CUBANET .INDEPENDIENTE

13 de diciembre, 2002

La Francia

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Por primera vez tengo que contar una historia al revés. Usualmente es un tipo de historia que se repite en el simple anecdotario de cómo se maltrata a un cliente en las tiendas dolarizadas de la capital.

Por casualidad necesitaba un bombillo de luz eléctrica. Así que bajé por la calle de los Obispos donde últimamente se han inaugurado boutique, ferreterías, sederías, casa de música, chocolaterías, ópticas y algunos otros comercios más especializados, como unasombrerería.

Me adentré en la tienda nombrada La Francia y compré el bombillo. Cuando volvía sobre mis pasos tuve que detenerme. En el departamento de camisas vi a un hombre con el pantalón sucio y cortado a la altura de las rodillas. Tenía los cabellos largos y ensortijados por el polvo, la cara sin rasurar. Escondía su tórax dentro de un pulóver recosido. Usaba espejuelos de aumento parecidos a los del actor estadounidense Woody Allen.

Al principio sospeché que se trataba de un loco, pero pensándolo mejor me dije que era un trabajador que, sin tiempo de llegar a su casa para cambiarse la vestimenta obrera, decidió pasar por la tienda para hacer la compra deseada.

Me acerqué al mostrador correspondiente a la venta de camisas, donde el desconocido y una empleada sacaban de sus estuches de nylon diferentes diseños. Ya se había formado un montón de camisas rechazadas por el hombre.

Mientras tanto, la empleada iba sacando de sus estuches, en otro montón, las camisas de marras y se las mostraba al hombre que, en gesto prepotente, las iba rechazando por una u otra causa.

Pregunté el precio de las camisas.

"Diez dólares, señor", respondió la empleada.

"Este tipo está loco y no comprará ni una sola de esas camisas", pensé dudando un poco de mi propia reflexión.

Me separé del mostrador. Caminé hasta una zona de la tienda donde venden artículos de ferretería. No sé si el lector convendrá conmigo en la idea de que la mayoría de los locos son personas inteligentes porque tienen un radar dentro de la cabeza. Pues en efecto, hubo un momento en que el loco se volvió de lado y me buscó con la mirada. Instante que aproveché para preguntarle a otra empleada cuánto costaba un espejo. El loco volvió a ocuparse de la minuciosa investigación de sus camisas.

La empleada contestó que el espejo costaba un dólar. Ordené uno, preguntándole si se había percatado de la extraña conducta del individuo en la sección de la tienda correspondiente a las camisas. Ella respondió afirmativamente y comenzó a reírse. Entonces le dije que apostaba porque el final de aquella historia sería que el hombre no compraría ninguna camisa. La empleada rió aún más. Sostuve la apuesta y consulté la hora.

Antes de las seis de la tarde debía pasar por el correo para verificar si en mi casilla postal número 173 había correspondencia. Además, a las siete de la noche echarían a andar el motor que bombea el agua en el edificio donde resido. Le dije a la empleada que antes de las siete de la noche pasaría para que ella me dijera cómo había terminado la historia del hombre de las camisas.

Encontré correspondencia en el correo. Era una pequeña nota escrita en Miami, con borrones e ideas delirantes. Seguramente quien la envió, cuando redactó la nota estaba completamente borracho. Después de leerla, comencé a desandar el camino de subida por la calle de los Obispos.

Cuando me acerqué a La Francia ya la tienda se encontraba cerrada y sus empleados realizaban el balance de venta de la jornada. La empleada con quien había convenido que me contara el final de la historia se encontraba en su puesto de trabajo. Toqué con los nudillos en el cristal de la puerta principal. Ella alzó los ojos. Le hice seña para que se acercara. La mujer me envió señales de que ya estaba cerrado el local. Evidentemente no se acordaba de mí. Cuando insistí me reconoció y vino hasta la puerta. La abrió y volvió a reírse como si el loco fuera yo.

"Y bien", pregunté. "¿Cómo terminó la historia del hombre de las camisas?"

"No compró ninguna, señor", expresó la empleada sin contener la risa. Usted tenía razón, era un loco".

Entonces, fijándome en el nombre de la tienda inscripto en el cristal de la puerta, declaré: "Esta tienda no debería llamarse La Francia".

"¿Y cuál otro nombre usted sugiere, señor?", inquirió la mujer.

"La Tolerance", dije.

Y la empleada, sin poder aguantar más, soltó tales carcajadas que las interpreté como una falta de respeto a mi persona.


Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a Internet.
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.


[ TITULARES ] [ CENTRO ]

Noticias por e-mail

La Tienda - Libros , posters, camisetas, gorras

In Association with Amazon.com

Busque:


BUSQUEDA

Búsqueda avanzada


SECCIONES

NOTICIAS
Prensa Independiente
Prensa Internaional
Prensa Gubernamental

OTROS IDIOMAS
Inglés
Alemán
Francés

SOCIEDAD CIVIL
Introducción
Cooperativas Agrícolas
Movimiento Sindical
Bibliotecas
MLC

DEL LECTOR
Cartas
Debate
Opinión

BUSQUEDAS
Archivos
Búsquedas
Documentos
Enlaces

CULTURA
El Niño del Pífano
Artes Plásticas
Fotos de Cuba

CUBANET
Semanario
Quiénes Somos
Informe Anual
Correo Eléctronico


CubaNet News, Inc.
145 Madeira Ave, Suite 207
Coral Gables, FL 33134
(305) 774-1887