De Pepito a
Chivichana
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - La televisión cubana, aún
carente de comediantes carismáticos, de directores eficaces y guionistas
ingeniosos, hace algunos esfuerzos por divertir a la población. Su
programación humorística, exigua diría yo, ha puesto en el
aire, desde el verano pasado, un programa que hasta la fecha no ha logrado
sacarme aunque sea una sonrisita, y eso que yo soy fácil a la risa.
"Jura decir la verdad" aparte de ser un remedo de La Tremenda
Corte, programa radial que según me cuentan los más adultos era
simpatiquísimo en su época, y que según me cuentan otros
retransmite en la actualidad Radio Martí, no llega a satisfacer las
exigencias del público. La gente siempre espera un poco más de
audacia del humor. Total, a nadie pueden castigarlo por una broma. Pero la
realidad es otra. En Cuba un chiste puede costar muy caro. De ahí que los
actores, directores, guionistas se preocupen más por no sobrepasar la línea
de lo permitido, que de hacer reír.
"Jura decir la verdad", que pudiera ser una verdadera muestra artística
del nivel de corrupción y delincuencia que azota a la sociedad cubana y
de cómo se administra la justicia, se queda en un folklorismo vacío,
sin sentido, y, sobre todo, muy alejado de la realidad que pretende reflejar.
No me cabe dudas de que Ulises Toirac, quien encarna el personaje principal
(Chivichana, homólogo de Tres Patines), si tuviera un espacio más
flexible sería un excelente cómico. Pero además de
condiciones histriónicas y buenos chistes, también hace falta un público
con deseos de recibir la chascarriada.
Cada vez que en la Cuba actual se habla del humor, más que pensar en
las comedias de Aristófanes, Moliere o Shakespeare no puedo menos que
recordar a Pepito. Y es que a Pepito no se le puede apresar, reprimir,
amordazar. Por esa razón lo prefiero. Es el humor que necesitamos. Un
humor sin censura hasta donde la cordura y el respeto humano lo permiten. Un
chiste amordazado, reprimido, es un purgante.
Pepito es tan notorio, tan público que, de conocido, se torna anónimo,
intangible. No se le puede castigar. Puede arremeter contra lo que sea y contra
quien sea. Nadie es Pepito y cualquiera puede ser Pepito. De ahí su
eficacia. Un día el más huraño de los seres se desdobla en él
y nos hace desternillar de la risa, pero no siempre estamos para bromas, y ese día
ni Pepito en persona nos arranca la menor sonrisa. Ese es el caso del humor
actual cubano y su eficacia sobre el público. El pueblo cubano no está
para bromas. Es harto difícil hacer reír a un auditorio que sufre
(no sé si Boccacio lo logró en su época, dicen que sí),
más difícil aún si no se puede bromear con las causas que
provocan el sufrimiento.
Explico mejor esta monserga. Pepito me ayuda.
Un día la maestra expone las características de la hiena. La
hiena, dice la maestra, es un animal que habita en lo más intrincado del
bosque, se alimenta de carroña, fornica una sola vez al año y su
graznido asemeja la risa humana, ¿entienden?
Pepito: "No entiendo".
La maestra: "Mira, Pepito, la hiena es un animal que vive en los
parajes más recónditos de la selva, se alimenta de desechos, se
aparea una sola vez en todo el año y se ríe como un hombre".
"Eso es lo que no entiendo", replica Pepito.
"¿Qué cosa?", pregunta la maestra.
"Mire, maestra, la hiena, según usted dice, es un animal que
vive en casa del demonio, come porquería, hace el amor una sola vez al año..."
"Sí, muy bien", dice la maestra. ¿Y qué?"
"¡Cómo que y qué! Siendo así, ¿de qué
diablos se ríe?", cuestiona Pepito.
No hay nada más que explicar, que matizar, que exigirle a los
comediantes cubanos. No se trata de que sean buenos o malos cómicos, no
es que sus bufonadas sean más o menos efectivas. Se trata de que un público
atormentado, amargado, desesperanzado, como la hiena, ¿de qué
carajos puede reírse? Ese es el escollo principal que se interpone a los
humoristas cubanos actuales.
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