Celestina o
los 80 años de la FEU
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - El 20 de diciembre se cumplieron
ochenta años de la fundación de la Federación Estudiantil
Universitaria (FEU), nacida bajo la inspiración de Julio Antonio Mella,
activo utopista revolucionario, estudiante universitario de verbo incendiario, y
fundador del primer Partido Comunista de Cuba. Demasiados años para
retratar en un corto espacio la historia de la FEU, que forma parte de la
historia de la universidad y del país.
La efímera Constitución
de 1940 -la más democrática de cuantas tuvo el país-
dejó establecida la autonomía universitaria y la obligación
del estado de su mantenimiento y de la gratuidad de la enseñanza, sin que
esto afectara la existencia de la universidad privada, dentro del marco de la
ley.
La propia Constitución hacía partícipe a la universidad
del Gran Jurado ad hoc para conocer y juzgar los casos de responsabilidad penal
y motivos de separación en que pudieran incurrir el presidente,
presidentes de salas y magistrados del Tribunal Supremo. Tres profesores de la
facultad de Derecho, junto a otras personalidades institucionales, integrarían
el Gran Jurado.
A lo largo de su historia, hasta llegar a la toma del poder por parte de
Fidel Castro (que inició sus lides políticas precisamente en la
Universidad de La Habana), la FEU tuvo una activa posición beligerante y
distante los desmanes de gobiernos antidemocráticos.
Ocurre hoy todo lo contrario. Sus bríos de antaño han quedado
atrás, esfumados. Y no puede ser de otra manera, dentro del estrecho
cerco ideológico-político del gobierno, que no admite la mínima
fisura.
Valga como ejemplo los el caso de mi ex alumno Carlos Ortega Piñera,
residente en Cuba, y su compañero de estudios Jorge Quintana, exiliado.
Ambos eminentes estudiantes del cuarto año de la facultad de Matemáticas
de la Universidad de La Habana, y militantes de la Unión de Jóvenes
Comunistas (UJC) entonces.
Hace más de una década, los estudiantes plantearon con toda
franqueza sus opiniones a Roberto Robaina, presidente de la FEU en ese momento y
luego defenestrado ministro de Relaciones Exteriores, plantearon sus criterios
de que la revolución llevaba un camino equivocado.
Expusieron Ortega y Quintana, con sólidos argumentos, que la revolución
castrista llevaba un camino equivocado. Eso bastó para que fueran
expulsados de la Universidad de La Habana, en una asamblea relámpago
convocada por la FEU (entiéndase organizada por la Seguridad del Estado).
Fueron detenidos de inmediato, juzgados por un Tribunal Revolucionario y
condenados a prisión.
Desde muy temprano se había ido perfilando el cataclismo que
sobrevendría en las universidades cubanas. La fecha de la debacle
institucional que arrastró a la FEU -o mejor dicho, impulsada por una FEU
domesticada- puede situarse en el 10 de enero de 1962, cuando el gobierno
revolucionario dictó la ley de Reforma Universitaria que estremeció
los cimientos de la institución. Años más tarde, el propio
Fidel Castro la remacharía con su apabullante consigna extremista: "La
Universidad es sólo para los revolucionarios".
El término "revolucionario", ideológica, política
admite mil y una interpretaciones desde sus ángulos ideológico,
político y filosófico. Pero nunca quizás se ha aplicado el
concepto de una manera tan excluyente, para expulsiones masivas y selectivas de
miles de profesores y alumnos sólo por haber sido practicantes religiosos
o simplemente creyentes -principalmente católicos- o desafectos al
castrismo.
La Reforma Universitaria de 1962 -y otras que recibieron menos publicidad-
fue la ruina de la universidad, al desaparecer definitivamente la autonomía,
vieja demanda y conquista enraizada en la década de los años
veinte del siglo pasado.
También es cierto que la reforma universitaria aplicada a las tres
grandes sedes nacionales -pues la de Villanueva, católica y privada
desapareció por decreto en 1960- trajo a escena ángulos positivos:
creación de nuevas carreras, abolición de cátedras
vitalicias y la expansión de la extensión universitaria, así
como un amplio plan de becas.
A cambio de estas mejoras, las universidades debieron sacrificar lo más
hermoso y genuino de un alto centro académico, su independencia, para
convertirse en dóciles apéndices de la intolerancia gubernamental.
Los becarios fueron convertidos en una especie de tropa de choque. Estos
estudiantes constituyeron la columna vertebral de las primeras milicias armadas
que combatieron en las montañas del Escambray contra las guerrillas
anticastristas, y en Bahía de Cochinos.
Durante la protesta popular del 5 de agosto de 1994 en la capital de la república,
Fidel Castro pensó acudir primero a la Universidad de La Habana para
utilizar a estudiantes y profesores como grupos antimotín. Pero falló
el cálculo porque todos estaban de vacaciones. Tuvo que conformarse con
apostar en la escalinata de la universidad algunas decenas de aquí y de
allá, reunidos con premura para la "defensa" de la universidad.
Ya se sabe que entonces se echó mano a otros "becarios":
los contingentes de constructores que, organizados militarmente y armados con
trozos de palos y cabillas, la emprendieron violentamente contra los civiles
insubordinados.
Como "premio" a la famélica lealtad de los universitarios,
se redujo el apoyo financiero para el Ministerio de la Enseñanza
Superior, y se eliminó el flaco estipendio, especie de préstamo a
largo plazo, a estudiantes muy pobres, que fue restituido después de
numerosas y fuertes quejas en asambleas estudiantiles.
Sin duda, FEU ha sido elevada al rango de una especie de Celestina, servil a
los intereses del gobierno. Y cual anciana que arrastra con pesadez sus 80 años,
sólo puede aspirar a rememorar sus años mozos y a descansar en
paz.
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