CUBANET .INDEPENDIENTE

22 de agosto, 2002


Cuarenta y ocho horas

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Anna Rosa Veitía se sintió morir aquella madrugada. Las últimas noticias eran desalentadoras. Las palpitaciones de su corazón aumentaron y un leve dolor comenzaba a lacerar su pecho. Presentía que algo terrible le había ocurrido a su esposo. Se dirigió al balcón, pero sus piernas no le obedecieron. Y cayó al piso como si se tratara de un pesado fardo atraído hacia el centro de la Tierra.

Ernesto Roque, su esposo, le había confesado que asistiría como periodista independiente al poblado de Güines para cubrir los actos que celebraría la disidencia local en recordación de las manifestaciones callejeras ocurridas el 5 de agosto de 1994. En aquella ocasión, miles de habaneros se lanzaron a las calles de los municipios Centro Habana y Habana Vieja, registrándose varios incidentes violentos entre una parte del pueblo y miembros de la policía política vestidos de civil y grupos paramilitares pertenecientes al Contingente Blas Roca. Hubo varios heridos graves y centenares de detenidos, en su mayoría adolescentes.

En esta oportunidad, Ernesto Roque fue interceptado por cinco agentes de la Seguridad del Estado para impedir su presencia en el acto. A la mañana siguiente oficiales de ese cuerpo detuvieron a Roque, lo condujeron a sus dependencias donde lo interrogaron durante 36 horas, después de las cuales fue liberado. Anna no sabía nada de lo ocurrido. Ambos habían acordado que él estaría de regreso ese mismo día en horas de la tarde.

Preocupada, al ver que no llegaba, Ana realizó algunas llamadas telefónicas a Güines esa tarde. De Roque no se sabía nada. Todos afirmaban que lo habían visto por última vez esa mañana. Además, Anna conoció que el acto no se había efectuado. Su esposo estaba entre los participantes. Por suerte, le dijeron que no se registraron actos de violencia.

Esa noche no durmió. La siguiente tampoco. Para colmo, sus tres hijos menores (de 13, 9 y 5 años) comenzaron a preguntar por el padre ausente. Evitó las explicaciones. No deseaba engañarlos. Su preocupación crecía. En estas cavilaciones la sorprendió el nuevo día. Roque no llegaba. Era martes 6 de agosto.

Ya no tenía duda alguna: su esposo era prisionero del régimen de Fidel Castro. Algo inesperado hizo que sus nervios estallaran. Su hijo Cristhiams, el menor de los tres, dormido, comenzó a tomarse la leche en el pomo, pero al despertarse y no ver a su padre comenzó a llorar, a exigir que fuera él quien le diera el alimento como lo hacía diariamente. Anna rompió en llanto.

Al mediodía llegó a la casa de Anna un opositor procedente de Güines. Las moticias que traía no eran buenas. De Roque no supo nada a partir del domingo en la mañana. Ambos habían sido arrestados por la policía política. A él le ordenaron que no saliera de su vivienda ese día. A Roque le exigieron que abandonara el pueblo de inmediato. Suponía que Roque debió buscar refugio en casa de Jesús Hernández, otro disidente de aquel pueblo. Pasado unos minutos, llamó el propio Jesús y habló con Anna pidiéndole información de Roque. Fue la gota que colmó la copa. Ella soltó el teléfono como si le quemara las manos y se dejó caer en una butaca. Rompió a llorar. Varios allí presentes trataron de calmarla. La taquicardia se apoderó de ella. La acostaron en la cama y llamaron a un médico del vecindario que la atendió con amabilidad.

Por la tarde, algo recuperada, Anna realizó varias llamadas telefónicas para denunciar la desaparición de su esposo a través de los medios de prensa independiente y de las organizaciones que velan por los derechos humanos en Cuba. Al mismo tiempo, la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional le facilitó varios teléfonos oficiales para que solicitara información sobre su esposo. Las respuestas de los oficiales del Departamento de Seguridad del Estado, del Departamento Técnico de Investigaciones y de la Dirección Nacional de la Policía fue la misma: "No tenemos noticias acerca de Ernesto Roque".

Esa noche, sola y desesperada, Anna reflexionó acerca de las desapariciones ocurridas algunas décadas antes en varias naciones latinoamericanas sometidas por dictaduras militares. Los opositores políticos de esos regímenes eran secuestrados por agentes policiacos. Los familiares de las víctimas más nunca supieron de ellos. Anna temía que algo similar le ocurriera a su esposo. Fue entonces cuando arreciaron los latidos de su corazón, sintió dolor en el pecho y trató de llegar al balcón para tomar un poco de aire, pero se desplomó. Comenzaban las primeras horas del miércoles 7 de agosto.

Fueron sus hijos y una tía de visita en la casa quienes la recogieron del piso desmayada y la llevaron al hospital. El diagnóstico del clínico fue: "Presión arterial muy elevada y una tensión emocional que podría ponerla al borde del infarto de no controlarse". La medicamentaron y se quedó dormida. Entrada la mañana regresó a su hogar.

Por suerte, y contrario a la pesadilla en tiempo real que vivió Anna, su amarga experiencia terminó ese mediodía. Roque, como por encanto, apareció en la puerta de la casa. Regresó sucio, demacrado, pero vivo. Llegó acompañado por tres disidentes de Güines.

Anna no quería creer lo que veía. Se acercó y comenzó a tocar a su esposo hasta converncerse que era real. ¡Allí estaba Roque! De inmediato se fundieron en un abrazo, al que se fueron uniendo sus tres hijos. Nadie dijo nada. No era necesario.

Los presentes creyeron observar un halo dorado que rodeaba tan bella imagen. Indudablemente, la mística del amor reinó en aquellos momentos, que se impuso por encima de lo ocurrido en las últimas 48 horas.


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