CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de agosto, 2002


La Biblioteca Nacional

Ramón Díaz-Marzo

HABANA VIEJA (www.cubanet.org) - La mejor manera de iniciar esta evocación es diciendo que todos los comienzos son maravillosos. Además, ser joven es ya de por sí una maravilla. Mas a ningún comienzo puede faltarle la inocencia. Ese es el encanto de comenzar una y otra vez. Por eso siempre seremos eternos inocentes. Es el encanto que Dios nos otorgó para que vivamos hasta la última gota nuestra existencia. Y porque ya llevo medio siglo de existir sobre la tierra, puedo decirles que el matrimonio de la inocencia con la experiencia sólo ocurre en el pasado; y es el arte nuestra única posibilidad de regresar y experimentar dos veces un mismo sentimiento.

La Biblioteca Nacional, en los años 73 y 74, yo la visitaba. Siempre iba al departamento de música. Había mesas largas donde uno podía escuchar música previamente buscada en unos escaparates de madera donde se acumulaban los ficheros por orden alfabético, divididos en tres categorías: género, autor, y título.

Yo siempre solicitaba la música de J. S. Bach. Y me gustaba un asiento junto a la ventana, porque desde aquella posición observaba el tráfico de vehículos y paseantes solitarios en la ancha calzada donde comienza la Avenida Paseo. Al frente, el enorme edificio construido en la época de Batista para el Ministerio de Hacienda, al triunfo de la revolución convertido en INRA (Instituto Nacional para la Reforma Agraria), y en los días de esta evocación Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Desde mi posición observaba la entrada y salida de vehículos de ese Ministerio, y también la entrada y salida de vehículos del enorme edificio del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, edificio también construido en la época de Batista, donde estuvo funcionando, hasta el triunfo de la Revolución, el Ministerio de Justicia.

Pero sentado en mi posición estratégica lo menos que me importaba era el Ministerio de la Guerra y el Ministerio de la Política. Con los audífonos de telefonía de los años 40 (que a la hora te ponían la oreja en candela) yo abría mi puerta creadora con la llave de la música clásica. Ante mí, un block de cuartillas en blanco. No tenía el oficio, pero sí la voluntad de escribir. Y si miraba a través de la ventana mis ojos estaban idos, volcados hacia dentro, buscando la fuerza que me permitiera escribir.

Atendiendo el departamento de música había una bonita mujer trigueña que era asiduamente visitada por el director de la biblioteca -Luis Suardiaz, a quien luego vería una triste noche de 1980 entre la turba que cercaba los alrededores de la Embajada del Perú con un palo en la mano y el brazalete insignia de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución).

La bonita mujer trigueña tenía el porte de las "criollitas de Wilson", y su horario de trabajo fijo era el turno de la mañana. Por la tarde, quien cubría el turno era un mulato blanconazo, que había devenido en trompetista frustrado y cuya expresión en el rostro y las innumerables preguntas que me hacía ahora especulo que podrían ser las de un informante de la policía. Esa expresión yo la he identificado después en varias caras

de esta Isla maldita.

Pero yo era un inocente. ¡Oh, sagrada inocencia que nos protege de las llamas del infierno! Y no podía sufrir el horror en que se había empantanado la cultura cubana. Vivía en mi mundo mágico. Mundo de música, de poesía, de anhelo, de mirar el futuro como algo lejano que nunca llegaría. Las mañanas, las tardes y las noches, eran eternas.

Mis brújulas para escribir eran Chejov, Juan Rulfo, Horacio Quiroga, Guy de Maupassan, Dostoievski, César Vallejo, Pablo Neruda, Whitman, Rubén Darío, Juan de Dios Peza, Miguel de Unamuno, y Benito Pérez Galdós. Pero me faltaba oficio. No tenía horas de vuelo. Para aprender a escribir (que es algo que sólo termina con la muerte) lo tuve que hacer durante años y años sin detenerme, leer muchos libros, y reunirme con amigos y hablar durante horas y horas todas las boberías del mundo.

Años después yo trabajé en esa biblioteca. Pero ésa es otra historia que algún día contaré

Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a Leandro", publicada por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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