La hora de
los mameyes
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Para todos es conocido que la
frasecita "la hora de los mameyes" se la debemos a los ingleses.
Cuando a Inglaterra se le ocurrió la idea de enviar, bajo el mando del
almirante George Pockock y del Conde de Albemarle George Keppel, nada menos que
53 buques de guerra y unos 22 mil hombres para tomar militarmente La Habana, se
dijo por primera vez.
Claro está que los criollos del siglo XVIII no la decían con
el significado que tomó posteriormente y con el cual ha llegado hasta
nosotros. "La hora de los mameyes" se refería entonces, por el
color de las chaquetas militares, a la llegada de los soldados ingleses a
tierras cubanas. Hoy, ya apagado el cañoneo, viene significando algo así
como "la hora de la verdad", el momento de tomar decisiones serias.
Y "la hora de los mameyes" para el criollo actual es un momento
que se evade con absoluta tranquilidad espiritual, sin conflicto alguno de
conciencia. Puede llover, tronar, aciclonarse el tiempo y a la hora de los
mameyes, sencillamente, nos salimos del rollo para evitar los mameyazos.
En una cola, está de más decir que enorme, parece que se
acabará el mundo. La gente vocifera, dice groserías, amenaza,
gesticula, despotrica contra el diablo y las brujas. Llega, pongamos por caso,
el camello que los tenía revueltos, enfurecidos, al borde de la rebelión,
y el fogaje social se disuelve en fajatiña, empujadera, "coño,
mi socio, dame un chance", "despégate", "descarao"
y "dale", chofe, que aquí no cabe más nadie". Todos
felices y adiós hora de los mameyes.
No llegan los huevos que asigna la Libreta de Abastecimientos y la gente
habla mal hasta de los gallos impotentes que tienen a las gallinas
improductivas. Pareciera, otra vez, que se acerca el Apocalipsis. Por la
cantidad de improperios, insultos, algazaras, se diría que la isla arderá
de un momento a otro, que los cubanos, ya cansados de soportar tanto, se lanzarán
a la calle, construirán barricadas, asaltarán los mercados en dólares,
volcarán los carros patrulleros, apedrearán a los policías
antimotines. Llegan los huevos a la bodega, con el breve retraso de diez días,
y la gente sonríe aliviada, los invade un alborozo como de fiesta y, una
vez más, adiós a la hora de los mameyes.
Un protestón profesional se pasa el "salao" año
mortificándonos con sus quejas contra el gobierno. Donde quiera que
tropieza con uno, ahí mismo, suelta sus andanadas virulentas: que si el
transporte, que si los alimentos, que si las libertades políticas, que si
los derechos humanos, que si la eternidad de Fidel Castro en el poder, que si el
diablo colorao. Llega el momento en que uno le cree su retahíla de
monsergas y lo convoca: "Mi socio, ¿quieres firmar el Proyecto Varela?".
¡Ay, ay, ay! La calambrina. El cagalitreo. La hora de los mameyes. El
protestón palidece, enmudece, desfallece.
Y es que la hora de los mameyes, en Cuba, parece ser no más que una
frasecita simpaticona, vacía de todo contenido real, y útil únicamente
para balandronadas de barrio. Es como si aquel alcalde criollo guanabacoense,
llamado Pepe Antonio, no mereciera un poco más de respeto.
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