lograron amasar? La que les servía para adquirir una casa, una
finca y un yate de lujo, echarse una querida y darse unos viajes al extranjero.
Pero éste no. Este no tiene una casa, tiene cien. Este no tiene un yate,
tiene veinte. Este no tiene un finca, tiene un latifundio. Este no tiene un
ingenio, ni un banco, ni una fábrica, tiene todos los ingenios, todos los
bancos y todas las fábricas que hay en el país y los que puedan
surgir en el futuro. Todos los dictadores, presidentes y ministros de Cuba que
metieron la mano en el tesoro nacional no lograron juntar, en décadas, lo
que este bribón se ha robado en un solo mes.
La revista Forbes, especie de biblia del dinero, lo coloca entre la primera
docena de los hombres más ricos del mundo, y la revista Forbes sabe de lo
que habla. Háganse simplemente estos cálculos: ¿a cuánto
ascendió el subsidio de Rusia? A miles y miles de millones. ¿A cuánto
ascendieron los préstamos que él recibió de la banca
mundial, europea, latinoamericana y asiática? A cientos y cientos de
millones. ¿Y dónde está todo ese dinero? ¿Quién
lo vio? ¿En qué se empleó? Machado se robó algo, pero
dejó el Capitolio y la carretera central. ¿Dónde están
el Capitolio y la carretera central de este tunante? Batista se robó
algo, pero dejó una industria azucarera sólida, un comercio
exterior floreciente y unas industrias prósperas. ¿Dónde está
ese legado en la Cuba de hoy, donde manda desde hace casi medio siglo este
hombre solo?
No está en ninguna parte. O sí, está en una parte que
la revista Forbes conoce y que muchos tampoco ignoramos: está en los
bancos de Suiza. Está en cientos de cuentas bancarias secretas, con
nombres claves y en prósperos negocios que él tiene regados por
cinco continentes. Con la décima parte de lo que este gran caco tiene
escondido en esas bóvedas bancarias extranjeras había para
construir todas las carreteras de Cuba. Con otra décima parte había
para darle a cada familia cubana una vivienda propia, aunque fuera modesta. Con
otra más bastaría para levantar medio centenar de industrias básicas
a todo lo largo y ancho de la isla, hasta nublar el cielo con el humo de sus
chimeneas.
Pero no. En eso no piensa él, en eso no ha pensado nunca él.
En lo que piensa es en lo otro: en la forma refinada y cruel con que ha empleado
como siervos de la gleba a millones de trabajadores cubanos, que trabajan pero
no cobran porque cobra por ellos él; en la manera en que ha usado la república
como ficha de un juego político que le ha producido increíbles
dividendos financieros.
Y yo pregunto: ¿qué ha pagado por ello este estafador? ¿Lo
repudia la izquierda de la que él se titula gran caudillo? No. ¿Lo
enjuicia la prensa internacional con la milésima parte de la crudeza con
que enjuiciaba a tipos de su misma calaña como Lucky Luciano y Al Capone?
No. ¿Lo coloca la Iglesia en la cripta de condenación en que ella ha
colocado por siglos a los explotadores de los pueblos, a los estafadores de la
fe pública y a los vampiros de la sangre inocente de los desamparados?
No. Al contrario, lo llaman presidente, lo califican de revolucionario genial,
lo reverencian como a un César moderno que inició una era histórica
en América Latina, lo venden como ejemplo modelo para el tercer mundo. Y
lo visitan, y se abrazan con él, y cenan con él, e intercambian
regalos con él, y salen de esas visitas creyendo que llevan sobre los
hombros una aureola de prestigio cuando lo que debían hacer es ir a
lavarse en algún Jordán la sangre y la mugre que les chorrea por
todo el cuerpo después de esos viajes a La Habana.
Sí, sí, el mundo anda hoy patas arriba. El ayer es descrito
como el hoy, lo negro es blanco, el horror es aplaudido, la mentira es descrita
como verdad. Yo creo que a Cuba el mundo le debe mucho. Yo creo que a aquella
crucificada tendrá que ofrecerle el mundo un día una satisfacción
general por la indiferencia con que unos y otros han presenciado el ritual negro
de su sacrificio. Pero yo creo que lo primero que la historia tiene que hacer es
esto: describir a Castro como lo que realmente es. No un falsificador del
socialismo, no un asesino de la libertad de un pueblo, no un Judas miserable que
traicionó a las inmensas masas que creyeron en él. Sino como esto:
como el caco del siglo. Como el más desvergonzado, desorejado y descarado
ladrón que han producido jamás Cuba y la América Latina
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