CUBANET .INDEPENDIENTE

22 de agosto, 2002


Dígaselo al ministro

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - El amigo Jesús me contó que viajaba en un ómnibus de la ruta 1 y que se armó una tremolina infernal. Un hombre se quejaba del calor agobiante. Otro se le encimó sin desearlo. Eran muchos los viajeros apiñados en el pasillo. El hombre sofocado gritó. El otro también gritó. Faltó muy poco para que se fueran a los puños. Querían, según su intercambio de ofensas, desgüasarse entre ellos.

Una señora que viajaba casi sobre Jesús le dijo: "Estas guaguas son un infierno". Jesús, torciendo el cuello, que era realmente lo único que podía mover en aquella estrechez, miró a la señora y le respondió: "Yo soy otro pasajero, dígaselo al ministro de Transporte". La señora se sintió ofendida. La emprendió a palabrotas contra Jesús. El mantuvo la calma. "Por eso estamos como estamos", concluyó la irritada señora.

Pero me contó más. Me dijo que en un agromercado de la Calzada de Diez de Octubre, a donde había acudido para comprar unas viandas, también se armó un "salpafuera" de ampangas. Un anciano, al parecer con malas pulgas, se entroncó a improperios con uno de los vendedores. "Es que los precios están cada día más altos, y los productos más malos". Le comentó un hombre que estaba a su lado. Jesús recordó a la señora del ómnibus. Se preguntó intrigado si le veían cara de confesor o de cómplice, pero no varió su respuesta. "Yo soy otro comprador, dígaselo al ministro de Agricultura". Y se marchó antes de que el hombre quisiera desahogarse con él.

Era su día de mala suerte. Continuó Jesús. Fue a la farmacia del barrio. Habían llegado las medicinas y todos los vecinos aprovecharon para asistir al médico de la familia. En días como ésos las farmacias se abarrotan. Los médicos de familia tienen una farmacia asignada para sus recetas. Todo el mundo desea beneficiarse del surtido. La cola era inmensa. Jesús pretendía hacerla en el mayor silencio. No pudo. Una muchacha empezó a protestar a causa de las compresas sanitarias. Otras personas se le unieron en el cotorreo. Y otra vez Jesús en aprietos. Y esta vez la misma respuesta. "No jodan, caballeros, díganselo al ministro de Salud".

Pero ya lo dice el refrán: "El que nace para tamal, del cielo le caen las hojas". Llegó a su casa y un apagón lo estaba esperando. Su esposa, enfurecida, despotricaba contra el diablo y todas las brujas. Jesús no pudo más que trasponer el umbral cuando lo envolvió una lluvia de quejas contra la falta de fluido eléctrico.

"Vieja -le dijo a su esposa- yo no puedo hacer nada. Díselo al ministro de la Industria Básica".

La esposa lo miró incrédula. Le pareció que le habían cambiado a su hombre. Este que le respondía con semejante negligencia no era aquél que ella había elegido para enfrentarse a la vida.

"Eh, y a ti ¿qué te pasa? -le preguntó entre asombrada y perpleja. ¿Desde cuando aquí los ministros pueden hacer algo?"


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