Viajar en
Cuba
Rafael Ferro Salas, Grupo de Trabajo Decoro
PINAR DEL RÍO, diciembre (www.cubanet.org) - Se acercaba el amanecer.
Los que esperaban para viajar mostraban el cansancio en los rostros. La terminal
provincial de ómnibus era un mar de gente de todos los tipos, como en
cualquier terminal.
Me acerqué a una mujer que estaba sentada en uno de los bancos de
espera. Se cubría los hombros con una toalla tratando de combatir el frío
de la madrugada.
- ¿Hay anunciada alguna salida de ómnibus para La Habana? -le
pregunté.
Me miró sonriendo con ironía, y me preguntó con voz soñolienta:
- ¿A estas alturas usted hace caso de los anuncios en esta terminal, señor?
No me quedó más remedio que sonreír. La constante
irregularidad en el transporte es la causa principal de la incredulidad de los
viajeros ante los anuncios de salida y llegada de ómnibus en las
terminales cubanas.
Después que llevaba un rato esperando, una anciana se acercó
al hombre encargado de controlar la entrada de personas a los ómnibus,
que en Cuba se conoce como jefe de turno. La señora le entregó
algo. De manera discreta el tipo se llevó al bolsillo lo que la anciana
le había entregado.
La mujer con la que había hablado minutos antes se quitó la
toalla de los hombros, se levantó del banco y me aseguró:
- Puede apostar a que esa vieja se va en el primer carro que entre hoy a la
terminal sin importar el turno que tiene en la fila de espera. Acaba de pasarle
dinero al jefe de turno. ¿No lo vio usted?
- Bueno, yo vi que le dio algo, pero no puedo asegurar que sea dinero.
- Yo sé que le dio dinero. ¿Sabes por qué? Porque hace
rato yo hice lo mismo. Si quieres viajar de un lugar a otro en este país
tienes que pagarle a los jefes de turno. Si no, no sales nunca de una terminal
de ómnibus.
Cuando terminó de darme la lección se dirigió al hombre
que había hablado con la anciana. Le habló bien cerca, como recordándole
algo que el hombre no debía olvidar. El hombre asintió, sonriente.
Amanecía. Un alboroto general anunció la entrada del primer ómnibus.
Corrían hombres, mujeres y niños de un lado para el otro. Algunos
policías intentaron poner orden, sin resultado.
Frente a la puerta de la salida se paró el señor Jefe de
Turno. Fue llamando a algunos. Por las protestas de la gente me di cuenta de que
las personas no eran llamadas según el orden que tenían en la
fila. El Jefe de Turno seguía, inmutable. Se veía seguro, dueño
de la situación. Entre los llamados estaba la mujer con quien había
hablado. A una señal del Jefe de Turno se levantó del banco y pasó
por mi lado despacio, mirándome con mucha picardía:
- Puedes apostar a que hoy no viajas, hombre. Te demoraste mucho en
contactar con el jefe de turno.
Ese día no fue posible mi viaje a La Habana. La misma suerte
corrieron muchos de los que desde temprano habían reservado sus turnos.
Todos cometimos el mismo error: no contactamos con el Jefe de Turno.
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