El final de
la hamburguesa
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Encontré refugio en el salón.
Huía de la cuota de lluvia vespertina distribuida en los municipios Diez
de Octubre y Arroyo Naranjo, en la capital cubana.
Seis o siete personas algo mojadas aguardaban en el salón que el
aguacero perdiera fuerza. Pocos poseían un paraguas o una sombrilla.
Mucho menos una capa de agua, ni siquiera un nylon.
El salón de la cafetería contaba sólo con música
para distraer a los refugiados de la lluvia. "Si en un final tuviera que
escribir la historia de este mundo...", repetían a dúo las
voces antológicas de Clara y Mario gracias a una radio instalada en la
cocina, donde las moscas disfrutaban el bolero.
Había hallado refugio en una antigua hamburguesera. Veinte años
atrás las hamburguesas hicieron su debut. Largas filas de clientes
esperaban a la puerta de cada hamburguesera. Sólo vendían dos
panes con hamburguesa por persona y una jarra de gaseosa. El consumo valía
cuatro pesos. La hamburguesa se puso de moda.
Los sábados y domingos, las familias aprovechaban el descanso laboral
para irse completa a la cola de la hamburguesera. Los jóvenes novios
encontraron un lugar donde gastar juntos las horas del amor adolescente. Entre
semana, transeúntes ocasionales, trabajadores de centros aledaños
y estudiantes eran el grueso de la clientela cotidiana.
El reinado de la hamburguesa tuvo su apogeo cuando irrumpieron en escena las
Super-Zas, algo así a un equivalente de la Big Mac... y, ¡zas!,
comenzó el declive.
Las populares hamburgueseras sufrieron un golpe de muerte cuando entramos en
el mal llamado período especial. Luego, con la posibilidad de comprar
comestibles y servicios con dólares, abrieron las puertas de los Burguis,
los Rápidos y los Rumbos. En estos establecimientos dolarizados, junto a
la hamburguesa cubana compiten el pollo frito, el perro caliente y los bocaditos
de jamón y queso.
A esa hora, la hamburguesa, hasta entonces reina de la comida rápida,
halló fuertes contrincantes.
Hoy quedan algunas veinteañeras hamburgueseras donde no venden más
hamburguesas. En su lugar se oferta huevo cocido y pan con tortilla. Nunca hay
refrescos, sino ron.
Actualmente, para tropezar con una hamburguesa hay que pegar la nariz a un
mostrador refrigerado de ciertas shoppings. Allí cuestan 50 centavos de dólar,
equivalentes a 13 pesos exactamente. En los Burguis más de un dólar.
"Si en un final tuviera que escribir la historia de este mundo...",
repetían las voces antológicas de Clara y Mario. Afuera, la lluvia
amainaba. Era el momento de reabrir mi paraguas.
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