Ramon Colás.
El Nuevo Herald,
diciembre 4, 2002.
No salgo del asombro ni dejo de conmoverme ante aquellos compatriotas que se
convierten en cómplices del régimen de la Habana y permiten que
los tentáculos del castrismo tiendan amarras en Miami. Son cubanos que
palidecen colapsados por la frustación en el destierro y no culpan del
desastre nacional a la dictadura, sino a los que luchan contra ella.
¿Qué ha pasado con ellos y dónde se han ubicado? ¿Cuáles
han sido las fallas de los miembros de la resistencia anticastrista, que hombres
inteligentes y capaces ensombrezcan en la ironía, la falsedad ética
y el descrédito moral y establezcan una alianza sólida y oscura
con una dictadura férrea y cruel, que no sólo nos quita la patria,
la familia y la propiedad de ser cubano, sino que además, para mayor
bochorno, nos condena al destierro, la cárcel y a la muerte? ¿Están
equivocados o somos nosotros los que hemos perdido el sentido común? ¿Acaso
los que establecemos una posición firme ante el régimen somos
personas irracionales y perversas que debemos movernos al lado del castrismo y
enarbolar su desgracia para poder alcanzar la gloria a la derecha de Dios?
No es posible creer que viajen a una Cuba virtual y le den la espalda a la
Cuba que sufre. Allí, donde hay presos políticos, violaciones a
los derechos fundamentales, golpizas, confiscaciones ilegales, desalojos,
condenados a cadena perpetua por comercializar carne de res. Otros que sufren cárceles
por vender café, leche en polvo y hasta rositas de maíz. En la
Cuba donde los niños van descalzos a las escuelas y sin desayunar. Donde
las niñas se prostituyen. Donde el robo se ha convertido en un fenómeno
social de supervivencia. Allí, donde se ha perdido la esperanza y el
suicidio, la corrupción, el crimen, el abuso policial y la desesperación,
forman parte de una realidad lacerante y hostil.
Nada. El legado del dinero y los intereses económicos han puesto de
rodillas a muchos cubanos de esta orilla, quienes por una migaja de cereal
criollo olvidan el horror, el hambre y la falta de libertad de sus compatriotas
en la isla. Nuevos mercaderes que han unido a su mediocridad, la ambición
por ocupar un mercado único y oficioso, donde el pueblo cubanos es
espectador silente. Mientras, el régimen, por su astucia y despiadada
maldad, les abre las puertas para recibir el oxígeno que le garantice la
existencia más allá de Castro.
Tengo lástima de esos cubanos que les dan las manos a los verdugos
que han masacrado la dignidad del pueblo por cuarenta y tres largos años.
Y les temo, lo confieso, porque detrás de suspuestos argumentos
humanitarios se esconde una ambición despiada y un odio visceral, similar
al que profesa la nomenclatura en Cuba contra el pueblo.
Sus deseos son llegar primero para disponer de la apatía que gravita
sobre cada cubano y constituirse en el poder que administre a su antojo los
destinos de país. Por estar en la cúpula y tener un espacio en el
modelo perpetuo que diseñan en el DOR (Departamento de Orientación
Revolucionaria) se permiten el lujo de agasajarse con una tajada del paspel que
les sirve Castro en los bunkers robados a ellos mismos. Al estar en esas cenas
exclusivas mienten y se doblegan. Luego, aparecen en los medios como titanes y
mesías de un proyecto fracasado del que se sienten orgullosos cuando
representan su odio y simulan sus miedos.
Su frustación es tanta que le hacen compañía al régimen
de la Habana como bufones de bajos sueldos. Defienden la intolerencia desde la
irracionalidad. Al darle la espalda a los que sufren en la isla y compartir su
suerte bajo las conchas despóticas del sistema castrista, no temen en
brindar por la salud de sus verdugos. Lo he visto en Cuba y en Miami haciendo su
papel. Buscan las cámaras de los medios oficiosos en la isla y el espacio
de la libre expresión de esta ciudad.
Hitler tuvo cómplices. Mussolini y Trujillo también. Aunque
parezca cosas del pasado, la historia se repite. |