Conciencia:
una palabra en busca de hospedero
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, diciembre (www.cubanet.org) - En una esquina de La Habana una señora
muy mayor trata de hacer autostop. María Dolores -así nos dice que
se llama- precisa que algún buen samaritano se compadezca de ella y la
adelante las 20 cuadras que la separan de su óptica. María Dolores
espera por alguien que tenga conciencia...
El vocablo conciencia tiene en Cuba una connotación diferente a la
que puede tener en otros países hispanoparlantes, o en cualquier otro
lugar del planeta.
Más que conseguir la corporización psíquica de la
realidad, en Cuba tener conciencia implica asumir una posición social
solidaria con el prójimo o -como estaría mejor decir bajo los cánones
del marxismo- con el resto de los compañeros que integran la sociedad.
Aparentemente no siempre fue así. De veinte personas con más
de 80 años consultadas al respecto, ninguna recuerda que hasta la década
de 1950 la palabra conciencia tuviera tal connotación, ni que fuera el
saco en el que hoy se echan tantos conceptos tradicionales.
Un hombre no le daba su asiento a una mujer porque tuviera conciencia (él),
sino porque así lo dictaban las reglas de la caballerosidad. En presencia
de un paciente que llegaba al terminar su horario de trabajo, el médico
lo atendía no por conciencia, sino porque era su deber.
Un viandante no se metía en una casa incendiada para salvar a un niño
por conciencia, sino por elemental humanitarismo. Tampoco trabajaba nadie con
prontitud y eficiencia, como ahora se pretende en la Isla, por conciencia, sino
por profesionalismo, deseos de ascender y... ganar dinero.
En la Cuba republicana presuntamente no había así,
conceptualizada, una conciencia política colectiva. Sin embargo, tras la
interrupción antidemocrática perpetrada por Fulgencio Batista,
miles de cubanos colmados de civismo combatieron a la dictadura hasta vencerla.
En aquella contienda nadie obedeció a un llamado a la conciencia, sino al
amor por la libertad. Aparentemente, la conciencia no tenía muchos
publicistas, pero sí sobrados portadores.
"Mira, m'ijito -me dice María Dolores, que tiene 82 años-,
recuerdo una vez que involuntariamente provoqué un altercado entre tres jóvenes
más o menos contemporáneos conmigo. Al subir yo a una guagua los
tres se pusieron de pie y discutieron acaloradamente porque todos querían
darme su asiento. No, no vayas a pensar que lo hicieron porque yo fuera tan
bonita".
"Es que eran jóvenes concientes", le comento.
"Yo no sé si eran concientes. Lo que sí sé es que
eran caballerosos, y les gustaba demostrarlo".
María Dolores no puede terminar la frase. Alguien que pasa la roza
con bastante violencia.
A estas alturas resulta difícil establecer cuáles eran los
conceptos que movían a los cubanos del pasado a obrar solidariamente
entre sí. Quizá, incluso, esto haya sido sobredimensionado. A lo
mejor María Dolores simplemente idealiza tiempo pretéritos.
En cambio, es mucho más fácil visualizar las conductas
sociales, colectivas o individuales en la Cuba actual. En este caso volvamos a
escuchar a María Dolores, que habla sin dejar de hacer señales a
los carros que pasan.
"¿Que por qué no intento tomar un ómnibus? Mira,
mi'jito, la última vez que traté de hacerlo por poco me matan. Un
grupo de muchachos de escuela secundaria me arrolló y tuve que levantarme
yo sola. Cuando por fin pude llegar a la puerta, el chofer arrancó y se
fue. Después me di cuenta de que me habían robado la sombrilla".
"¿Allí no había nadie que tuviera conciencia, señora?"
"No. Ni conciencia, ni madre ni abuela".
Por eso, esta vez, cuando necesita cambiar sus espejuelos, María
Dolores prescinde del transporte público colectivo, y como tampoco tiene
dinero para alquilar algún taxi aventurero, decide hacer autostop en una
esquina. Esto, sin embargo, la está poniendo frente a otro problema de
conciencia.
Ya que en Cuba sólo un muy reducido segmento de la población
posee automóviles, serían los estatales lo que podrían
auxiliar a la anciana. La mayoría de estos carros con matrícula
estatal pertenecen a dirigentes empresariales, políticos, funcionarios y
militares y personeros del régimen.
"¿Cuánto tiempo lleva en esta esquina?"
"Más de una hora, mi'jito", responde sin dejar de hacer señas,
inútil ejercicio.
"¿Cuántos carros habrán pasado?"
"Muchos, cientos".
"¿Ninguno ha parado al menos a preguntarle?"
"Nadie".
"No tienen conciencia", le comento.
"No tienen humanidad", concluye ella.
Y ahí sigue María Dolores, bien visible, bajo el sol y sin
sombrilla, sudando su desamparo. Todavía tiene esperanza de que alguien
la recoja. Sigue en la misma esquina con la mano extendida, como quien pide
piedad. Los que pasan -dirigentes revolucionarios, militantes comunistas,
patriotas, fidelistas, ¡abajo el imperialismo, el ALCA y la globalización!
¡Viva la revolución!- parecen no verla. Algunos cambian la vista,
otros viran la cara.
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