Una mujer en
el Escambray (III)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Tomás San Gil asumió la
jefatura de la guerrilla en la cordillera a finales de 1961, después de
la muerte de Osvaldo Ramírez. El nuevo jefe insurrecto comprendió
a tiempo que aisladas sus fuerzas de las redes de suministros, semidestruídas
las bases operativas permanentes y saturado el lomerío con decenas de
miles de efectivos enemigos, debía modificar la táctica de lucha.
Después vendrían otra vez la delación y la muerte. Ahora
sería la de San Gil.
Una de las medidas prístinas adoptadas por el líder máximo
de las fuerzas irregulares fue convocar una reunión con los jefes de
regiones y grupos a principios de 1962. Sobre el particular, Daisy Ventura
recuerda algunos pasajes de aquella etapa, apoyada por los recuerdos de su
esposo y también colaborador de las guerrillas.
"Por esa fecha -refiere Daisy Ventura- San Gil citó a una reunión
con todos los jefes. El encuentro se produjo en nuestra finca, ya confiscada por
el gobierno. Asistieron alrededor de cien caudillos que representaban a 1,200
combatientes. Yo no estuve en las discusiones, pero fui la anfitriona y atendí
las necesidades de los visitantes".
El esposo de Daisy Ventura, Tomás Florencio Becquer precisa algunos
punto de interés:
"Yo tampoco estuve presente en los debates, pero los acuerdos básicos
me los refirió Emilio Carretero al concluir la jornada: se le dio más
valor a la movilidad constante de los grupos para garantizar la sobrevivencia,
se extremaron las medidas de vigilancia, se prohibió a los grupos
visitarse mutuamente salvo cuando la situación lo exigiera, deberían
marcarse áreas seguras para recibir pertrechos de guerra y alimentos por
vía aérea, así como el empleo a fondo de los recursos
naturales para el enmascaramiento del personal de manera individual, la
racionalización del parque de guerra que sólo sería
empleado en casos de vida o muerte. También Emilio hizo el comentario de
que se esperaban desembarcos armados del exterior para apoyar a nuestras
fuerzas, no sólo en el Escambray, sino en diferentes puntos del país.
"Que yo recuerde, aquél fue el último encuentro grande
que se llevó a cabo en la serranía. Muchas personas piensan que el
Escambray estuvo cercado permanentemente en la segunda mitad de la guerra. Pero
jamás el ejército de Castro pudo cercar totalmente la zona, como
ocurrió en Pinar del Río, las zonas rurales de La Habana y
Matanzas. Aquí, en el Escambray, se requerían muchos cientos de
miles de hombres más de los que había. La cordillera es muy
grande. Recuerdo que yo burlaba los cercos y la milicia me dejaba continuar mi
camino. En mi poder tenía un pase permanente que me autorizaba a cortar y
trasladar madera de las montañas a los pueblos vecinos, condición
que aproveché para realizar mi trabajo a favor de los guerrilleros".
Tomás San Gil apenas sobrevivió unos meses al frente de los
insurrectos. Daisy recuerda:
"San Gil era más hábil para evadir los cercos. Jamás
cayó en uno, a pesar de no tener la formación y experiencia
militar de Osvaldo Ramírez. Poseía un sexto sentido que le permitía
saber cuándo los efectivos del régimen iban a tender un cerco, y
los burlaba. Se escondía bajo tierra y se cubría con maleza hasta
que los soldados pasaran por su lado. A veces esto ocurría a centímetros
de donde se encontraba. Tenía una sangre fría excepcional. Luego
se retiraba. Los hombres de su grupo lo seguían ciegamente, porque
confiaban en su buena estrella".
Por su parte, Tomás Florencio precisa:
"El gobierno estaba desesperado por apresarlo. Utilizaba el apoyo de
los helicópteros para ubicarlo y atraparlo. Pero San Gil era como un
guineo jíbaro moviéndose por el monte. A San Gil lo delató
uno de sus colaboradores. La Seguridad del Estado lo capturó en la
hacienda 'Las Trampas'. Debió amenazarlo de muerte para que éste
accediera a entregar al líder insurgente. Su nombre: Jorge Revuelta.
"El ejército y la milicia le tendieron a San Gil una trampa en
el caserío de Meyer. Los uniformados tenían conocimiento que en
esos días pasaría por el lugar. La tropa enemiga estaba
parapetada en los alrededores de un potrero. A San Gil y diez hombres los
observaron avanzar por la cuesta de una loma en dirección a la tropa
gubernamental. Comenzó el tiroteo que apenas duró media hora. No
hubo sobrevivientes en el grupo. El jefe guerrillero se defendió como un
león. No tengo noticias sobre el sitio en que fueron enterrados los
cuerpos, aunque fueron trasladados en un helicóptero de la fuera aérea.
Este combate ocurrió a mediados de junio de 1962, si mal no recuerdo".
Después de la muerte de Tomás San Gil asumiría la
jefatura máxima de las fuerzas insurgentes Emilio Carretero.
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