Cuarenta y
ocho horas
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Anna Rosa Veitía se sintió
morir aquella madrugada. Las últimas noticias eran desalentadoras. Las
palpitaciones de su corazón aumentaron y un leve dolor comenzaba a
lacerar su pecho. Presentía que algo terrible le había ocurrido a
su esposo. Se dirigió al balcón, pero sus piernas no le
obedecieron. Y cayó al piso como si se tratara de un pesado fardo atraído
hacia el centro de la Tierra.
Ernesto Roque, su esposo, le había confesado que asistiría
como periodista independiente al poblado de Güines para cubrir los actos
que celebraría la disidencia local en recordación de las
manifestaciones callejeras ocurridas el 5 de agosto de 1994. En aquella ocasión,
miles de habaneros se lanzaron a las calles de los municipios Centro Habana y
Habana Vieja, registrándose varios incidentes violentos entre una parte
del pueblo y miembros de la policía política vestidos de civil y
grupos paramilitares pertenecientes al Contingente Blas Roca. Hubo varios
heridos graves y centenares de detenidos, en su mayoría adolescentes.
En esta oportunidad, Ernesto Roque fue interceptado por cinco agentes de la
Seguridad del Estado para impedir su presencia en el acto. A la mañana
siguiente oficiales de ese cuerpo detuvieron a Roque, lo condujeron a sus
dependencias donde lo interrogaron durante 36 horas, después de las
cuales fue liberado. Anna no sabía nada de lo ocurrido. Ambos habían
acordado que él estaría de regreso ese mismo día en horas
de la tarde.
Preocupada, al ver que no llegaba, Ana realizó algunas llamadas telefónicas
a Güines esa tarde. De Roque no se sabía nada. Todos afirmaban que
lo habían visto por última vez esa mañana. Además,
Anna conoció que el acto no se había efectuado. Su esposo estaba
entre los participantes. Por suerte, le dijeron que no se registraron actos de
violencia.
Esa noche no durmió. La siguiente tampoco. Para colmo, sus tres hijos
menores (de 13, 9 y 5 años) comenzaron a preguntar por el padre ausente.
Evitó las explicaciones. No deseaba engañarlos. Su preocupación
crecía. En estas cavilaciones la sorprendió el nuevo día.
Roque no llegaba. Era martes 6 de agosto.
Ya no tenía duda alguna: su esposo era prisionero del régimen
de Fidel Castro. Algo inesperado hizo que sus nervios estallaran. Su hijo
Cristhiams, el menor de los tres, dormido, comenzó a tomarse la leche en
el pomo, pero al despertarse y no ver a su padre comenzó a llorar, a
exigir que fuera él quien le diera el alimento como lo hacía
diariamente. Anna rompió en llanto.
Al mediodía llegó a la casa de Anna un opositor procedente de
Güines. Las moticias que traía no eran buenas. De Roque no supo nada
a partir del domingo en la mañana. Ambos habían sido arrestados
por la policía política. A él le ordenaron que no saliera
de su vivienda ese día. A Roque le exigieron que abandonara el pueblo de
inmediato. Suponía que Roque debió buscar refugio en casa de Jesús
Hernández, otro disidente de aquel pueblo. Pasado unos minutos, llamó
el propio Jesús y habló con Anna pidiéndole información
de Roque. Fue la gota que colmó la copa. Ella soltó el teléfono
como si le quemara las manos y se dejó caer en una butaca. Rompió
a llorar. Varios allí presentes trataron de calmarla. La taquicardia se
apoderó de ella. La acostaron en la cama y llamaron a un médico
del vecindario que la atendió con amabilidad.
Por la tarde, algo recuperada, Anna realizó varias llamadas telefónicas
para denunciar la desaparición de su esposo a través de los medios
de prensa independiente y de las organizaciones que velan por los derechos
humanos en Cuba. Al mismo tiempo, la Comisión Cubana de Derechos Humanos
y Reconciliación Nacional le facilitó varios teléfonos
oficiales para que solicitara información sobre su esposo. Las respuestas
de los oficiales del Departamento de Seguridad del Estado, del Departamento Técnico
de Investigaciones y de la Dirección Nacional de la Policía fue la
misma: "No tenemos noticias acerca de Ernesto Roque".
Esa noche, sola y desesperada, Anna reflexionó acerca de las
desapariciones ocurridas algunas décadas antes en varias naciones
latinoamericanas sometidas por dictaduras militares. Los opositores políticos
de esos regímenes eran secuestrados por agentes policiacos. Los
familiares de las víctimas más nunca supieron de ellos. Anna temía
que algo similar le ocurriera a su esposo. Fue entonces cuando arreciaron los
latidos de su corazón, sintió dolor en el pecho y trató de
llegar al balcón para tomar un poco de aire, pero se desplomó.
Comenzaban las primeras horas del miércoles 7 de agosto.
Fueron sus hijos y una tía de visita en la casa quienes la recogieron
del piso desmayada y la llevaron al hospital. El diagnóstico del clínico
fue: "Presión arterial muy elevada y una tensión emocional
que podría ponerla al borde del infarto de no controlarse". La
medicamentaron y se quedó dormida. Entrada la mañana regresó
a su hogar.
Por suerte, y contrario a la pesadilla en tiempo real que vivió Anna,
su amarga experiencia terminó ese mediodía. Roque, como por
encanto, apareció en la puerta de la casa. Regresó sucio,
demacrado, pero vivo. Llegó acompañado por tres disidentes de Güines.
Anna no quería creer lo que veía. Se acercó y comenzó
a tocar a su esposo hasta converncerse que era real. ¡Allí estaba
Roque! De inmediato se fundieron en un abrazo, al que se fueron uniendo sus tres
hijos. Nadie dijo nada. No era necesario.
Los presentes creyeron observar un halo dorado que rodeaba tan bella imagen.
Indudablemente, la mística del amor reinó en aquellos momentos,
que se impuso por encima de lo ocurrido en las últimas 48 horas.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|