A paso de
bastón: La Habana en 4 de julio
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Quizás la gran paradoja del
proceso que llevó a la modificación de la Constitución
vigente en Cuba, por la cual se declaró "irrevocable" al
socialismo imperante en la Isla, sea la de haber mostrado cuántas
corrientes profundas confluyen en impulsar un acercamiento entre la tierra de
José Martí y los Estados Unidos, patria de Abe Lincoln.
Paradojas, deliciosas paradojas. Por primera vez el gobierno de Fidel
Castro, tras la pantalla de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba,
conmemoró el Día de la Independencia de los Estados Unidos con una
gala cultural transmitida en vivo y en directo por la televisión
oficiosa. Al mismo tiempo, una recepción diplomática de altos
vuelos tuvo lugar en la residencia de la Jefa de la Oficina de Intereses de la
nación del Potomac en La Habana, con participación en la misma de
un nutrido grupo de representativos de la disidencia y el periodismo
independiente cubanos, quienes se vieron mezclados con ciertos símbolos
de estos tiempos. Apenas a unos metros de un grupo de disidentes, departían
encantados de la vida militares chinos y vietnamitas, cual anécdota de
color acerca del respeto a la diversidad que la perra vida ya está
imponiendo.
Entretanto, una Habana distinta a las de las marchas gubernamentales y la
firmadera masiva de la "irrevocabilidad" del socialismo campeaba por
sus fueros. En los mundos reales de la cotidianidad, uno de los principales
temas era el de la posibilidad de una crisis balsera, más o menos
conjurada por la acción tanto del gobierno estadounidense como del
cubano, y en cierto sentido aderezada por esta anécdota: una joven
habanera que va camino a los Estados Unidos tras haber obtenido una visa por
sorteo, vivió la experiencia de ser despedida con una fiesta organizada
por los militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas de su centro
de trabajo. Por supuesto, los organizadores no dejaron de asistir al festín,
que me contaron fue por todo lo alto.
La Habana en 4 de julio, Día de la Independencia de los Estados
Unidos, no sólo acumuló ese inventario de eventos que informan
sobre una realidad de crecientes cambios en la conciencia habitual. Uno de los
temas de conversación de ese día, que me saltó como liebre
tanto en un humilde comercio como en la fastuosa recepción diplomática,
fue el del malestar sentido por muchos que honestamente afirman haber rubricado
la "irrevocabilidad" del socialismo por motivos ajenos a su verdadero
pensar. Una de estas personas resaltó el lado humillante que para ella
tuvo el apoyar con su firma un texto -el de la reforma constitucional- que sólo
pudo conocer después de aprobado por el parlamento isleño.
La Habana en 4 de julio parece manifestar con cierta extensión esta
suerte de sentimiento de culpa personal. Cualquiera diría que en la
conciencia de la gente ha quedado un gusanillo que les llama a capítulo
en cuanto al inmenso valor de elegir a tono con la ética. Desde luego,
por ahora es especulación. Sólo que desde muchos lados muchos
reportan la existencia de ese estado, que bien pudiera ser el punto de partida
de una actitud civil diferente en la conducta habitual del cubano de a pie,
signada hasta ahora por la complicidad y el automático acatamiento. No
por gusto, muchos en estos días han comenzado a preguntarse cuáles
derechos les otorga una Constitución que ni siquiera han leído;
muchos, los suficientes como para que esas corrientes profundas hayan llevado al
gobierno de Fidel Castro a celebrar un día de independencia que jamás
se pensó conmemoraría, en gran medida porque entre los puntos
sustanciales de la agenda personal del cubano de a pie está el tomar
severa nota sobre cuánta irracionalidad se acumula en las relaciones
entre Cuba y Estados Unidos.
Entonces, La Habana en 4 de julio no ha sido la de todos los días.
Algo ya bien nacido se manifestó, y ése es un dato.
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