¿Ancianas
jineteras?
Tania Díaz Castro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Numerosas ancianas de La Habana echan
por tierra el Programa de Atención al Adulto Mayor del régimen
castrista con un lamentable estilo de vida, que a muy pocos sorprende.
Para comprobarlo con mis propios ojos me fui una mañana hacia las
calles Monserrate, O'Reilly y Obispo, que dan entrada a la Habana Vieja. Ya en
el pequeño parque donde se levanta un monumento a don Francisco de Albear
y Lara, eminente ingeniero español que en el siglo XIX realizó
importantes obras que aún abastecen de agua a la capital del país,
me senté al borde de uno de sus canteros, incómodo por cierto,
debido a la ausencia de bancos o cualquier otro lugar donde descansar las
piernas.
A los pocos minutos se me acercó una señora de piel blanca,
vestida de forma sencilla y humilde, con ropas limpias, y me preguntó la
hora. Luego vino otra, también de igual presencia, y se propuso acompañarme
a museos y talleres de pintura. Acepté con una condición: ir
primero a una cafetería para merendar.
Sentadas cómodamente en una heladería ubicada en la calle
Obispo, supe por sus propios labios a qué se dedicaba. Me confesó
que se considera una jinetera aunque no ofrezca favores sexuales. Se trata de
una abuela de tres niños menores y madre de una joven casada que trabaja
en una oficina estatal. Por supuesto, su nombre no lo revelo.
Tiene cerca de setenta años, percibe una jubilación mensual de
80 pesos y según me dijo obtiene cada día de los turistas
alrededor de cinco dólares, mucho más que su jubilación
pues cada dólar representa 26 pesos cubanos.
Más adelante me aclaró que ella (y otras más) era como
una dama de compañía o guía turística, que le
preguntan sobre la vida del cubano y ella los lleva a lugares donde se come bien
y barato, a pequeños restaurantes privados que les proporcionan
comisiones.
Le pregunto por qué razón realiza esa actividad, si en la casa
no basta el salario de su hija y su yerno. Ella me mira como si yo fuera una
extraterrestre. Luego le pido disculpas y le hablo francamente, hasta le revelo
mi verdadera identidad, porque hasta ese mismo momento pensaba que yo era una
cubana de Miami.
"Está bien -responde- periodista independiente, mientras no
digas mi nombre".
Le pregunto cuántas mujeres de la tercera edad se dedican a estas
labores, y me responde que muchas, pero que no hay otra solución para
conseguir dólares y comprar detergente, aceite de cocina, leche en polvo
y otros alimentos y artículos que son de gran necesidad en el hogar.
Por último, mientras regreso a casa en un taxi particular, pienso en
el futuro de mi país, en qué podrá hacer el gobierno para
mejorar la calidad de los años postreros de la vida del cubano cuando la
nación alcance dos millones 300 mil personas de la tercera edad dentro de
dos décadas, según pronósticos oficiales.
Me bajo en la esquina de San Lázaro e Infanta, a pocos pasos de mi
casa, veo a los ancianos y ancianas de siempre sentados en los portales de la
antigua tienda Lámparas Cubanas y en el Parque de Los Mártires
vendiendo, por la bolsa negra, lo que ese día les cayó en las
manos: cigarrillos, almohadillas sanitarias, fósforos, bolígrafos,
goma loca... Son los protagonistas de un estilo de vida que les ha deparado el
socialismo fidelista a tantos ancianos cubanos.
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