Ramón Ferreira.
El Nuevo Herald,
diciembre 17, 2002.
Fidel en Cuba, Chávez en Venezuela y ahora Lucio en Ecuador intentan
formar una alianza de opresión en lugar de la de capa y espada que
inmortalizó Alejandro Dumas con el juramento de los tres mosqueteros: "Uno
para todos y todos para uno''.
El libreto es de Fidel, copiado de Lenin con retoques de Stalin, editado por
Gorbachov, archivado por Putin y desempolvado por estos tres aspirantes a
tiranos de por vida.
Ya no se trata de rescatar el collar de una reina idolatrada; ahora el propósito
es robar a los más ricos, proclamándose defensores de un pueblo
amado que debe reclamar justicia, saqueando propiedades y la libertad de quienes
se opongan a la condena impuesta.
Los tres son hijos de la época, como los de cualquier vecino que los
vio crecer, quedarse o irse y lograr o fracasar en sus aspiraciones, pero
siempre fieles a su origen y cultura, pero Fidel, Chávez y Lucio no han
podido dejar atrás el resentimiento de saberse incapaces de reconocer la
capacidad de lograr sus metas sin necesidad de tronchar la de otros.
Los tres se quedaron con las lecciones del cuartel que los educó con
el lema de hagan fila, obedezcan, saluden y a la cama con el toque de queda,
confundieron los galones que recibieron como soldados de un regimiento con un
privilegio que los autoriza para que sea el pueblo quien haga fila, obedezca y
salude, pero se mantenga alerta para poder dormir ellos tranquilos.
Se siente una mezcla de desprecio y burla viéndolos ensayar gestos
que buscan en vano palabras con sentido, declamando a toda voz, como quien
intenta espantar los esqueletos que oculta en el clóset de su conciencia
o teme la osadía de patinar sobre el hielo quebradizo de la mentira.
Fidel pasó de orador estudiantil a parodia de mercader de feria; a Chávez
le han asignado un vicepresidente que pretende aclarar lo que ni él
entiende, y Lucio necesita un teleprompter con urgencia.
Desgraciadamente, la democracia latinoamericana tiene que arar con estos
bueyes. No se le pueden pedir peras al olmo, como dice el refrán, y no se
puede esperar justicia de quienes la dispensan con el rasero de la venganza.
La historia se repite. Los criollos se independizaron de España
mediante insurrecciones y guerrillas. Ahora, los supuestos nativos intentan
independizarse de los criollos con engaños. Pero las rebeliones contra la
colonia fueron encauzadas por amantes de la libertad de sus pueblos y
tradiciones, sin distinción de clases. Martí y Bolívar,
como tantos otros, portaban la democracia como método de justicia social.
Fidel y Chávez apelan a quienes no han visto satisfechos esos deseos,
pero siguen confiando en la solución eventual de un redentor.
La democracia es lenta, pero inevitable. Se filtra y corroe la tiranía
más absoluta. Los que la utilizan para luego acomodarla a sus ambiciones
ya tropiezan con ciudadanos organizados dispuestos a defenderla sin rendirse.
Cuba se debate intentando poner fin a la tiranía de Fidel mediante el
voto, contra una defensa que solamente pueden penetrar las balas. En Venezuela,
Chávez levanta diques de represión ante la ola de voces que
reclaman canal abierto hacia la libertad, y Lucio ya se enfrenta a un electorado
que puede rehusar hacer fila, obedecer y acostarse al toque de queda.
La pudrición del comunismo en Cuba ha dejado abierto un surco fértil
para la semilla de la democracia. Después de presenciar la destrucción
de vida, propiedad y derechos humanos en Cuba los electores han aprendido que
son ellos quienes pueden y deben hacerse cargo de su destino, sin necesidad de
mosqueteros que ofrezcan rescatar una herencia que solamente se hereda con el
voto. Finalmente, serán los electores quienes les apliquen a estos tres
camaradas de capa y antifaz una versión más adecuada de la famosa
consigna y, en vez de uno para todos, decidan volverse todos contra uno. |