Las malas
palabras
Ramón Díaz Marzo
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) -Aún no sé si el origen
de las malas palabras proviene de que nuestras vidas sean miserables, o se trata
de un fenómeno mundial. Lo cierto es que las malas palabras están
de moda.
Por ejemplo, yo mismo, cuando estoy en la intimidad con los amigos no puedo
evitar pronunciar una mala palabra cada 30 segundos. No importa que el tema que
se trate sea elevado. Ya las malas palabras forman parte consustancial de mi
vida. Y creo que si no pronunciara nunca más una mala palabra, moriría
de tristeza o reventaría de odio.
En este sentido me parezco un poco a los dictadores que le prohíben a
los demás lo que ellos no dejan de hacer.
Pongamos por caso el lugar donde vivo y sus edificios adyacentes. Desde hace
años no he escuchado que los padres de ahora se comuniquen con sus hijos
con palabras amables. Incluso los niños de ahora parecen no comprender el
lenguaje de la amabilidad. Necesitan escuchar de labios de sus padres las más
grandes palabrotas para entender que han cometido una falta.
Yo pienso que las malas palabras son el resultado de una violencia
contenida; violencia que es alimentada por las carencias materiales y
espirituales del ser humano común. Por supuesto, conozco a algunas
personas que se están literalmente muriendo de hambre en Cuba y jamás
pronuncian una mala palabra. Pero seguramente son excepciones de la regla. Aquí
el que más o el que menos, cuando está en su privacidad, necesita
como el aire que respira pronunciar la mala palabra.
Los habrá que sostengan que la mala palabra no existe. Que lo que
existe es la intención sicológica. De acuerdo. Pero si nos vamos únicamente
por el camino de las intenciones sicológicas seguramente el lenguaje
humano perdería su significado. Pero el asunto es más complicado.
También existen las palabras malas, posiblemente más terribles
que las primeras. La diferencia consiste en que las malas palabras son un desagüe
del espíritu o la conciencia, mientras que las palabras malas suelen ser
dolorosas.
Pongamos por caso la sola palabra que, al ser pronunciada, toca una tecla de
nuestra memoria y nos hace regresar a un estado de conciencia del que quisiéramos
olvidarlo todo.
También existen las malas palabras de los intereses políticos.
¡Cuántas personas no se estremecen cuando escuchan las consignas de
guerra que los políticos saben manipular!
Por mi parte y, sabiendo que el tema de las malas palabras o las palabras
malas es asunto de sabios, doy por terminada esta disquisición, y dentro
de mis posibilidades haré todo cuanto esté a mi alcance para no
herir a mis amigos cuando estemos reunidos sin malas intenciones.
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