Memorias de
la Plaza (Final)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - ¿Y qué hago yo, como un
alma flaca, lamentándome por una arbitrariedad más del gobierno
que detesto? ¿Qué es eso de darle el gusto a mis opresores mostrándole
mis sufrimientos? Se acabó, mi socio, se acabó. Ya tengo el cuero
curtido y el alma endurecida. Volvamos a la calle. La calle está plagada
de dolores. No soy yo solo quien padece en esta tierra maldecida. Mucho hay que
contarle al mundo de lo que ocurre en mi país. Aunque mi yo sea común,
y a través de mí pueda mostrar las calamidades que padece un
pueblo entero, es mejor que me vuelva voz de los que callan y grite por todos.
Aquí acaba la segunda parte de Memorias de la Plaza. La tercera parte la
escribiré cuando haya tiempo y no haya penas.
Si me dedico a regodearme en mis tristezas se me escaparán los
matices de una realidad aplastante que hace de los cubanos un pueblo de sombras
sin destino. No es que sea yo solo el que puede. Somos muchos y cada día
con la visión más clara y la palabra más precisa. Pero la
parte que debo decir, denunciar, pintar con autenticidad, realismo y valor, no
se quedará tiritando de frío en un rincón mientras me afano
únicamente en describir el encierro a que estoy sometido.
Hay un pueblo entero encerrado. Ahora mismo lo han obligado a firmar unas
modificaciones absurdas a una Constitución más absurda que no ha
logrado más que exacerbar su sentimiento de impotencia. No bien habían
pasado por las mesas donde, por miedo o conveniencia, habían estampado
sus rúbricas, se aprestaron a merodear las costas del país con la
esperanza de escapar. Se percibía en las calles, en las gentes como un
sentimiento de revancha. Querían, de algún modo, demostrar que las
cacareadas cifras de votantes no eran más que una falsedad obligada por
las circunstancias.
Hay un pueblo entero que quisiera elegir el tipo de educación que
desea para sus hijos mientras lo obligan a aceptar sólo la que el
gobierno impone.
Hay un pueblo entero deseoso de escapar de la pobreza en que ha vivido por
casi medio siglo y la cual no parece tener fin.
Hay un pueblo entero necesitado de espacios públicos donde expresar
sus credos, sus ideales sin que nadie los dicte de antemano y tenga que ir a las
tribunas a recitarlos como papagayos amaestrados.
Hay un pueblo entero ávido de desprenderse de una tutela estatal que
los asfixia y los convierte en monigotes del poder. Quieren probar sus
cualidades individuales, ejercer sus iniciativas propias, emprender sus oficios
sin los límites que impone el totalitarismo. Quieren alcanzar la
prosperidad por ellos mismos sin que nadie se las prometa y con ello los
enyugue.
Hay un pueblo entero dispuesto a elegir nuevos líderes que se avengan
más con sus intereses, sus ansias, sus afiliaciones, sus creencias, su
historia verdadera.
Hay un pueblo entero sometido al discurso único, al periódico único,
al partido único, al hombre único. Hay un pueblo entero pidiendo
permiso hasta para ser pueblo.
¿Y qué hago yo escribiendo sobre mí? ¿No hay acaso
que contar del maestro que va a la escuela con los zapatos rotos a explicar que
"la revolución" trajo zapatos para todos? ¿No hay que
narrar del médico que en su consultorio no posee siquiera una aspirina
para calmar el dolor de sus pacientes y tiene que soportar que le hablen de una
salud para todos? ¿No hay que hablar del obrero contratado por una empresa
extranjera cuyo salario es pagado en divisas al Estado y éste le paga en
la mísera moneda nacional? ¿No hay que hablar de un sindicato que en
vez de proteger al trabajador se dedica a congraciarse con el Estado como único
patrón? ¿No hay que contar del negro, al cual le afirman que el
estado garantiza la igualdad racial, y sin embargo es molestado constantemente
por las fuerzas policiales apena sale a la calle? ¿No hay que decir de
trabajadores obligados a robar en sus empresas para poder sobrevivir? ¿No
hay que hablar de las mujeres lanzadas a la prostitución?
¿Soy yo el único que padece? ¿No fue por decir estas cosas
que me vi asediado por las fuerzas represivas? ¿Entonces qué hago de
plañidera acorralada?
Se acabaron las Memorias de la Plaza. Contaré ahora el diario de una
plaza sitiada.
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