Adolfo Rivero Caro /
El Nuevo Herald,
julio 12, 2002.
El Proyecto Varela ha cambiado radicalmente la situación política
cubana. Es asombroso ver cómo un puñado de activistas puede poner
contra la pared a una dictadura totalitaria. Castro se ha sentido obligado a
paralizar el país y montar una enorme farsa de supuesto apoyo para tratar
de ocultar su impopularidad. Impopularidad, hay que subrayarlo, que el Proyecto
Varela ha hecho evidente. Castro sabe que pierde cualquier votación
secreta y que, aunque falsificara los resultados, siempre habría un
considerable grupo de funcionarios que iba a saber la verdad. De ahí su
violento rechazo al plebiscito y su substitución por una votación
vigilada por los organismos represivos. Si el voto es secreto en las
democracias, ¿qué valor puede tener el voto público en una
dictadura? De aquí el universal repudio (¡''liberales'' americanos
incluidos!) a la última farsa castrista.
Algunos amigos temían que el Proyecto Varela fuera a legitimar la
constitución socialista y, por consiguiente, al régimen. Para su
sorpresa, la esencial arbitrariedad del régimen le hacía imposible
respetar su propia constitución. Hayek, por cierto, lo había
explicado en El camino de la servidumbre. No sólo eso. El Proyecto Varela
les ha quitado a los liberales americanos el argumento de que el levantamiento
del embargo produciría una relajación de la dictadura. ¿Cómo
va a ser posible cuando el régimen acaba de afirmar la imposibilidad
legal de cualquier cambio futuro? El mismo Elizardo Sánchez, uno de los
fundadores de la disidencia cubana, ha reconocido haberse equivocado al creer en
la posibilidad de un cambio negociado. Paradójicamente, el Proyecto
Varela ha sido la mayor ayuda que hayan recibido nunca los partidarios de una
solución radical. Se ha hecho un desesperado esfuerzo para buscar una
solución pacífica del problema cubano. Oswaldo Payá es, sin
duda, un auténtico premio Nobel de la paz.
Con todo, Castro se mantiene en el poder.
¿Significa esto entonces que va a desatar otra feroz represión
contra la disidencia y que nada ha cambiado? No veo por qué. No es cierto
que el Proyecto Varela haya terminado. Eso es lo que Castro quiere hacer
parecer. Pero el Proyecto Varela no es una iniciativa de Fidel Castro, sino de
Oswaldo Payá y de la disidencia cubana y, por consiguiente, ellos son los
únicos que pueden decidir sobre el mismo. Que yo sepa, ellos siguen
buscando firmas. Ahora el mundo entero conoce el Proyecto Varela. Supongamos
que, pese a toda la coerción oficial, la disidencia consiguiera 50,000 o
100,000 firmas más a favor de un plebiscito. ¿Acaso no aumentaría
todavía más la presión sobre la dictadura? El régimen
nunca ha sido más débil. Su única esperanza está en
los dólares que nosotros mismos vamos a mandar a Cuba. Y, por otra parte,
hay que considerar la nueva situación internacional.
El presidente Bush, en efecto, está buscando una radical transformación
en la política exterior de Estados Unidos. En el medio Oriente, por
ejemplo, se mantiene desde hace medio siglo un cierto status quo caracterizado
por un permanente estado de guerra, más o menos activo, entre Israel y
sus vecinos árabes. Es conveniente recordar que las guerras libradas
desde la fundación misma de Israel no han tenido nada que ver con ninguna
presunta ''nación'' palestina (cuya existencia nadie conocía),
sino con la existencia del estado judío. Es por eso que Bush está
tratando de invertir ese paradigma. No hay que resolver primero el conflicto
entre Israel y los palestinos, sino al revés: primero hay que cambiar el
entorno en que se desarrolla el conflicto entre Israel y los palestinos. Yasser
Arafat está demasiado comprometido con la aniquilación del estado
de Israel. Hay muchos palestinos que quieren un estado independiente mediante
una solución negociada. Pero la fracción que aspira a la
desaparición de Israel siempre va a mantener su hegemonía mientras
cuente con el multimillonario apoyo logístico de Irak, Irán y
Siria. Por consiguiente, la solución del conflicto árabe-israelí
pasa por la eliminación de las dictaduras de Irak e Irán. Esto
representa un cambio radical en la política norteamericana.
Este cambio de perspectiva puede tener una gran importancia al enfocar la
situación de América Latina. Buena parte de Colombia está
bajo el control de los subversivos. La red terrorista tiene una dimensión
continental cuyo frente legal es el llamado Foro Social. En realidad, no hay
forma de acabar con la subversión colombiana y sus ramificaciones
continentales mientras puedan contar con una vasta red de apoyo internacional. Y
el centro organizador de esta red de subversión está en Cuba.
Es cierto que Castro no tiene los recursos materiales de Irak o Irán,
pero tiene relaciones internacionales cultivadas desde hace casi medio siglo. Y
esto no es historia antigua: la embajada cubana en Caracas fue el centro de la
resistencia chavista cuando la crisis de abril. Castro ha sido el gran
reorganizador de las fuerzas revolucionarias en el Foro de Sao Paulo, junto con
Lula, tras la catástrofe de la Unión Soviética y el campo
socialista. Lo consecuente con la nueva visión del presidente Bush, por
consiguiente, es que la solución del problema subversivo de América
Latina pase por la eliminación de Cuba como su centro neurálgico.
Esto, por supuesto, todavía es teórico. Su ejecución práctica
confronta grandes dificultades. Pero la posibilidad está sobre la mesa.
Producto, paradójicamente, de una iniciativa tan pacífica y
generosa como el Proyecto Varela.
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