CUBANET .INDEPENDIENTE

15 de julio, 2002


Memorias de la Plaza (Final)

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - ¿Y qué hago yo, como un alma flaca, lamentándome por una arbitrariedad más del gobierno que detesto? ¿Qué es eso de darle el gusto a mis opresores mostrándole mis sufrimientos? Se acabó, mi socio, se acabó. Ya tengo el cuero curtido y el alma endurecida. Volvamos a la calle. La calle está plagada de dolores. No soy yo solo quien padece en esta tierra maldecida. Mucho hay que contarle al mundo de lo que ocurre en mi país. Aunque mi yo sea común, y a través de mí pueda mostrar las calamidades que padece un pueblo entero, es mejor que me vuelva voz de los que callan y grite por todos. Aquí acaba la segunda parte de Memorias de la Plaza. La tercera parte la escribiré cuando haya tiempo y no haya penas.

Si me dedico a regodearme en mis tristezas se me escaparán los matices de una realidad aplastante que hace de los cubanos un pueblo de sombras sin destino. No es que sea yo solo el que puede. Somos muchos y cada día con la visión más clara y la palabra más precisa. Pero la parte que debo decir, denunciar, pintar con autenticidad, realismo y valor, no se quedará tiritando de frío en un rincón mientras me afano únicamente en describir el encierro a que estoy sometido.

Hay un pueblo entero encerrado. Ahora mismo lo han obligado a firmar unas modificaciones absurdas a una Constitución más absurda que no ha logrado más que exacerbar su sentimiento de impotencia. No bien habían pasado por las mesas donde, por miedo o conveniencia, habían estampado sus rúbricas, se aprestaron a merodear las costas del país con la esperanza de escapar. Se percibía en las calles, en las gentes como un sentimiento de revancha. Querían, de algún modo, demostrar que las cacareadas cifras de votantes no eran más que una falsedad obligada por las circunstancias.

Hay un pueblo entero que quisiera elegir el tipo de educación que desea para sus hijos mientras lo obligan a aceptar sólo la que el gobierno impone.

Hay un pueblo entero deseoso de escapar de la pobreza en que ha vivido por casi medio siglo y la cual no parece tener fin.

Hay un pueblo entero necesitado de espacios públicos donde expresar sus credos, sus ideales sin que nadie los dicte de antemano y tenga que ir a las tribunas a recitarlos como papagayos amaestrados.

Hay un pueblo entero ávido de desprenderse de una tutela estatal que los asfixia y los convierte en monigotes del poder. Quieren probar sus cualidades individuales, ejercer sus iniciativas propias, emprender sus oficios sin los límites que impone el totalitarismo. Quieren alcanzar la prosperidad por ellos mismos sin que nadie se las prometa y con ello los enyugue.

Hay un pueblo entero dispuesto a elegir nuevos líderes que se avengan más con sus intereses, sus ansias, sus afiliaciones, sus creencias, su historia verdadera.

Hay un pueblo entero sometido al discurso único, al periódico único, al partido único, al hombre único. Hay un pueblo entero pidiendo permiso hasta para ser pueblo.

¿Y qué hago yo escribiendo sobre mí? ¿No hay acaso que contar del maestro que va a la escuela con los zapatos rotos a explicar que "la revolución" trajo zapatos para todos? ¿No hay que narrar del médico que en su consultorio no posee siquiera una aspirina para calmar el dolor de sus pacientes y tiene que soportar que le hablen de una salud para todos? ¿No hay que hablar del obrero contratado por una empresa extranjera cuyo salario es pagado en divisas al Estado y éste le paga en la mísera moneda nacional? ¿No hay que hablar de un sindicato que en vez de proteger al trabajador se dedica a congraciarse con el Estado como único patrón? ¿No hay que contar del negro, al cual le afirman que el estado garantiza la igualdad racial, y sin embargo es molestado constantemente por las fuerzas policiales apena sale a la calle? ¿No hay que decir de trabajadores obligados a robar en sus empresas para poder sobrevivir? ¿No hay que hablar de las mujeres lanzadas a la prostitución?

¿Soy yo el único que padece? ¿No fue por decir estas cosas que me vi asediado por las fuerzas represivas? ¿Entonces qué hago de plañidera acorralada?

Se acabaron las Memorias de la Plaza. Contaré ahora el diario de una plaza sitiada.


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