Las aceras de
mi barrio
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Las aceras son como los brazos que
sostienen las calles. Son, además, los principales caminos de la ciudad,
donde cada día se desplaza el cubano con su carga de tristezas.
Las acercas, por demás, separan el hogar de la calle. Pueden ser
acceso directo a la puerta o al portal, y a veces tienen un jardín como
intermediario entre ella y la calle. De cualquier manera, nadie siente su casa
verdaderamente bonita si la acera está fea. Aquí, como quizás
en ninguna otra parte, se armonizan el interés público y privado,
de modo tal que todos sentimos la acera como algo nuestro, aunque sepamos que es
patrimonio nacional.
Pero si el gobierno apenas se ocupa del mantenimiento y la reparación
de las calles, mucho menos atiende a la conservación de las aceras. Esta
cuestión ha pasado a ser un problema que debe resolver la familia. Si
usted quiere ver la acera bonita, ha de arreglarla por su cuenta, o resignarse a
contemplarla como se observan a esos frutos muertos, adheridos con obstinación
a la rama del árbol.
Es justo decir que junto a la desantención del gobierno está
el hecho incuestionable de lo que en Cuba se ha dado en llamar "indisciplina
social". Efectivamente, cualquier vecino abre una zanja en la acera por
diferentes razones: para llegar a la vía conductora del agua y sacar una
acometida que permita abastecer del líquido a la barbacoa recientemente
construida, o con similar intención para instalar una "ladrona"
(bomba pequeña) en el tramo de la tubería principal o maestra que
corre a lo largo de la acera
Esto se hace con mucha frecuencia, pues la presión del líquido
es insuficiente para llevar el agua hasta determinados hogares, principalmente
si están situados por encima del nivel del resto de las viviendas.
El término "ladrona" es apropiado, y el cubano lo emplea
con absoluta tranquilidad. Sin sonrojos. Seguro está de que vive en un país
donde roban los de arriba, los del medio y los de abajo. Y aplica, por tanto, la
vieja sentencia: "ladrón que roba a ladrón tiene cien años
de perdón".
Estas zanjas que abre el particular son reparadas, pero como los vecinos
carecen de los recursos adecuados, después de unos meses sobresalen como
parches mal cosidos en un vestido viejo, desagradables a la vista.
Pero si la acción del particular, motivada por la necesidad y la
desesperación, es perjudicial, algo similar pero en mayor proporción
ocurre cuando el estado es quien realiza el trabajo.
Recientemente se inició una beneficiosa inversión destinada a
sustituir el gas de botellón por el de tubería. Se abrieron zanjas
en las aceras, para instalar las tuberías de gas. Luego fueron
rellenadas, pero con poca gracia y tanta chaupucería, que se ha empeorado
más la imagen de las aceras. Hoy, estos nobles caminos que bordean las
calles del barrio semejan cicatrices de pieles quemadas.
Y es que las aceras, como todo, requieren de un cuidado sistemático y
eficiente. A veces sus mejores amigos son paradójicamente sus peores
enemigos: las raíces del árbol que les da sombra emergen de su
mundo subterráneo, levantándolas y destruyéndolas; el niño
que juega, patina y corre sobre la acera; el agua que la limpia suele brotar de
una tubería rota que debilita sus cimientos y crea pútridos
charcos. También el sol, el sereno, la llovizna. Porque este rincón
caribeño que es la isla de Cuba no es tierra de sol empañado, sino
realidad de sol y brisa que invita a salir de la casa a la acera.
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