Adolfo Rivero Caro /
El Nuevo Herald,
agosto 23, 2002.
Nunca en la historia contemporánea un país tan pequeño
y escaso de recursos ha ejercido la influencia internacional de Cuba en los últimos
decenios'', afirma Juan Benemelis en la introducción de su último
libro Las guerras secretas de Fidel Castro. Sus 400 páginas están
dirigidas a demostrar la validez de esta inquietante afirmación.
Benemelis sigue las aventuras castristas a través de 25 fascinantes capítulos.
Los primeros ocho empiezan con las expediciones armadas a Panamá y Santo
Domingo en abril y junio de 1959 y concluyen con la muerte del Che Guevara en
1967. Todo está aquí. La subversión latinoamericana. La
intervención en Venezuela. La crisis de los cohetes y la claudicación
de los soviéticos. La subversión africana. El Congo. El Che en
Bolivia.
La revolución cubana nació dedicada a una empresa de vasta
subversión internacional a la que no ha renunciado nunca. Inicialmente
fue latinoamericana. En un discurso del Che Guevara el 17 de enero de 1959 éste
afirmaba que "un pequeño grupo de hombres decididos, apoyados por el
pueblo y sin miedo a morir si fuera necesario, puede llegar a imponerse a un ejército
regular disciplinado y derrotarlo definitivamente --la revolución no está
limitada a la nación cubana, sea éste el primer paso hacia la
victoria de América''.
No era la primera vez que un inesperado triunfo revolucionario provocaba
expectativas fantásticas y que el nacimiento de un pollo con cuatro patas
hacía soñar con fabulosas exportaciones avícolas. Los
comunistas rusos vieron el triunfo de la revolución de 1917 como el
inicio de la revolución proletaria mundial. Les sorprendió que
fuera en Rusia porque siempre habían pensado que ésta debía
empezar por los países más industrializados, particularmente
Alemania con su formidable Partido Obrero Socialdemócrata. En las
convulsiones sociales de fines de la Primera Guerra Mundial vieron el
pronosticado hundimiento del sistema capitalista. Cuando los conatos
revolucionarios fueron fracasando en un país tras otro, llegaron a la
decepcionada conclusión de que ''la condiciones objetivas estaban
maduras'', pero que la debilidad ideológica de los revolucionarios, la
falta de ''condiciones subjetivas'', habían pospuesto el Armagedón
capitalista. La fórmula del triunfo, como enseñaba la experiencia
rusa, era radicalizar a los partidos socialdemócratas. De aquí la
fundación de la III Internacional y las 21 condiciones de la
''bolchevización'' para poder ser admitido en la misma. Su objetivo era
la transformación de los partidos socialistas de masas en partidos
comunistas ''de nuevo tipo'', rígidamente centralizados y hostiles a toda
ilusión reformista. Los socialistas (social-fascistas) eran el enemigo
fundamental. Esto se precisó en el Congreso de la Internacional Comunista
de 1928. Fue, dicho sea de paso, lo que determinó la hostilidad comunista
contra Grau y Guiteras en 1933 durante el gobierno de los cien días.
En el caso de la revolución castrista, se repitió la ilusión
bolchevique. Ahora, sin embargo, la debilidad ideológica de los
revolucionarios residía en la línea de la ''coexistencia pacífica''
adoptada por el Partido Comunista de la Unión Soviética desde su
XX Congreso en 1956. La fórmula del triunfo, como enseñaba la
experiencia cubana, era la lucha armada.
Irritados contra los nuevos ''reformistas'', como lo habían estado
los bolcheviques medio siglo antes, los cubanos también formaron su
propia internacional revolucionaria. En 1966, Castro convocó una
conferencia de movimientos armados y terroristas del tercer mundo: la
Tricontinental, a la que acudieron 513 delegados de 83 grupos subversivos de
Asia, Africa y América Latina. Le disputaba así la hegemonía
del movimiento revolucionario mundial no sólo a la URSS, sino también
a China. Las 27 organizaciones de América Latina constituyeron la
Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), dirigida a impulsar
la lucha armada en el continente e inflamar una ''tenaz y continuada campaña
contra Estados Unidos''. Benemelis nos cuenta de las relaciones con las Panteras
Negras y resto del movimiento revolucionario americano de los años 60 y
70, de los oscuros tratos con las Brigadas Rojas italianas, con la ETA, con el
IRA.
Agobiado por sus múltiples fracasos militares y por el rápido
colapso de la economía cubana, Castro decidió apoyar el
aplastamiento de la primavera de Praga en 1968 y convertirse en un estado
cliente de la URSS. Era su única posibilidad de supervivencia. Benemelis
prosigue durante el resto del libro con el papel de la dictadura cubana como
punta de lanza soviética en el tercer mundo. En la conferencia de los
No-Alineados de 1970 en Zambia, Raúl Roa, ministro de Relaciones
Exteriores, defendía la conveniencia de una alianza estratégica
con la Unión Soviética.
Las guerras secretas de Fidel Castro es una compacta enciclopedia sobre la
proyección mundial de la revolución cubana. Todo está aquí.
Las relaciones de Castro con Feltrinelli, su amistad con Cayetano Carpio, el
entrenamiento en Cuba del venezolano Ilich Ramírez Sánchez, más
conocido como Carlos, el Chacal, las guerras de Angola y Etiopía, la
revolución sandinista y Granada, la insurgencia centroamericana y la
participación cubana en el narcotráfico. Y Benemelis nos advierte
que sólo conocemos una pequeña parte de esta vasta empresa
destructiva. Este es un libro importante y es necesario que se traduzca. En el
nuevo mundo después del 11 de septiembre resulta una advertencia
singularmente oportuna sobre la realidad del terrorismo castrista y su
permanente amenaza. Todos tenemos que estarle agradecidos a este combativo y
erudito manzanillero, testigo, partícipe y notario de una historia
inconclusa e infame.
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