Un infierno
sin candela
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Al cubano, adiestrado como ningún
otro ser del planeta en el arte de sacar candela, a veces le resulta difícil
obtener fuego.
Arqueólogos, antropólogos, historiadores y otros especialistas
coinciden en el papel decisivo que para el desarrollo y evolución de la
especie humana tuvo el dominio del fuego. Hoy, sin embargo, el ama de casa
cubana carece del dominio sobre el fuego. Así como Ud. lo oye. Ni más
ni menos. Garantizar este imprescindible recurso en el hogar cubano se convierte
en un quebradero de cabeza.
Tradicionalmente la forma más común de encender el fogón
era el fósforo o cerilla, que se vendía a cinco centavos la caja.
Aunque la curiosidad de muchacho no me llevó al extremo de contar las
cerillas contenidas en una caja, lo cierto es que eran mucho más que los
que contienen las cajas actuales, cuyo costo es de un peso.
Los fósforos se venden también por la libreta de
racionamiento, a razón de una caja mensual por núcleo familiar,
que dice contener 40 fósforos y que nunca los tiene, a un precio de diez
centavos la caja.
Otra manera de resolver el problema de encender el fogón en el hogar
es por medio de encendedores eléctricos. Se trata de un pequeño
trozo de alambre de cobre, enrollado en espiral y provisto de un mango de
madera, el cual se desliza (luego de sumergirlo en alcohol) sobre dos alambres
del mismo metal conectados a la fuente eléctrica. Pero este recurso, que
siempre fue tan efectivo, hoy resulta inútil debido a los frecuentes y
prolongados apagones. Y créame el lector que existen pocas cosas tan
desesperantes como tener que correr a casa del vecino procurando un fósforo
en medio de un apagón.
El estado vende encendedores o fosforeras al precio de tres dólares.
Además de no estar al alcance de la familia cubana promedio, la calidad
es pésima. Los que logran comprarlas afirman que al poco tiempo de
usarlas, comienzan a fallar hasta convertirse en objetos inservibles.
Según el criterio autorizado de los que se dedican a rellenar de gas
las fosforeras, éstas "no sirven para nada, son una estafa, una
verdadera porquería".
En medio de la problemática realidad cubana, parecen ser las
fosforeras el recurso idóneo, y a ellas se acude. Pero cuado en el hogar
hay varios fumadores, la familia se alborota en medio del apagón,
buscando y preguntando por el encendedor, que se escurre y oculta en los
momentos cruciales.
Las familias que cocinan con gas de la calle, optan por dejar un quemador
encendido permanentemente, lo cual, si bien resulta fácil para el
ciudadano, representa un derroche para la economía del país, y un
peligro para la familia. Pero así son las cosas por acá.
En este mundo de locuras y absurdos es preferible renunciar a buscar las
causas inmediatas de los fenómenos. Tal pretensión es tan inútil
como buscar dónde el jején puso el huevo. Bástenos conocer
la raíz de todos los males, a cuya conclusión es bien fácil
llegar.
Lo cierto e inobjetable es que en los comienzos del siglo XXI se le presenta
al cubano un problema que dejó de serlo hace miles de años.
Nada, amigo lector; Cuba es ese infierno tan, pero tan benigno, que suele
faltar la candela.
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