CUBANET... INTERNACIONAL

Julio 15, 2002



El caco del siglo

Agustin Tamargo. El Nuevo Herald, julio 14, 2002.

Fidel Castro tiene muchos títulos, todos merecidos: gran mariscal de los paredones, sumo pontífice de las ergástulas y las tapiadas, emperador del destierro, Atila de la riqueza nacional, y sacerdote supremo del culto satánico del odio de un hombre contra su hermano de sangre. Pero hay un título que nunca se lo dan, ni aquí ni allá, y es el que creo yo que se merece más: el de ladrón supremo.

Ladrones ha habido siempre, en Cuba y fuera de Cuba, pero frente a éste todos resultan de muy bajas categorías. Existe el ladrón de bancos, existe el ladrón de tierras, existe el ladrón de honras, existe el ladrón de baja estofa que en Cuba llamamos ratero y es el que se roba hasta la ropa que un ama de casa confiada deja colgada de noche en la tendedera. Pero esto es otra cosa mucho más seria. Este es el caso de un ladrón total que se ha metido en el bolsillo de un porrazo no sólo toda la riqueza que un país pudo y puede producir, sino aun aquélla que ese país atrae desde fuera. Ese personaje, tiene un nombre: Fidel Castro.

En Cuba ha habido antes ladrones del tesoro público, nadie lo niega. Ha habido funcionarios mayores y menores que practicaron la extorsión y se hicieron ricos en unos pocos años. Pero ¿qué cantidad de riqueza lograron amasar? La que les servía para adquirir una casa, una finca y un yate de lujo, echarse una querida y darse unos viajes al extranjero. Pero éste no. Este no tiene una casa, tiene cien. Este no tiene un yate, tiene veinte. Este no tiene un finca, tiene un latifundio. Este no tiene un ingenio, ni un banco, ni una fábrica, tiene todos los ingenios, todos los bancos y todas las fábricas que hay en el país y los que puedan surgir en el futuro. Todos los dictadores, presidentes y ministros de Cuba que metieron la mano en el tesoro nacional no lograron juntar, en décadas, lo que este bribón se ha robado en un solo mes.

La revista Forbes, especie de biblia del dinero, lo coloca entre la primera docena de los hombres más ricos del mundo, y la revista Forbes sabe de lo que habla. Háganse simplemente estos cálculos: ¿a cuánto ascendió el subsidio de Rusia? A miles y miles de millones. ¿A cuánto ascendieron los préstamos que él recibió de la banca mundial, europea, latinoamericana y asiática? A cientos y cientos de millones. ¿Y dónde está todo ese dinero? ¿Quién lo vio? ¿En qué se empleó? Machado se robó algo, pero dejó el Capitolio y la carretera central. ¿Dónde están el Capitolio y la carretera central de este tunante? Batista se robó algo, pero dejó una industria azucarera sólida, un comercio exterior floreciente y unas industrias prósperas. ¿Dónde está ese legado en la Cuba de hoy, donde manda desde hace casi medio siglo este hombre solo?

No está en ninguna parte. O sí, está en una parte que la revista Forbes conoce y que muchos tampoco ignoramos: está en los bancos de Suiza. Está en cientos de cuentas bancarias secretas, con nombres claves y en prósperos negocios que él tiene regados por cinco continentes. Con la décima parte de lo que este gran caco tiene escondido en esas bóvedas bancarias extranjeras había para construir todas las carreteras de Cuba. Con otra décima parte había para darle a cada familia cubana una vivienda propia, aunque fuera modesta. Con otra más bastaría para levantar medio centenar de industrias básicas a todo lo largo y ancho de la isla, hasta nublar el cielo con el humo de sus chimeneas.

Pero no. En eso no piensa él, en eso no ha pensado nunca él. En lo que piensa es en lo otro: en la forma refinada y cruel con que ha empleado como siervos de la gleba a millones de trabajadores cubanos, que trabajan pero no cobran porque cobra por ellos él; en la manera en que ha usado la república como ficha de un juego político que le ha producido increíbles dividendos financieros.

Y yo pregunto: ¿qué ha pagado por ello este estafador? ¿Lo repudia la izquierda de la que él se titula gran caudillo? No. ¿Lo enjuicia la prensa internacional con la milésima parte de la crudeza con que enjuiciaba a tipos de su misma calaña como Lucky Luciano y Al Capone? No. ¿Lo coloca la Iglesia en la cripta de condenación en que ella ha colocado por siglos a los explotadores de los pueblos, a los estafadores de la fe pública y a los vampiros de la sangre inocente de los desamparados? No. Al contrario, lo llaman presidente, lo califican de revolucionario genial, lo reverencian como a un César moderno que inició una era histórica en América Latina, lo venden como ejemplo modelo para el tercer mundo. Y lo visitan, y se abrazan con él, y cenan con él, e intercambian regalos con él, y salen de esas visitas creyendo que llevan sobre los hombros una aureola de prestigio cuando lo que debían hacer es ir a lavarse en algún Jordán la sangre y la mugre que les chorrea por todo el cuerpo después de esos viajes a La Habana.

Sí, sí, el mundo anda hoy patas arriba. El ayer es descrito como el hoy, lo negro es blanco, el horror es aplaudido, la mentira es descrita como verdad. Yo creo que a Cuba el mundo le debe mucho. Yo creo que a aquella crucificada tendrá que ofrecerle el mundo un día una satisfacción general por la indiferencia con que unos y otros han presenciado el ritual negro de su sacrificio. Pero yo creo que lo primero que la historia tiene que hacer es esto: describir a Castro como lo que realmente es. No un falsificador del socialismo, no un asesino de la libertad de un pueblo, no un Judas miserable que traicionó a las inmensas masas que creyeron en él. Sino como esto: como el caco del siglo. Como el más desvergonzado, desorejado y descarado ladrón que han producido jamás Cuba y la América Latina entera.

© El Nuevo Herald

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