Dígaselo
al ministro
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - El amigo Jesús me contó
que viajaba en un ómnibus de la ruta 1 y que se armó una tremolina
infernal. Un hombre se quejaba del calor agobiante. Otro se le encimó sin
desearlo. Eran muchos los viajeros apiñados en el pasillo. El hombre
sofocado gritó. El otro también gritó. Faltó muy
poco para que se fueran a los puños. Querían, según su
intercambio de ofensas, desgüasarse entre ellos.
Una señora que viajaba casi sobre Jesús le dijo: "Estas
guaguas son un infierno". Jesús, torciendo el cuello, que era
realmente lo único que podía mover en aquella estrechez, miró
a la señora y le respondió: "Yo soy otro pasajero, dígaselo
al ministro de Transporte". La señora se sintió ofendida. La
emprendió a palabrotas contra Jesús. El mantuvo la calma. "Por
eso estamos como estamos", concluyó la irritada señora.
Pero me contó más. Me dijo que en un agromercado de la Calzada
de Diez de Octubre, a donde había acudido para comprar unas viandas,
también se armó un "salpafuera" de ampangas. Un anciano,
al parecer con malas pulgas, se entroncó a improperios con uno de los
vendedores. "Es que los precios están cada día más
altos, y los productos más malos". Le comentó un hombre que
estaba a su lado. Jesús recordó a la señora del ómnibus.
Se preguntó intrigado si le veían cara de confesor o de cómplice,
pero no varió su respuesta. "Yo soy otro comprador, dígaselo
al ministro de Agricultura". Y se marchó antes de que el hombre
quisiera desahogarse con él.
Era su día de mala suerte. Continuó Jesús. Fue a la
farmacia del barrio. Habían llegado las medicinas y todos los vecinos
aprovecharon para asistir al médico de la familia. En días como ésos
las farmacias se abarrotan. Los médicos de familia tienen una farmacia
asignada para sus recetas. Todo el mundo desea beneficiarse del surtido. La cola
era inmensa. Jesús pretendía hacerla en el mayor silencio. No
pudo. Una muchacha empezó a protestar a causa de las compresas
sanitarias. Otras personas se le unieron en el cotorreo. Y otra vez Jesús
en aprietos. Y esta vez la misma respuesta. "No jodan, caballeros, díganselo
al ministro de Salud".
Pero ya lo dice el refrán: "El que nace para tamal, del cielo le
caen las hojas". Llegó a su casa y un apagón lo estaba
esperando. Su esposa, enfurecida, despotricaba contra el diablo y todas las
brujas. Jesús no pudo más que trasponer el umbral cuando lo
envolvió una lluvia de quejas contra la falta de fluido eléctrico.
"Vieja -le dijo a su esposa- yo no puedo hacer nada. Díselo al
ministro de la Industria Básica".
La esposa lo miró incrédula. Le pareció que le habían
cambiado a su hombre. Este que le respondía con semejante negligencia no
era aquél que ella había elegido para enfrentarse a la vida.
"Eh, y a ti ¿qué te pasa? -le preguntó entre
asombrada y perpleja. ¿Desde cuando aquí los ministros pueden hacer
algo?"
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