¡Qué
experiencia la de Víctor!
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - "De haber sabido lo que me
esperaba no me hubiera lanzado a la aventura", comentó Víctor
Ameijeiras luego del inesperado viaje, preñado de dificultades, que debió
realizar en un ómnibus interprovincial desde la ciudad de Pinar del Río
a Ciudad de La Habana, equidistante 150 kilómetros, pero que tuvo que
hacer por vías alternativas.
Una llamada inesperada la mañana del sábado 30 de noviembre,
determinó que Víctor tuviera que regresar a la capital con cierta
urgencia.
"Llegué a las 8 de la mañana a la terminal de ómnibus
de Pinar del Río", recuerda Ameijeiras. "Decenas de autos
particulares de alquiler que realizan el recorrido Pinar del Río-La
Habana, se apretujaban en las áreas aledañas a la estación.
Cobran tanto dinero que nadie solicita sus servicios. Subí a la primera
planta hasta el salón de la lista de espera, donde anotan los viajeros
con pretensiones de viajar sin previa reservación. Para mi sorpresa no
había nadie. Al fondo del local se veía un gran cartel que decía:
PARA LA HABANA NO HAY LISTA DE ESPERA HASTA NUEVO AVISO. Lo firmaba la
administración de la empresa".
Convencido Víctor de que por los canales regulares no había
nada que hacer, se dirigió a un empleado y le ofreció 35 pesos por
un pasaje Pinar del Río-La Habana, cuyo precio oficial es de 7 pesos.
"Mire, señor, la situación de los pasajes está muy
crítica. No tenemos idea de cuándo llegará un coche con ese
destino. Le recomiendo ver al jefe de turno".
Así lo hizo Ameijeiras. Cuando localizó al jefe de turno le
planteó su problema.
"Compañero", le respondió el funcionario, "no
tenemos salidas previstas para la capital. No estamos haciendo nuevas
reservaciones Hay aproximadamente 200 usuarios que tienen boletos reservados
desde hace varios días y no han podido viajar. Usted sabe, no tenemos
petróleo. Pero esos viajeros tienen prioridad, por eso se suspendió
el servicio de lista de espera. Le sugiero vaya hasta donde comienza la
autopista Pinar del Río-La Habana y trate de conseguir cualquier
transporte, estatal o privado, que lo lleve hasta La Habana".
Ameijeiras siguió el consejo del directivo y llegó al lugar
indicado por él, luego de ingerir algunos alimentos. Eran las dos de la
tarde. Decenas de personas se disputaban un espacio en cuanto transporte
automotor aparecía en dirección a la urbe. Pero salían 15
personas y se incorporaban 30 con la misma situación. El viaje se
complicaba con el paso del tiempo. Muchos sostenían y abanicaban en sus
manos billetes de 20 pesos. Otros repetían la operación con dos
billetes, de 20 y 10 pesos. Cada 30 ó 40 minutos paraba uno de los
camiones con matrícula estatal que pasaban, y recogía a un grupo
de ciudadanos que viajaban hacia la capital. La mayoría de los vehículos
no tenían techo ni cumplían las reglas de seguridad para el
traslado de personal.
"La gente estaba desesperada. Se montaba en cualquier cosa. El problema
era salir de aquel lugar. Entrada la tarde comenzó la amenaza de lluvia.
El paso de los camiones se redujo apreciablemente. Pensé en regresar a la
terminal y dormir en un rincón hasta la mañana siguiente.
Finalmente tuve suerte y logré subirme a un camión techado de la
corporación estatal CIMEX. No tenía ventanas. Fue necesario
mantener abierta una de las puertas traseras para evitar la asfixia. Conmigo se
montaron diez personas.
Comenzó el viaje por la autopista. Y también la lluvia. El
chofer recogió algunos viajeros más, bultos, bicicletas y chivos.
No hizo caso de las protestas de sus eventuales pasajeros y los mezcló a
todos como si se tratara de una ensalada mixta. Su preocupación era
obtener mayores ganancias en el viaje. Y llegaron las desgracias.
"Empezó a llover con fuerza, un aguacero que no cesó
hasta el final del viaje. El agua entraba al interior del camión.
Comenzamos a mojarnos con una combinación de agua y fango de la carretera
que atrapaban las ruedas posteriores del transporte. Los animales iniciaron un
concierto a viva voz que era para enloquecer. Los pobres machos cabríos
se asustaron con el ruido, el agua, el fango y nuestra presencia. Se movían
en todas direcciones y nos golpeaban. Empezaron a orinar y defecar en la cama
del camión. La atmósfera se llenó de un hedor irrespirable
que tuvimos que soportar durante más de tres horas".
Y concluye Víctor su historia alucinante:
"Así terminó el viaje. Llegamos a La Habana empapados,
sucios, agotados y apestosos. Caminé hasta mi casa, alrededor de 4 kilómetros.
No tuve valor de montarme en un ómnibus interurbano, temeroso de que me
lanzaran al pavimento los demás pasajeros, confundiéndome con una
mofeta. Desconozco qué hicieron mis compañeros de infortunio para
llegar a su destino".
No sería arriesgado pensar que para Víctor Ameijeiras viajar
en medio de la lluvia, con el cuerpo y la ropa cubiertas de fango, orine y
mierda, constituyó una experiencia única e inolvidable.
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