CUBANET .INDEPENDIENTE

13 de diciembre, 2002

El rellenador de fosforeras

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Por muy destartalada que pueda estar una fosforera, el cubano común no la tira a la basura sin la previa aprobación del rellenador.

Posiblemente este oficio le resulte desconocido y su existencia le parezca poco comprensible, pero en este país de cosas extrañas y absurdas tal ocupación está plenamente justificada. Ese sujeto es el principal garante del fuego en los hogares cubanos, y el mejor amigo de los fumadores y fumadoras.

Eso sí, posiblemente tal oficio sea exclusivo de la Cuba actual, no creo que en otro país, por pobre que sea, exista suficiente demanda como para garantizar que un padre de familia solucione el sustento diario efectuando esa tarea.

Y es que los encendedores de hoy en día se conciben generalmente para ser desechados luego de agotárseles el gas que originalmente contienen. Otros, fabricados para ser reabastecidos de combustible se apoyan en un mercado que asegura el gas en envases de los más diversos tamaños y precios. De cualquier modo, nuestro personaje es tan frecuente en esta realidad como para insertarse en la vida cotidiana con pasaporte propio.

Él es el único autorizado para determinar si al encendedor se le puede sacar algo más o si, inevitablemente, hay que botarlo por inservible. Ante su veredicto no caben dudas. Si es negativo, puede estar seguro de que la fosforera no sirve para nada. En este aspecto él se las sabe todas.

Y es que este hombre tiene tantos años de experiencia en el oficio como años tiene ya este mal llamado período especial. Por demás, el universo técnico de estos artefactos es lo suficientemente simple y reducido como para poder dominarse sin mayores esfuerzos y habilidades.

Su servicio es solicitado por todo aquél que teniendo una fosforera, ya sea comprada al precio de cinco pesos cubanos o 25 centavos de dólar estadounidense, no está dispuesto o no puede gastar igual suma en reponerla por otra nueva, y decide reabastecerla al precio de dos pesos. El ahorro no es nada despreciable: tres pesos si se compró en moneda nacional y cerca de cinco si fue adquirida en dólares.

Las situación acá no está como para andar con mano suelta. Hay que apretar el cinturón hasta el último hueco, y abrir otros cuando se agotan los que había. La cosa está bien fea, pues la ley del embudo que aplican los comunistas del patio cada día se ensancha para "los de arriba" (los funcionarios), pero con igual intensidad se estrecha para "los de abajo" (la generalidad de la población). Cinco pesos representan poco más de medio día de trabajo, según el salario promedio mensual. Después de haberse comido el cable, ya la gente anda comiendo soga.

Nuestro restaurador tiene que abonar 80 pesos mensuales a la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) por el permiso o licencia que le permite ejercer su trabajo. Pero la erogación mayor es la que paga por el derecho a instalar una mesita de trabajo sencilla y una silla. La mesa no llega a sobrepasar el metro cuadrado, y la silla se sustituye usualmente por un banco personal. Aún así, su ubicación en un lugar céntrico y concurrido puede estar por encima de los 20 ó 30 pesos por jornada. Por supuesto que puede situar la mesa en el portal de su casa, pero en tal caso la clientela sería bien reducida.

El negocito carece de mayores inversiones. Los recursos propios del oficio son bien pocos. Se reducen a una pinza fina o alicate metálico y una botella de gas licuado que se compra en las tiendas estatales al precio de tres dólares. Sin embargo, el rellenador de fosforeras obtiene por 50 pesos en el mercado informal una botella cuyo volumen es casi el doble de la que vende el Estado.

Con todo, el negocio no es de los más rentables, lo cual no quiere decir que sea incapaz de garantizar el sustento mínimo para una existencia cuyas pretensiones no vayan más allá del pedacito de carne y el litro de leche en el refrigerador, lo que en Cuba es un gran logro.

Pero si se tienen mayores pretensiones hay que acudir a otras alternativas. Este es el caso del joven que gusta lucir una buena camiseta, un reloj de marca y le complazca disfrutar unas cervezas de latica en compañía de la novia. Siendo así, tendrá que complementar sus exiguas entradas con algo más, con algún que otro "invento", porque para eso simplemente la cuenta no da.


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